Las mentiras tienen las patas muy cortas. Al igual que las injusticias. La obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo y de eso mismo se encargó el jurado de Ciudad Rodrigo. Cuando cometes una injusticia, hay que reconocerlo, porque si no dejas abierta la puerta a cometer muchas más. Aunque esto no sería nada nuevo.
Ayer Cristiano Torres dio un golpe claro y rotundo encima de la mesa. La plaza de Arzacq fue testigo de su debut en Francia y esa misma plaza fue juez, que no verdugo, del toreo del «pequeño mago de Zaragoza». Para muchos será excesivo apodar de este modo a un chaval tan joven. Pero yo lo tengo claro, y se que será un gran torero. Mi apuesta está hecha. Solo el tiempo me dirá, pero la confianza va por delante. En ocasiones, hay cosas que se notan nada más verlas.
La forma de hablar en la plaza y no en las redes sociales ya hacen entrever su humildad y honestidad. Al final, uno torea como es. Y la valentía, el respeto, el arrojo, el tesón, la fidelidad a su tauromaquia nos dejan entrever las puertas de su alma. Esto es el principio de algo que puede ser grande y bonito. No solo para él, sino para una tauromaquia que necesita como «agua en mayo» jóvenes valores para reverdecer viejos laureles y dar un toque de variedad al mundo taurino, y un aliciente más al aficionado.
En Arzacq, cayeron dos orejas de peso que pudieron ser cuatro. Pero su magnitud y su personalidad no pasaron inadvertidas para el aficionado francés que se quedaron con ganas de mucho más. Probablemente y casi con seguridad esta temporada Francia disfrutará del toreo del joven novillero en numerosas ocasiones. Tal vez incluso lo adopten como suyo, y le siguen por todo el panorama taurino. El aficionado francés es agradecido cuando se hacen las cosas bien, y Cristiano Torres ha demostrado que donde mejor habla es delante de un novillo.
Las ganas de ser torero de este joven han dejado en sin argumentos a las injusticias del ayer. Da igual, no pasa nada. Lección aprendida y ha seguir hablando donde escuchan los que serán juez y parte de este futuro prometedor. Al final, no hay mejor argumento que una puerta grande sin contradicción y al unísono.
Por Juanje Herrero
Fotografía Charline Fabères