Pocas personas habrán vivido una vida entregada con esa pasión desmedida al toro bravo. De apellido Escudero y con raíces en Galapagar, cuando Jesús alumbró su mañana ya estaba predestinado y condenado, a ser ganadero.

Nació en los años del hambre, en la Moraleja de 1948, un pueblo de marcado carácter agricultor y ganadero, y sería el campo, quien diera de comer a los cuatro hermanos. Pronto empezó a coquetear Jesús, más tarde Chuchi ‘el Coriano’, con el toro de casta. En la finca familiar de ‘Las Porciones’, un terruñito muy fértil en plena vega del Árrago, tenía su familia vacas de carne, pero aquellos animales nobles se le antojaron demasiado fáciles.

Sobrino y primo de Adolfo Martín, cárdeno era el pelo y el genio que le gustaba, y el que guiaría sus pasos como ganadero. A finales de los 70 comienza su largo peregrinaje taurino, que compartía puntualmente con el empresariado taurino, casi más por afición que por negocio. Y compró a Manolo Carretas, una punta de deshecho del Raboso, del genial Matías Bernardo, que era puro Coquilla, la rama ibarreña del encaste Santa Coloma. Y un tiempo después, añadiría sementales del hierro de Terrubias, de Manuel Sánchez Cobaleda, de la rama de Buendía del encaste. Con estos mimbres, comenzó a tejer su ganadería, imprimiéndole un sello y aroma totalmente propios.

En aquellos primeros años de empresario, tuvo el hombro de su amigo Paco Lucas para apoyarse. Célebre mozo de espadas y vecino de su pueblo, juntos, harían de la feria de novilladas de Moraleja, el espejo donde hoy se ven reflejadas otras ferias de relumbrón, en los ambientes más toristas. Y adquirió buen nombre como organizador de encierros, en los que se le veía siempre con la ‘varina’, al pie del cañón, detrás de su parada de bueyes. Cuidándolos y mimándolos durante el transcurso de todo el recorrido. Por aquel entonces, los ‘pastores’ eran los que cuidaban los rebaños de ovejas y cabras.

Como un galán de película, Jesús empezó a jugar con los amores de una joven moza de Coria. Y casi sin darse cuenta, quedó atrapado para siempre en quien luego sería su esposa, Maricarmen. Y ahí, empezó a forjarse su mote…

Con la ganadería tenía la sombra de su tío Adolfo para cobijarse, y empezó a lidiar novilladas. Duras, muy duras, de las que pegaban ‘bocaos’. Muy bravas y fieras, tenía serios problemas para encontrar quien se las matara, y Chuchi entendió rápidamente, que su mercado tenía que ser otro; la calle. Y tras sus primeros encierros y lidias en las Fiestas de San Juan, los toros del ‘Coriano’ empezaron a cobrar lustre, contando por decenas, los lidiados y recordados en las fiestas de Coria. Y como buques insignia de su legado, los inmortales ‘Astronauta’ y ‘Argentino’, ejemplos claros de la selección y de las líneas ganaderas de su hierro. El primero, un Coquilla de libro. El segundo, un Buendía como marcan los cánones. Ambos bravos, mucho más allá de sus historias, esas que todos conocemos, y que ahora no toca recordar…

Este es el prólogo que yo, siendo muy crío, conocía de la ganadería de Pérez Escudero. Crecí, como muchos niños de mi generación, con estas historias de campo y plaza. Sintiendo casi propios, nombres como ‘Morenito’ o ‘Maravilla’, ‘Zagal’ y ‘Pavito’, y un buen Domingo de Ramos, en el mesón de Marcial, mi abuelo, culpable de mi afición, me presentó a ese tal Chuchi Coriano. De sobra le conocía ya, y recuerdo como si fuera ayer, esa sensación entre vergüenza y orgullo que se tiene al conocer a uno de tus ídolos, puesto que yo, que no soy muy de fútbol, tenía unos referentes muy distintos a los de mis amigos.

Pasaron los años, y la edad dejó de ser una barrera para fraguar una amistad con él y con su familia, labrada a base de afición y admiración. De horas de camino de ida y vuelta hasta la finca de Tenebrón. De domingos repartiendo camperina con sus hijos y con Vicente ‘Reata’. De intenso frío salmantino y pan de tahona.

El toro de Pérez Escudero, se ganó con creces el apelativo de los ‘toros del miedo’. Un Santa Coloma con tintes muy especiales y una selección particular. Con genio, bravura, y una seriedad y trapío infundida por su mirada. Esos ojos tan expresivos que veo en mi mente cada vez que cierro los míos.
Para los que no creemos en Dios, ni en el más allá, es doblemente triste la pérdida de un amigo, porque no creo que nos volvamos a cruzar. Pero sin embargo, saboreo el doble cada uno de mis recuerdos. Tú legado, Chuchi, sigue vivo en tus hijos y en tu historia. Tus toros, como un tesoro del que también tengo parte, seguiremos disfrutándolos gracias a otro romántico como tú. Y tu recuerdo, aflorará en mí cada vez que vea llover de hostigo. Cuando lleguen tiempos de herraderos. Cada vez que pase por Robleda y su tahona. Cuando con las voces de los vaqueros se oigan campanos…

Por Jaime Bravo