Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor y, si nos circunscribimos a los toros no hay duda alguna; yo diría que en todos los órdenes pero, centrados en materia taurina, el retroceso que ha tenido esta fiesta en los últimos cincuenta años ha sido algo devastador. Confieso que yo no me lo hubiera creído jamás. En mis años, como joven ilusionado por esta bendita fiesta se daban toros hasta en los predios más insospechados porque las gentes estaban ávidas de este maravilloso espectáculo que, en honor a la verdad, bello lo sigue siendo porque su esencia no se perderá jamás, pero lo que se dice de aceptación popular, esto ha pasado a la historia.
¿Qué paso con el devenir de nuestra fiesta? Difícil la respuesta y mucho menos la manera de encontrar que la gente vuelva a los toros masivamente como sucedía hace menos de medio siglo. Si soy sincero debo de confesar que, fueron los propios taurinos los que con sus acciones se cargaron la fiesta; el axioma de pan para hoy y hambre para mañana se ha cumplido a la perfección. Ellos, los organizadores, en su momento vieron un filón maravilloso que no era otro que las plazas llenas, algo que pensaban que sería eterno y, a partir de ahí se le empezó a engañar al aficionado, un engaño que no se palpó en el instante, pero que a medida que pasaban los años iba calando en el sentir de los aficionados, hasta el punto de que una gran mayoría de éstos le han dado la espalda al sistema establecido.
Nadie trabajó pensando en el futuro más o menos lejano; todo se circunscribía al día, incluso al momento, pero nadie se atrevió a pensar que en unos años cambiaría todo y, el mal que en su momento hicieron con sus engaños y fraudes, muchos años después ha sido penado. Y ahora se quejan. ¿De qué? Si fueron ellos, los taurinos, los que trabajaban para el momento puesto que, no es menos cierto que, muchos, en ese “momento” aludido llenaron las arcas para siempre; el que venga detrás, que se joda, dirían muchos. Y acertaron.
Tenemos que admitir que, la fiesta de los toros, mal que nos pese a todos, es un espectáculo minoritario, aunque al cabo del año sean varios millones de personas los que pasen por las taquillas; sigue siendo minoritario. Pongo un ejemplo de cómo era la fiesta en los años cincuenta, sesenta y setenta en que, plazas como la de Barcelona, en una sola temporada se daban ciento veinte corridas de toros. Como dije miles de veces, era la plaza de toros que más espectáculos daba en todo el mundo y, ahora, desde hace unos años, cerrada por completo; vamos que no se utiliza ni de museo.
Cierto y verdad es que, lo que no sospechábamos los aficionados que, sabedores de todas las puñaladas que los mismos taurinos le asestaron a la fiesta, para que la desdicha fuera mayor, se unieron a su contra partidos radicales separatistas, gentuzas de los animalistas y una serie de circunstancias más que, entre todos, la fiesta corre un peligro tremendo. Vamos que, como estos apestosos que han ganado las elecciones se les ocurra hacer un referéndum sobre los toros, despidámonos del santo porque se lo han llevado.
Pendemos de un hilo, es la gran verdad. Nos costará lágrimas aceptar esta derrota que, basada en una gran realidad es lo que actualmente tenemos. Cierto es que, de no haber perdido aquella fuerza arrolladora que tenían los toros en las décadas que he citado, los males ajenos a nuestra fiesta hubieran sido menos influyentes; pero amigo, se juntó el pan con la gana de comer y entre todos la mataron pero ella sola se murió.
Sinceramente, ver que muere algo que has amado supone una desdicha sin límites. Nos queda la resignación de todo buen cristiano al pensar que, todo lo que nace, al final, muere de forma inevitable. Si morimos las personas, ¿cómo no van a morir los espectáculos que, de alguna manera, en su momento fueron un icono? Duele pensar que, de repente, RIP Ha sucedido con el boxeo que, en los años setenta éramos la admiración del mundo en este espectáculo ahora, es todo historia. Con los toros, desdichadamente ocurrirá lo mismo dentro de muy poquito tiempo.
Pla Ventura