《Lo voy a contar, porque no es cuento, sino una realidad que presencié, y que me demostró que en los miuras no hay nada de mero tópico ni de falsa leyenda. Resultó que una noche fui a la plaza valenciana de la calle Játiva para presenciar una desencajonada, que son allí muy clásicas en las corridas de la feria de julio, pues a los aficionados les gusta ver los toros que por la tarde se lidian.

Como complemento de la desencajonada estaba anunciado un espectáculo cómico-taurino. Colocados los cajones al hilo de las tablas, fueron saliendo pacíficamente los toros que contenían. Agrupados los seis de cada ganadería fueron entrando en el toril, con suavidad, los de Benítez Cubero, Pío Tabernero y no recuerdo de quién otro.

Estaba previsto desenjaular en cuarto lugar a los miuras. En quinto y último, le correspondía el turno a media docena de hermosísimos ejemplares de Pablo-Romero.

De la clausura de los cajones irrumpió en el ruedo, bajo la luz de los focos, el sexteto de los miuras, que por cierto lo hicieron muy alborotados y con gran espectacularidad. La vivacidad, los bramidos y el genio de estos impetuosos toros era algo totalmente diferente a los otros que habíamos apreciado. Cinco de ellos, aunque a regañadientes, pues se les notaba que no estaban cansados del viaje y querían pelea, entraron con estrépito en los chiqueros.

Uno de ellos, emplazado en los medios, se resistía y resistía a ser encerrado. Retornaron al ruedo sus hermanos de hierro y divisa a ver si se conjuntaba con ellos, y ni caso. Lo jalearon los mayorales, y él ni inmutarse. No le afectaron ni el ruido de las hondas, ni los reiterados intentos de los bueyes, ni tan siquiera los golpes de las pedradas.

Pasaba el tiempo, se apagaron las luces dejando sólo encendida la de toriles a la par que se guardó absoluto silencio en el público. Pero no había nada que hacer, porque aquel toro decidió no moverse del ruedo, que estaba lleno de su arrogante presencia e increíble tozudez. Más de dos horas transcurrieron, y como al de Miura no había forma de convencerle, se decidió desenjaular la corrida de Pablo-Romero, a ver si de tal forma el pesadísimo morlaco de don Eduardo se enchiqueraba. Esta decisión de sacar a los otros entrañaba un enorme riesgo, pues es sabido que los que no son de la misma ganadería se extrañan mucho, y al juntarse suelen pelearse con furiosa saña.

Pensé que sería terrible la insólita lucha del indomable miura con el descomunal toro de Pablo-Romero. Efectivamente, con gran ímpetu irrumpió el primer torazo de Pablo-Romero en la arena, y nada más ver a su rival se arrancó hacia él a gran velocidad y con ansias de pulverizarlo. Tranquilo le observó el criado en Zahariche, que al ver llegarse al otro, a unos cinco metros, se limitó a estirarse como diciendo «¿a dónde vas tú? No te equivoques, que soy de Miura».

Ante la estirada del de Miura, se frenó en seco el atacante, le volvió la cara y, dando impresión como de estar poseso de un pánico insuperable, se introdujo a chiqueros lo más pronto que pudo. Los otros cinco de Pablo-Romero casi no se atrevieron a mirar al que emplazado continuaba, y de sopetón desaparecieron ligeritos del redondel. ¡Sin comentarios! Tanto tiempo transcurrió que hubo que suspender la parte cómica, y al día siguiente me dijeron que, engañado con un cubo de agua, lograron reducirle sobre las cinco de la madrugada. Es más, me contaron que, al darse cuenta de que le habían burlado, en vez de beber, destrozó el cubo y partió varias puertas de los chiqueros. A este toro, que fue nobilísimo al ser lidiado, le cortó las orejas Antonio José Galán.

¡Toros de Miura, misterio de una ganadería inefable, que asusta hasta a sus semejantes los de Pablo-Romero, que nada saben de las muertes de «Espartero», «Pepete» y «Manolete»!》.

FILIBERTO MIRA (Toro Bravo, hierros y encastes)