Parte 1

La casta navarra, reses cuya origen tuvo lugar en tierras del Reíno de Navarra, prologándose por todos los bastos territorios, abruptos, de los Pirineos españoles. Fueron animales de brava, encastada y fiera embestidas, temidos por toreros y admirados y exigidos por aficionados. El miedo que con su sangre y su raza extendieron por toda la España taurina (por aquel entonces, toda: de la Estaca de Bares a Tarifa y de Finisterre a Rosas) fue tal que llevó a Rafael Guerrita a decir: “prefiero los zarpazos de los tigres de Veragua a las picadas de los mosquitos navarros”. El refranero popular se nutre de muchas más expresiones que mencionan su temida y temible condición, como: “si te pilla un toro de Nazario, no te salva ni el cura ni el boticario”.

Se trata de la casta fundacional más antigua de todas las que enriquecen nuestra Fiesta, pues se tiene constancia de su cría seleccionada desde 1670, aunque recientes descubrimientos aseguran que ya en tierras de Portillo se criaban toros fieros que eran destinados a las corridas. También se asegura, que la casta Navarra tiene algo de sangre de los toros castellanos. Además, cuando en la Plaza de Toros de Madrid (no Las Ventas) se lidiaban reses de distintas procedencias y lugares de nuestra España, durante el siglo XIX, se exigía que las reses aragonesas y navarras fueran las segundas y las terceras, respectivamente, en saltar al ruedo. Solo precedidas por las del Raso del Portillo. Sin embargo, no se puede considerar a esta como la casta fundacional más antigua por diversas razones: en primer lugar, por haber modificado la procedencia de sus reses; y en segundo, por no tratarse de una cría seleccionada, a diferencia de los primeros ganaderos de casta navarra, tal como se desarrollará a continuación. De esto se tiene constancia en el Gran Diccionario Taurómaco, “El toreo”, cuya primera edición data de 1879.

Cierto es que las reses de esta casta fundacional se extendían por las zonas pirenaicas de Navarra y Aragón, descendiendo hacia tierras más meridionales: los afluentes del Ebro y La Rioja. Es más, las aragonesas llegaron a alcanzar mayor esplendor que las navarras en unos primeros tiempos, tal como se pone de manifiesto supra, en los tiempos de la cría salvaje. Sin embargo, el origen de este ramo del toro bravo radica en Navarra, tanto en su mencionada cría salvaje como seleccionada. Por las adversas circunstancias climatológicas y escasez de pastos, se extendieron por tierras algo más favorables, como son las del Ebro maño y las riojanas. Esta adversidad climática es la que explica el menudo tamaño de los “toritos navarros”, como algún picador del siglo XIX se atrevió a identificar, a diferencia de las manchegas, de pelo retinto, que pastaban en la ciudadrealeña Villarrubia de los Ojos. Como prueba de su origen navarro, consta que en 1388, Don Juan Gris lidió en Pamplona dos toros de esta procedencia, escogidos de tierras tudelanas.

Para tratar su germen de cría seleccionada y ganadero con un único fin, el de la lidia, a diferencia de lo que ocurría con anterioridad, es preciso remontarse a 1670. De dicha fecha, consta que el Marqués de Santacara y Vizconde de Castejón, Don Joaquín Antonio de Beaumont de Navarra y Ezcurra, fue quien primeramente escogió aquellos ejemplares de su manada, por razón de sus finas hechuras y bravo comportamiento, para la formación de su ganadería de bravo. Esto no puede confundirse, en absoluto, con la aparición de las tientas, lo cual fue a cargo de Don Vicente José Vázquez. Como mucho se recurría a la ubicación de un saco en el interior de un cercado, para comprobar cuál era la actitud de los toros respecto el mismo.

Murió el noble sin descendencia, deviniendo heredero universal de su legado taurino su capellán: Don Juan Escudero Calvo (cómo son las cosas: dos siglos después, el apellido Escudero también servirá para transferir una legendaria sangre…). A este le compró el corellano Don Martín Virto la totalidad de las reses, en 1715, no adquiriendo fama y prestigio hasta la gestión de su yerno, Don Antonio Lecumberri, esposo de Doña Isabel Virto. Además, fue durante esta etapa, cuando se constituyeron las ganaderías de Don Joaquín Zalduendo, cuya familia mantuvo el hierro hasta 1939, cuyo compradores hicieron aquello tan genocida de eliminar todo lo anterior; y de Don Felipe Pérez de Laborda Mateo. Ambos adquirieron ganado de Don Antonio Lecumberri, por razón de la amistad que los unía. Sin embargo, el último de ellos añadió reses salvajes del Pirineo aragonés, en relación con lo indicado supra. De esta ganadería aún perduran reminiscencias genéticas en la sevillana vacada de Miura. En 1879, en la Plaza de Toros de Córdoba, Lagartijo (el primer “Califa”) indultó a Murciélago, siendo regalado a Don Antonio Miura, para que padreara. Para los aficionados a los coches deportivos, fue este toro el que dio nombre al Lamborghini Miura, así que imagínense la importancia del animal en el seno de la ganadería.

Tras la muerte de Don Antonio Lecumberri, en 1756, heredó la casa ganadera su hijo, Don Juan Lecumberri Virto, quien la gestionó durante menos de dos décadas, pues en 1774, la nieta del primero, Doña Ana María Lecumberri Vicuña, vendió la vacada a Don Francisco Javier Guendulaín. Fue este quien lograra el debut de los toros navarros en Madrid, en 1776. Durante su gestión y la de sus herederos, la fama y el temor de los “toritos” navarros fue in crescendo, dando origen, además, a otras importantes vacadas. Una vez fallecido Don Francisco Javier, son cuatro los pilares en los que derivará su legado: el más significativo, pues alcanzó el punto más álgido y reconocido de los toros de casta navarra, Don Nazario Carriquiri, debutando como ganadero en Madrid en 1864. A él viene referido el dicho popular del encabezado. Actualmente, y por desgracia, la ganadería que aún tiene por nombre su apellido, se constituye a partir de reses de procedencia Don Carlos Núñez. Por otro lado, cabe destacar los otros tres pilares, de menor relumbrón y fama: el de Don Antonio Lizaso, Don Miguel Poyales y Don José Miguel Guendulaín, del que consta que debutó en Pamplona en 1864.

Se han venido a resaltar en este breve apunte de la historia de la casta fundacional, los principales nombres ganaderos que dieron lugar a tan preciado e importante legado genético, sin ánimo de subestimar a todos los demás, cuya transcendencia es vital para la historia del toro bravo.

 

Por Francisco Diaz