A través de la historia de la Tauromaquia se menciona a veces a la madre del torero. Poemas, canciones, películas, la ven, ya como protagonista, en la maldición a su hijo, ante la desgracia pronosticada como en “Los mozos de Monleón”, del cancionero salmantino de Ledesma, (romance armonizado para piano por Federico García Lorca), ya en la línea del sufrimiento por el hijo que se juega la vida. Famosa es a este respecto y estereotipo la “Señá” Gabriela, esposa de torero y madre de tres toreros, protagonista de romances y canciones, esperando noticias “sentaíta en la cansela” como reza la copla por bulerías de Quintero-León y Quiroga. De igual forma cabe hablar de Doña Angustias (nombre nunca mejor puesto) Sánchez, esposa y madre de toreros: “Cuando Manolete toreaba, yo toreaba con él, lejos de la plaza, ayudándole con mis oraciones”.
Está bien que se recuerde la angustia permanente de una madre, pero ¿no habría algo que decir del padre del torero?, porque el rol que se le asigna en poemas, canciones o películas, ni está definido o no aparece en el reparto. Pero el padre del torero suele ser otro eslabón importante en la carrera de un diestro, pues está cerca de él en las horas previas, determinantes y posteriores a la corrida. ¿Es relevante el rol que puede desempeñar?
Como es pertinente, para hablar del padre del torero debe ponerse el foco en una persona determinada, ejemplo de saber estar en el contacto directo y constante, establecido entre el espada y su padre. Y en la importante función que desempeña, voy a centrarme, ahora que está de actualidad el incidente de Linares del que se sigue hablando y aclarando muchos términos hasta ahora desconocidos, digo que voy a centrarme en Don Francisco Díaz, padre del matador de toros que tan brillantemente resolvió la corrida aniversario de Manolete. Por cierto que el balance conseguido por Curro Díaz en las tres corridas por él toreadas este fin de semana se ha saldado con 9 orejas y petición de rabo: tres salidas a hombros. ¡Imparable!
Cualquiera que asista a una corrida de toros en la que participe el diestro Curro Díaz, descubrirá en el callejón, antes de que comience el paseíllo, la figura menuda, enjuta y amable de Don Francisco Díaz, muy probablemente fumándose un puro. Estará atento a la labor de los mozos de espada que colocan los capotes de brega sobre la barrera. Por la mañana habrá acompañado a la cuadrilla al sorteo de las reses, porque él está inmerso en todos los detalles de la Fiesta y ahora espera “en su sitio” que comience el desfile. Don Francisco hizo sus pinitos en los toros: novillero, que llegó a torear con caballos y que sufrió algún percance en su corta carrera torera. Nada tiene de particular que influyera en su hijo para que tomara la senda de tan bella como peligrosa profesión y tutelara sus pasos desde el principio.
Si hay alguien indispensable en la vida de un torero es quien pueda darle consejos útiles, ayudarle para que sea quien es y transmitirle confianza y aliento. Y ahí está el padre del torero. No quiere esto decir que Don Francisco esté pegado a su hijo en el transcurso de la lidia. Está presente,… pero yo diría, sin estarlo. En ese discreto punto de mantenerse a la expectativa. Por su parte el torero se encuentra mejor, naturalmente, cuando se siente rodeado de personas cercanas que puedan brindarle ánimo y apoyo si lo necesita. En el caso de Curro Díaz son tantos los años con la presencia activa y positiva de su padre al lado que verle en el callejón seguramente templa su ánimo y le transmite confianza porque, es incondicional la depositada en él para el mejor desempeño de su arte.
¿Qué pasa por la mente de Paco, como afectivamente se le llama, en el transcurso de la corrida? Según las circunstancias sentirá preocupación, alegría, miedo, irritación… y lo más importante, orgullo hacia su hijo por sus cualidades y por haber encontrado juntos, ese toreo que ambos soñaban y han trabajado al alimón para lograrlo. Es muy posible que el Sr. Díaz, que goza de enorme simpatía en el mundo taurino, vea en su hijo el torero que él hubiera querido ser. Ahora le toca cumplir su sueño pero en la singladura de su hijo. Su rol es seguirle, acompañarle de plaza en plaza. Estará con él en los momentos difíciles, dramáticos, saltando al ruedo si hace falta para recogerle si cae herido. Y se sentirá el más feliz del mundo ante el aplauso y la ovación. A veces Don Francisco se sube al tendido para ver desde lo alto el transcurrir de la lidia y desde allí jalea a Curro, desbordándose de entusiasmo y hasta se le escapan olés ¿cómo no? por la admiración y el cariño que le profesa y que tanto le enorgullece como torero y como persona y eso también por la actitud que su primogénito tiene ante la vida.
Es un rol diferente al de la madre, pero no menos admirable. El padre le acompaña en interminables viajes por las carreteras de España, de Norte a Sur, de Este a Oeste, sea de noche o de día si los contratos se suceden en jornadas consecutivas: viajes, hoteles, plazas, viajes, hoteles, plazas…siempre con el matador. Compartiendo la alegría del éxito, ayudándole a asumir la crítica razonable cuando las cosas no salen bien; en los momentos difíciles quitando importancia a lo que no es importante y encontrando entre todos los factores que puede haber, como la preocupación, el cansancio, las circunstancias imprevistas… el detonante para hacer estallar un natural sentido del humor, ingrediente imprescindible para compartir una amistad peculiar con la persona que tiene al lado, que además es su hijo.
Hoy he elegido a Don Francisco Díaz como prototipo del padre del torero. Sin duda hay muchos padres que como el Sr. Díaz acompañan a su vástago. Sé de ellos pero no tengo el honor de conocerlos visualmente. Me emociona pensar, por ejemplo, en el padre de Emilio de Justo que siguió desde sus comienzos su trayectoria hasta el punto de hacerle de toro con el carretón en los entrenamientos para que mejorara la suerte de matar. Por desgracia se fue un día de septiembre sin poder ver los grandes triunfos de su hijo. Aquel mismo día, Emilio, fue gravemente corneado en Francia. El dolor de su cornada no superó al adiós de su progenitor. Y pienso lo feliz que hoy hubiera sido siguiendo el magnífico año que está llevando el torero de Torrejoncillo, que lo encumbra a lo más alto. Y también me viene a la mente, el nombre de Paco Escribano, veterinario y cirujano taurino, padre de Manuel Escribano que le metió de muy chico el veneno de los toros y hoy le sigue a todas parte.
Si mi elección en este artículo dedicado al padre del torero ha recaído en el progenitor de Curro Díaz, no es baladí, sino que es por considerarlo ejemplo de una vida dedicada a los toros, siendo soporte, consejero, presencia activa y positiva, dotado de clase, amabilidad y simpatía natural. Distingo siempre, y me preocuparía no ver, en las tardes en las que Curro Díaz hace el paseíllo, la silueta paternal (que me produce ternura, como raíz del vínculo, del respeto, de la consideración y del verdadero amor), ocupando un sitio en el callejón, próximo al apoderado por el que siento también un personal respeto. ¡El apoderado! Otro personaje inherente a la Fiesta y del que algún día también deberíamos hablar.
Francisca García
En las imágenes, Francisco Díaz, el padre de Curro Díaz y, acto seguido, el artista aludido.