Con tal y tan irrebatible expresión sentenció “Guerrita” en su improvisado, y acompañado de un verdadero sentimiento, pésame a Rafael Ortega, “el Gallo”. Había muerto en la toledana localidad de Talavera de la Reina “Gallito”, el que fue, es y siempre lo será, Rey de los Toreros. Malaya sea Bailaor, y malaya sea su estampa; un manso pasó a la historia, como se desgarraba el poeta. Hoy se cumplen cien años de tan triste suceso: un rey cayó en la batalla; pero nunca un muerto estuvo tan vivo. No se trata de absurdos e inertes revisionismos, sino de dar a cada cuál lo suyo. Reclamar justicia, básicamente.

 

No quiero hoy reseñar olvidadizos datos biográficos: ahí están los libros, siempre eternos. Hoy quiero reivindicar la inconmensurable dimensión de tan aguerrido torero. Cien años después del infortunado encuentro talaverano, goza de jovial y dionisiaca vida. Todo cuanto acontece en el mundo de los toros, un siglo después, sigue reposando en los hombros de José. Figura en su época -¡la de Oro!- y figura de hoy. La historia actual de la tauromaquia sigue escribiéndose bajo el dictado de “Gallito”. De ahí que jamás un muerto estuvo tan vivo, pues continúa siendo fuente de vida. Y permítanme la pregunta: ¿hay algo más vivo, pasional y cierto que la tauromaquia? De ahí que se equivocara el bueno de “Rafaé”, el segundo de los califas cordobeses.

 

Digo sin equivocarme que, hoy en día, la tauromaquia aún reposa sobre sus hombros. Fue, sencillamente, un visionario. No caigo con ello tampoco en alharacas ni gestos apasionados. No pretendo ser más papista que el Papa. Los conceptos actuales de la corrida y de la faena, así como de la misma fiesta, se los debemos al hijo de la “Grabiela”. “Joselito” fue el impulsor de las plazas monumentales: Barcelona, Pamplona, Madrid y su apreciada y controvertida joya de Sevilla. Fíjense en la magnitud carismática del gelveño que la construcción del coso madrileño, por ejemplo, concluyó nueve años después de su muerte, en 1929. Tampoco puede minusvalorarse su acertada apreciación del toro más adecuado para la lidia moderna, que él mismo impulsaría: el de la Marquesa de Tamarón. Las vacas y sementales de dicha ganadería se vendieron al Conde de la Corte en 1929. Y este, a su vez, a Carlos Núñez, a Atanasio Fernández y a Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio, entre otros. Un avanzado a su tiempo, en definitiva.

 

José fue, en su contexto histórico, lo que ahora nos denominaríamos como un “icono punk”. Ejemplo de rebeldía, de revelación contra las vacas sagradas del momento. Aprecien, sobre todo, la relevancia del contexto. Dado su revelador o innovador concepto de la Fiesta, entró en pugna directa, en el cuerpo a cuerpo, con los maestrantes. En la clasista y desigualitaria sociedad sevillana de la segunda década del siglo XX, un gitano de humilde cuna echó un pulso a la aristocracia hispalense. Todo ello en su incesante propósito de democratizar los toros; que todos, ricos y pobres, pudieran acudir a las plazas sin privar de demasiado pan a sus hijos. Valía, y vale, lo mismo el dinero del jornalero que del patrono. Mucho se ha escrito, unos más prolijos que otros, sobre los dimes y diretes de la Monumental, acontecimiento al que me refiero. Permítanme la licencia de recomendar a los interesados sobre este extremo el libro de Plaza de Toros Monumental de Sevilla. La dignidad de un proyecto, de Fidel y Julio Carrasco Andrés y Carmen Castillo Rodríguez.

 

Ignacio Sánchez-Mejías con «Gallito» yaciendo muerto.

 

No obstante, el “pleito” no fue ni mucho menos gratuito. El coste fue quizá excesivo, desproporcionado. Alcanzó aquello etéreo, intangible: la amistad. Férrea fue la unión de José y Juan (Belmonte). Sin embargo, el desafío a los maestrantes supuso un terremoto de tanta entidad que incluso resquebrajó esa alianza. Belmonte se puso del lado de los maestrantes, en contra de esa personalidad transgresora siempre predicada. Quizá no lo fue tanto. Mención aparte merece el caso del crítico taurino Gregorio Corrochano, del ABC. Si Belmonte se posicionó, el periodista tomó parte de forma más que descarada. Lo que, en un principio, era amistad, incluso admiración, se tornó en animadversión y crítica despiadada. Aprovechando su tribuna de ABC, las cañas se tornaron lanzas, a diferencia de lo que el refranero indica. Tanta influencia tuvo el incidente que, sin él, la historia de “Gallito” -y por extensión del toreo- se hubiera escrito con otros tintes. “Joselito” fue a Talavera con el propósito de reconciliarse con Corrochano. Años después don Gregorio editó una de las biografías de cabecera sobre “Gallito”: ¿Qué es torear?

 

Con anterioridad, ya he deslizado la amistad entre José y Juan, férrea en la intimidad, que se volvía despiadada competencia sobre el albero. Rivalidad más acentuada, si cabe, entre los partidarios del uno y del otro. Dudo que haya habido amistad más prolífera para la Fiesta. “Gallito” demostró, una vez más, su exquisito carácter visionario respecto a Belmonte. José supo que Juan señalaría el camino por el que Fiesta debía evolucionar. Lo protegió y lo auspició. Lo usó de contrapeso pudiéndolo destronar en cualquier instante. Preparó el toro idóneo para el concepto del trianero, cuyos toros más relevantes tienen nombre propio. José le pudo a todo, o a casi todo. Ambos concibieron el toreo moderno, cada uno con su propia aportación. Pero Belmonte se prodigó en ambientes ilustrados e intelectuales. Chaves Nogales escribió Juan Belmonte, matador de toros, y no un Joselito, matador de toros. En el acervo popular, quedó que la transición al toreo moderno fue obra de Juan, cuando no solo. Tampoco lo supo ensalzar Corrochano. Hasta Pepe Alameda (en Los arquitectos del toreo moderno y en El hilo del toreo), nadie dejó constancia escrita de la mayor aportación de “Gallito” a la lidia: el toreo en redondo. Ahí están las irrefutables pruebas audiovisuales. No fue hasta la Edad de Plata del Toreocuando “Chicuelo” bebió de las dos aguas, sevillana y trianera, para parir la primera faena moderna.

 

Hoy se cumplen cien años de la muerte del mayor prodigio del arte de la tauromaquia. Se cumple también el primer centenario de la viudez de Guadalupe (de Pablo-Romero), sin haberse casado jamás. Murió el Rey de los Toreros, el hijo de Fernando “El Gallo” y de la “Grabiela” y hermano del “Divino Calvo” y de Fernando. Cien años desde que la Macarena se contrajo por última vez, tanto que guardó riguroso luto. Hace un siglo que “Guerrita” quedó desmentido porque con “Gallito” el toreo nació y sigue vivo. Por ello, vitoreen conmigo: ¡Gloria al Rey de los toreros!, ¡Viva Gallito!

 

Por Francisco Díaz.

 

Telegrama con el que «Guerrita» trasmitió su pésame a Rafael Ortega, «El Gallo».