He de confesar que sentí de veras la renuncia del novillero Manuel Román a seguir toreando. Sí, porque había albergado serias esperanzas de que el jovencísimo diestro pudiera llegar a ser un torero de gran valía, anclado en la pureza y el buen gusto.
Manuel Román, un niño que deslumbró a los 14 años al torear con inusitados conocimientos, sin haber tenido a ningún familiar que le hubiera incitado a ser torero y que por esas cualidades innatas y lo sorprendente de su edad, arrastró a media Córdoba que le fue siguiendo por las plazas allí donde toreara. Apenas llegó a la mayoría de edad anuncia que de manera indefinida deja los ruedos. La palabra indefinida, para algunos significa dejar una puerta abierta, es decir, que pudiera volver, cosa que no creo que suceda porque bajarse del carro cuando se ocupa uno de los primeros escaños del escalafón novilleril es tirar por la borda una aunque incipiente carrera, muy prometedora. El tren que se pierde es muy difícil volver a retomarlo. Que se lo pregunten a algunos matadores de toros hechos y derechos que se han visto obligados a parar una temporada por una cogida complicada. Pierden el sitio que tenían y ya es muy difícil recuperarlo. Las razones que el joven Manuel ha aducido no son demasiado explícitas: “las circunstancias y mi moral no han sido capaces de remontar lo que para mí podía haber sido una temporada histórica”.
Es cierto que la temporada no ha sido tan exitosa para él como para sus más directos rivales, Marco Pérez y Javier Zulueta con la que conformaba una terna de lo más atractiva, pero Manuel seguía aportando esas maneras y ese saber estar en la plaza que abrigaba la esperanza de los aficionados. Un torero interesa, hablo por mí, cuando despierta el deseo de volver a verlo y él suscitaba ese interés. Se ve que ha sido muy exigente consigo mismo, o tal vez los motivos son otros, pero de cualquier modo en una carrera de tanto riesgo y tantos requerimientos siempre es comprensible ese tirar la toalla. Habrá sido una decisión muy consensuada con su apoderado y sus padres a pesar de “las circunstancias” que alega en su comunicación pública y que por supuesto ignoramos y no sabemos el alcance de las mismas. Parece ser que no va siquiera a cumplir con los compromisos inmediatos que tiene firmados. Tampoco es para asombrarse. La profesión de torero es muy difícil y especialmente sacrificada. Son muchas horas de aprendizaje, de disciplina, de formación en numerosos aspectos: de la expresión corporal, de repetir y repetir las suertes del toreo hasta poder realizarlas sin pensar, enlazando unas con otras. Son muchos revolcones en los tentaderos ensayando con erales, muchos moretones, muchos golpes, y mucho ejercicio físico para estar en forma siempre. Los torerillos y como en este caso los que comienzan tan temprano lamentablemente, pierden la infancia, la adolescencia, toda apetencia y necesidad para un mozalbete de divertirse. Su vida es el toro, siempre el toro. Eso pesa mucho, sin duda y por no renunciar a tantas cosas, es por lo que muchos maletillas desertan al comprobar lo duro de la profesión en todos los aspectos. Luego está el bautismo de sangre que es otro capítulo importante para ver hasta donde llega la afición. Manuel Román ha tenido en este caso algún desencuentro con las reses.
Algún susto al ser prendido y alguna luxación poco importante pero…no hay que aventurar nada con respecto a su renuncia. Solo digo que lo siento porque sí, hay muchos novilleros. La cantera es enorme ya que existen muchas Escuelas Taurinas en España muy nutridas de alumnos. Solo en Andalucía ya suman 30 las escuelas existentes. Hay cientos de muchachos queriendo ser toreros y cada año las Escuelas presentan a los más relevantes en diferentes certámenes. Por lo general la mayoría de los aspirantes a matadores de toros están cortados por el mismo patrón y visto uno, vistos todos. Con los dedos de una mano me bastan para nombrar hoy a los novilleros con caballos que me despiertan verdadero interés, esa sensación de querer volver a verlos, que ya dije. Suenan muchos nombres, es verdad, la televisión nos da ocasión de verlos. Algunos acaparan portadas en las revistas taurinas y se habla de sus éxitos en las plazas pero no entiendo bien si es propaganda a unas actuaciones hinchadas a propósito. Pensando mal, digo, si no estarán ya abducidos por el “sistema”.
Me agrada, por otro lado, que el premio Alfarero de Oro, de Villaseca de la Sagra, haya recaído esta temporada en el novillero nacido en Zaragoza Iker Fernández “El Mene” un torero que empezó primero en la Escuela taurina de Zaragoza y después en la de Salamanca. Un muchacho bastante desconocido pues llegó al certamen por una sustitución y su nombre no estaba divulgado a nivel nacional aunque tenía en su haber algunas novilladas toreadas en Aragón y Salamanca y no mal cartel por aquellos lares.
El Mene ha dejado muy claro en el albero de Villaseca que es un torero de corte clásico sin aspavientos y toreando de verdad, para gustarse primero y luego si trasciende a los tendidos, mejor, pero no determinado a hacer chabacanadas para ganarse (desdichadamente es así) el favor del público. Hace dos años, toreando sin caballos sufrió un corte con su propio estoque en la pierna que le tuvo inactivo durante tres meses. Como sucedió en el mes de septiembre no perdió muchas ocasiones de torear, pero, eso sí, volvió con más ímpetu para subir un escaño en su carrera: el torear con caballos. Jugar con armas, aunque sean blancas tiene su riesgo. Uno más en el toreo.
El Mene. 20 años. Un novillero para tener en cuenta que merece que se le den las oportunidades necesarias para que un día podamos tenerlo entre los buenos matadores de toros porque condiciones, ideas claras y conocimiento para saber lo que es el buen toreo no le falta.
Es duro el camino que debe andar un aspirante a matador de toros. Realmente para cualquier actividad artística o deportiva de élite, se precisa más que vocación. Hay que poner a contribución tantas cualidades, tanto esfuerzo y tanto sacrificio que solo puede soportarlo quien no desfallezca y sea capaz de superar todos los desafíos que se le presenten. En el ballet, la gimnasia, el atletismo, el circo, el tenis…solo llegarán arriba los que perseveren hasta conseguir la excelencia. Un pianista tiene que hacer muchos dedos, muchas horas de ensayo para ser un pianista mediocre. Imagínense lo que tiene que trabajar, además de que el talento le acompañe, para ser un gran concertista. En el toreo es igual. Hay que aprender en profundidad primero y después estar tocado por la varita mágica de la genialidad, regalo de los dioses, sin olvidar la suerte, que tenerla, en esta profesión es de imperiosa necesidad ¡Qué difícil es llegar!
Francisca García