No, no es un error. Sé perfectamente que el festejo de ayer estaba anunciado como corrida de toros. Sin embargo, los seis animalejos de Torrealta que reptaron por el ruedo -y algunos en su sentido más estrictamente literal- de Huelva tenían más apariencia de novillo que de toro. Algunos eran verdaderamente impresentables, aunque se trate de una plaza de segunda categoría. Los doce pitones acababan en una preciosa bolita. Y digo bolita para ser discreto. Animales ayunos de poder, cuando no rozaban la invalidez, y carentes de casta y bravura. Los titulares de la “prensa oficialista” destacarán el triunfo, exagerado, de Perera. Sin embargo, sin toro nada tiene importancia.

 

Abrió la tarde El Juli, que se estrelló con un lote sencillamente infumable. El público se compadecía de él. Y él se lamentaba. No somos más tontos porque no nos lo proponemos. El de Madrid escogió (o impuso) el ganado. Por tanto, es cooperador necesario, como se calificaría en el derecho penal. El primero debió ser devuelto a los corrales por su manifiesta invalidez. Daba pena ver como el animal no se sostenía en pie. El presidente pecó de prudente y no quiso devolverlo. ¡Qué favor le hizo a la empresa! No voy a destacar nada de la faena de El Juli porque, por más que quisiera, me sería básicamente imposible. El cuarto, justito de presentación, fue un colorado “acapachado” propio de la casa. No obstante, poco tuvo de esos “torrealta” que dieron gloria al hierro en los domingos de Resurrección de Curro. Salió frenado y echando las manos por delante en los capotes. Y ese fue su comportamiento durante toda la lidia. El difícil binomio de subir la mano y derrotar y de bajarla y claudicar. En los dos toros, El Juli recetó el “julipié” de rigor. Y el público lo aplaudió.

 

Para mí, lo mejor de la tarde de Perera fue su cuadrilla, como siempre. En especial, la lidia de Curro Javier, le bastó un capotazo para colocar el toro cada vez, y los pares de Ambel y Arruga en el quinto. Solo eso mereció pagar la entrada. Su primer toro fue una monja de la caridad sin fuerza y con muchísima bondad, tanta que hasta empalagaba. Lo recibió por verónicas templadas. El toro embestía con excelsa humillación, y algo más de recorrido por el pitón derecho. Saludaron la ovación Curro Javier y Arruga con los palos. Un quite por altaneras con una templada y buena cordobina intercalada. Brindó Perera al tan cariñoso público onubense e inició la faena de rodillas y con cambiados por la espalda. La gente loca. Las primeras tandas se basaron en la mano derecha, pitón por el que el toro se rebrincaba a partir del tercer muletazo. Un techado de casta. El mérito de la muy poderosa y templada muleta de Miguel Ángel (al César, lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios) consistió en que no se la tocara. Más calidad, como dicen los taurinos, tuvo por el pitón izquierdo. Naturales largos y templados, pero las comparaciones son odiosas, y yo solo me acordaba de un tal Cid… Más allá de lo dicho, la faena fue lineal y siempre con el pico, y el matador practicando ejercicios de contorsionismo. Mató de estocada baja con degüello. Dos orejas. Aún no lo entiendo.

 

El quinto lugar apareció una raspa, una sardina, que se tapaba por los dos aparatosos pitones con terminación circular. Empujó con más fe que sus hermanos en el peto. Pero no, no fue “Jaquetón”. En el segundo tercio tuvo lugar lo mejor de la corrida: los antes reseñados tercios de banderillas y la brega. Sencillamente, espléndidos. La faena de muleta fue un trasteo al uso del matador. Esta vez, brilló más por la diestra, dado que el novillo (perdón, el toro) se aburría más que una ostra por el zurdo. Pases y pases. Y más pases. Una factoría de derechazos. Terminó por luquesinas y volvió a degollar al pobre animal que pedía clemencia y la muerte desde que asomó por chiqueros. Parece haber gente a la que le gusta el toreo de Miguel Ángel Perera. Y también parece que muchos se concentran en Huelva, así que dos orejas más. Menos mal que el carnicero no les saca rendimiento.

 

Y cerró la terna el torero del momento. Ustedes pensarán que lo es cualquier triunfador de Madrid, pero no, lo es el de Pamplona: Cayetano. Al pequeño de los Rivera Ordóñez ha quedado un agosto muy “apañao” a raíz de las sustituciones del pobre de Roca Rey. Casi lo mismo. Un torete hizo tercero al que fue incapaz de parar y pasar con limpieza. Enganchones y trapazos por doquier. Tampoco pudo colocarlo en suerte. Dios mío. El pobre bicho, con menos poder que un gorrión, llegó al tercio de muerte con más genio que casta. No cantó antes la gallina por el absoluto desconocimiento de la profesión que tiene Cayetano. Se lo pasó desde Ronda, no fuera a ser que aquel torrente de casta y fiereza lo prendiera. Por poco no resultó prendido al tropezar con una banderilla. Sin embargo, Cayetano sabe explotar el lema de la pancarta pamplonica: “Cayetano, nosotras ponemos las orejas y tú el rabo”. Cosas del feminismo. Mató mal y eso nos libró de una vuelta al ruedo con un apéndice o con dos, ¿quién sabe? Su segundo, el último, salió emplazado y murió emplazado. Fin de la cita, como diría un expresidente del Gobierno de la Nación.

 

Por Francisco Díaz.

 

Fotografía de Arjona.