Por Paco Cañamero
Fotografía Julio Hernández Villaron
Se iniciaba el tercio de muerte del segundo astado y José María Manzanares, con su sombrero de ala ancha en la mano derecha, se dirigió al burladero donde estaba su gente para mandar salir a Manolo Macarro, un personaje de Ciudad Rodrigo y brindarle el novillo. Entonces, de los ojos de Manolo, caían lágrimas de emoción, porque era un momento íntimo y especial que unía a dos generaciones y a dos épocas. Todo comenzó con el viejo Josemari, gran amigo suyo desde que en los primeros años de la décadas de los setenta llegase a Ciudad Rodrigo y allí pasase largas temporadas invernales, donde además de hacer una íntima –y con tintes novelescos- amistad con Julio Robles, siendo ambos dos grandes toreros -más completo el charro que el alicantino-, también sembró huella en la capital del Águeda, gracias en parte a su compadre Chema ‘Rodeo’ y Manolo Macarro, quien fueron los grandes amigos del viejo Manzanares en esa ciudad. Y quienes hasta pusieron en marcha la jaranera peña Manzanares, donde a la par un grupo de mujeres fundó la peña Julio Robles, que debió ser la primera femenina que se organizó alrededor de un torero. Eran los tiempos del ‘fino torero alicantino’ y del ‘torero charro que apunta y no dispara’, como tantas veces escribió en esos días Alfonso Navalón, antes de enemistarse con Manzanares, a raíz de escribirle una guasa en el diario ‘Pueblo’ a raíz de disfrazarse de mujer una tarde de Carnaval, junto a su inseparable Robles. Y aquella guasa se hizo una bola de nueva para acabar en una acérrima enemistad y que se pronunciaba por cualquier detalle. Tan grande que hará cerca de veinticinco años, el viejo Manzanares fue anunciado para torear en Ciudad Rodrigo y, durante su faena de maleta se le arrojó un espontáneo y tras vivir uno de los momentos más feos vistos en una plaza en los que Manolo Macarro tuvo que buscar la plaza y convencer al torero para que no se fuese, el diestro echó la culpa al crítico, que desde hacía años mostraba toda la visceralidad con el de Alicante. Desde entonces, el torero no volvió a Ciudad Rodrigo y únicamente mantuvo el lazo de aquella época con su inquebrantable amistad con Chema ‘Rodeo’ y con Manolo Macarro.
Todos esos momentos volvieron a brotar ayer por el brindis, con el añadido que desde mucho antes de irse a torear a la eternidad, ya lo había hecho Chema ‘Rodeo’ y por ello Manolo Macarro, todo un personaje de Ciudad Rodrigo que vive con absoluta pasión la carrera del actual Josemari, desde que dio el primer muletazo, tuvo un momento feliz y de reconocimiento, de íntima amistad y de gratitud, mientras escuchaba el discurso del torero y no dejaban de brotarle lágrimas. Después antes de marchar al burladero alzó el sombrero de ala ancha al cielo en señal de respeto a quien fue su amigo. Porque de todos aquellos que estaban tan cerca de Manzanares padre ya solo queda él y ayer en el palco de la eternidad seguro que se juntaron para ver la faena.
Fue el detalle de la tarde en un festival donde no cabía un alfiler en la plaza, porque ese detalle unía casi medio siglo con tantos momentos inolvidables.
Antes, Manzanares, había recibido al de Domingo Hernández, con una larga cambiada junto a las tablas, para lancear después con gusto y armonía. Se empleó en la suerte de varas para lucirse Paquito Cenizo en dos puyazos. Tra el emotivo brindis toreó con gusto sobre ambas manos, mejor sobre la diestra, aunque aliviándose en ocasiones. Lo mejor los pases de pecho, dos de ellos de pitón a rabo y los remates por abajo que fueron carteles de toros. Mató de manera fenomenal en la suerte de recibir y cortó dos orejas.
Antes, El Fandi se mostró aseado de capa, un utrero rematado y con kilos, muy noble, aunque desde el inicio dejó entrever falta de fuerzas. Se lució en banderillas el granadino con su habitual repertorio, siendo muy jaleado el que cerró el tercio, un par al violí. Brindó al público una faena donde lo mejor fue su toreo al natural para rematar con unos molinetes de hinojos, como prólogo de unas manoletinas Mató de estocada caída y paseo la primera oreja de la oreja.
Juan del Álamo recibió al tercero con lances a pies juntos, sufriendo una fea voltereta sin consecuencias en el cuarto. También brindó al público un torete más soso que los anteriores. Empezó su faena de rodillas y, ya de pie, pronto sufrió un desarme. Desde ahí, el trasteo fue de menos a más, al darse cuenta que el de Garcigrande pedía suavidad y no brusquedad. Cuando lo toreó despacio surgió su mejor momento, aunque pronto se olvidó y el diestro volvió a insistir por lo popular para echar las dos rodillas en tierra e interpretar unos molinetes. Mató de estocada y cortó una oreja.
El novillero local Juan Antonio López Pinto se lució a la verónica en el cuarto y último de la tarde, un garcigrande que de salida embistió con prontitud y alegría. Para el respetable fue su brindis antes de iniciar su faena con las dos rodillas en tierra en una templada serie sobre la derecha a un novillo de enorme clase. A partir de entonces Pinto buscó agradar, siempre con buen concepto y logrando pasajes de mucho interés a una faena que epilogó con bernadinas y rubricó de pinchazo y casi entera. Dos orejas.
Ficha del festejo
Ciudad Rodrigo (Salamanca), sábado 22 de febrero de 2020. Festival.
Se lidiaron reses de Garcigrande (3º y 4º) y Domingo Hernández (1º y 2º), muy bien presentados, con kilos y presencia. Enclasados y nobles de juego.
El Fandi:oreja.
José María Manzanares: dos orejas.
Juan del Álamo: oreja.
El novillero Juan Antonio Pérez Pinto, dos orejas.
Entrada: Lleno