Hay toreros, como Curro Díaz que nos transmiten tal seguridad que olvidamos que juegan en el filo de la navaja y que la gloria y la tragedia también pende para ellos de un hilo.

 La cara y cruz de la Fiesta se dieron cita ayer tarde en Burgos en la corrida del “Día de la juventud”. En la Plaza de Toros Coliseum hubo salida a hombros y salida hacia la enfermería. Fue en la segunda corrida que la empresa Tauroemoción tenía preparada para la Feria taurina de San Pedro y San Pablo de la capital castellana. Programación de lujo con nueve días de espectáculos en la que la prestigiada empresa celebraba su XV aniversario.

Venía yo a Burgos a contar uno de los días grandes de las fiestas: el homenaje con que honran cada año la memoria de Antonio José aquel músico de la generación del 27, tan querido en la ciudad, víctima de la guerra civil. Venía yo a disfrutar la corrida de la tarde, que tanto prometía y en la que Curro Díaz, Morenito de Aranda y David de Miranda, iban a vérselas con toros de Valdellán, un hierro leonés muy esperado por los más toristas y que era en el fondo una incógnita para la empresa que lo programaba por primera vez. Venía yo poco preparada para la conmoción que supuso la cogida del torero de Linares y eso me puede eximir de narrar otros intereses y centrarme en lo que Curro se llevó y lo que aportó en esta desdichada tarde.

Una jovial muchachada inundó buena parte de los tendidos acompañada de ruidosas charangas. El multifuncional coso burgalés, cómodo y bien cubierto, nos permitió a los asistentes evitar la lluvia del exterior. Una muy buena organización y una excelente entrada (casi lleno) auguraba una tarde de gran interés. Y así, comenzaron a salir los astados.

Curro Díaz abrió plaza y se topó con un cornúpeta de buena presencia pero que enseguida evidenció una flagrante falta de fuerzas, motivo por el que el público pidió su devolución. Pese a las protestas el toro permaneció en la arena y el de Linares, que lo había recibido con buenos lances, prosiguió la lidia sin mostrar el menor signo de desagrado. La flojedad del animal vino no obstante acompañada de un comportamiento complicado, a ratos incierto e imprevisible, que permanecía bien oculto tras una muy falsa apariencia de bondad. Mimándolo mucho, Curro fue poco a poco instrumentando una faena de enorme mérito, con tandas por ambos pitones de gran belleza y dominio. Mediada la lidia, en un arranque que nadie vio venir, el toro prendió al matador rompiéndole la taleguilla. Sin arredrarse, el diestro prosiguió en su denodada y exitosa tarea de sacar agua de aquel pozo en apariencia seco e insalubre. Llegada la suerte suprema mató de una gran estocada en corto y por derecho, recibiendo un varetazo en el encuentro que nos hizo temer lo peor. Tras unos instantes sentado en el estribo se recompuso para escuchar una petición de oreja, a todas luces bien merecida, que el público no solicitó con la suficiente contundencia y que finalmente no fue concedida. Curro Díaz se negó a dar la vuelta al ruedo y saludó desde el tercio.

Su segundo fue el toro “de la merienda”, con esto quiero decir que el tendido estuvo pendiente de sus bocadillos y sus bebidas y no prestó la debida atención a todo lo que aconteció en el ruedo. Pues bien, el toro, un cinqueño que pesaba casi 600 kilos fue desde el principio un toro difícil por su comportamiento, de nuevo imprevisible, y que Curro Díaz brindó al público para acto seguido realizar una faena plena de maestría, de dominio y de esa verdad auténtica del toreo, entrando a matar, como lo hace siempre, sin aliviarse, ya sea en una plaza de primera, de segunda o de tercera, siempre con la verdad por delante, con la serena valentía del torero de raza. Tal fue su entrega que el toro hizo por él en el encuentro y le prendió de muy mala manera. Al poco el toro rodó sin puntilla y el diestro, en brazos de sus allegados, pasó a la enfermería. Cornada grave en el muslo, luxación en el codo izquierdo y una brecha en la cabeza fueron las noticias que nos llegaron. Curro Díaz se había casi inmolado ante un astado de Valdellán porque los toreros como él no saben de subterfugios, ni trampas. Son toreros de una pieza. Toreros que redoblan su entrega ante las coyunturas adversas, dentro y fuera del ruedo. Toreros en fin, de leyenda. El público llenó la plaza de pañuelos, se le concedió una oreja y pese a la insistencia del respetable, el presidente se negó a conceder la segunda, no alcanzamos a saber los motivos. La oreja le fue llevada a la enfermería.

Morenito de Aranda era el segundo de la terna y se encontró con un toro que, sin ser bueno sí se dejó torear y al que hizo una faena aseada, de cierto mérito, aunque con la espada se atascó hasta tener que recurrir a cinco pinchazos previos a la estocada definitiva. Su público le silbó al concluir su cometido. Posteriormente tuvo la suerte de contar con el mejor toro de la tarde que aprovechó por ambos pitones con variados pases de muleta no faltos de arte y que sirvieron para que el respetable le jaleara apreciando sus maneras (y también sus muy populacheros pases mirando al tendido). En la suerte suprema necesitó en esta ocasión de un pinchazo previó a la estocada. Con desmedida generosidad, el presidente le otorgó, sin más, las dos orejas. ¡Así es nuestra Fiesta!

David de Miranda hizo el paseíllo destocado al ser la primera vez que toreaba en esta plaza. Tuvo un primer cornúpeta con muy malas pulgas, distraído y difícil de manejar con el que no pudo hacer nada meritorio, despidiéndole con una corta pescuecera que remató luego con mejor fortuna. Resultado: división de opiniones. En el último de su lote, un toro más manejable, dio muestras de ser ese torero que conocemos y hemos visto en tardes de mejor fortuna. Mató con acierto y pudo pasear una oreja.

Resumiendo: Los toros de Valdellán estuvieron bien presentados, fueron peligrosos, inciertos y difíciles de domeñar. En cuanto al público, no quiero ocultar mi desagrado y explicitar la mala impresión que me dejó. Un público festivalero, sí, pero también a ratos irrespetuoso y en buena medida, ignorante. Escuché burlas a mi alrededor, y a veces comentarios de mal gusto. Como ejemplo los dirigidos puntualmente hacia Fernando Sánchez, de la cuadrilla de Víctor de Miranda, al intentar clavar un par de rehiletes, cuando el excelente banderillero que es, no encontró toro, y no por impericia suya, sino por un feo que le hizo el astado. Cuando el peligro está tan cerca, las burlas son de lo más reprobable.

Felicito a Morenito de Aranda, que salió por la puerta grande porque así lo quisieron sus paisanos. Tampoco fue esta tarde de domingo la mejor en la carrera David de Miranda, aunque pudo pasear un trofeo de cierto mérito. Sí quedo bien patente que en la plaza de Toros Coliseum de Burgos hubo, sobre todo y muy por encima, un torero inequívocamente triunfador que nos dejó una vez más su dominio, su verdad y…su sangre: Curro Díaz, que se llevó la cornada en pos de la verdad con la que él entiende el muy difícil arte del toreo. Quiera Dios que no se doblegue su fuerte voluntad, su poder mental y cuánto hay de esa verdad en su toreo y en  su vida.

Francisca García