Así se encuentra la capital la capital Navarra, triste.

Como ya nos preguntábamos días atrás si habrían este año o no, San Fermines, cuando todo hacía presagiar que no, lamentablemente así ha sido.

De nuevo el Coronavirus golpea al mundo de la fiesta, acarreando el brutal impacto económico que supone.

Esta misma mañana la Alcaldesa en funciones de Pamplona,  Dª. Ana Elizalde,  quien sustituye al Alcalde D. Enrique Maya, al encontrarse afectado por el COVID19 y retirado momentáneamente de sus funciones, tras una dura y triste decisión, con el consenso de todos los grupos municipales, anunciaba con mucha tristeza la suspensión de las fiestas patronales de Pamplona, “SAN FERMIN 2020”.

Unas fiestas que lamentablemente no han podido ser la excepción, como el resto de acontecimientos de transcendencia mundial y fiestas nacionales. No es momento para chupinazos, encierros, corridas de toros o procesiones. Las medidas de seguridad también son incompatibles con San Fermín. La pandémia del Coronavirus obliga al Ayuntamiento de Pamplona a cancelar las fiestas de la ciudad, que se celebran todos los años del 6 al 14 de julio y se convierte en un acontecimiento de carácter mundial.

Es la quinta vez que no habrá San Fermines en la historia. Estos se suspendieron en cuatro ocasiones anteriores, durante los años 1937 y 1938 a causa de la guerra civil, en 1978 por el fallecimiento de un estudiante tras los disturbios que siguieron al despliegue de una pancarta que pedía la amnistía de los presos de la banda terrorista ETA, y en 1997 tras el asesinato por parte de ETA del concejal PP de Ermua, Miguel Ángel Blanco.

Aquella fiesta alegre de chupinazo, vino y toros que cautivo al escritor norteamericano Ernest Hemingway quien se llegó a integrar de lleno en ella y que tiene su origen en la Pamplona medieval del siglo XII en honor a San Fermín, el primer obispo de la ciudad. Esta celebración conmemoraba el martirio de San Fermín en la ciudad de Amiens, desde este lugar, el obispo Pedro de Artajona trasladó una reliquia del santo en el año 1186. A partir de este momento la devoción al santo se va consolidando con el tiempo, más aún cuando, dos siglos más tarde, llega a la ciudad otra reliquia, extendiéndose su devoción a las poblaciones cercanas de San Cernín y San Nicolás. En esta época el programa de fiestas era escaso en celebraciones, casi todas religiosas, en su honor: las Vísperas, la Procesión, la Octava y la conocida como «comida de los pobres» que corría a cargo del Ayuntamiento.

La Fiesta también se relaciona con las ferias de ganado y las corridas de toros, de las que consta documentación desde el siglo XIV. En principio la fiesta religiosa y los acontecimientos taurinos se celebraban en distintas fechas del año, pero los vecinos de Pamplona debido al mal tiempo otoñal que acaecía cada 10 de octubre, fecha de los festejos del santo patrón, decidieron agruparlos y trasladarlos todos al 7 de julio, coincidiendo con los mercados de ganados. En 1591 se celebra por primera vez la fiesta de los San Fermines. Durante dos días los pamploneses disfrutaban de los festejos, que tenían como escenario la plaza del castillo y comenzaban con la lectura del pregón al son de tambores y clarines.

Durante años e incluso siglos, la Iglesia se opondrá a los cambios que estaba experimentando los festejos en honor a San Fermín, en favor de las celebraciones festivas, en las que el pueblo se preocupaba más por la diversión que por la función religiosa de estas fechas.

Sin embargo, a lo largo de los dos siglos posteriores la historia de los San Fermines continuará siendo un tira y afloja entre la sobriedad religiosa de la autoridad y la transgresión festiva de las gentes. La jerarquía eclesiástica de la ciudad denunciaba lo que consideraba grandes gastos, los excesos en el beber, comer y la relajación en el decoro, reclamando una vuelta a lo puramente litúrgico de adoración al santo.

Ya en el siglo XX las fiestas se muestran en su máximo esplendor, se van incorporando nuevos festejos y la improvisación pasarían a ser tradición en los San Fermines. A principios de siglo se incorpora el Riau-Riau de la mano de un grupo de carlistas, encabezados por Ignacio Baleztena, para con un tono festivo incordiar a los ediles liberales a su paso por la calle Mayor. Ya en los años de la posguerra Jokintxo Ilundain y José María Pérez Salazar decidieron dar comienzo a las fiestas con el estallido de un cohete EL CHUPINAZO y así dar más alegría al inicio de unas fiestas que incorporarían los famosos encierros. Unos San Fermines de carácter popular que a lo largo del tiempo se han ido universalizando.

Una fiesta que cautivo al premio nobel Ernest Hemingway y que dió a conocer en 1926 con la publicación de la conocidísima novela «Fiesta», originariamente «The sun also rises», a lectores de medio mundo, influidos por  las interioridades de los San Fermines y las vivencias del premio nobel en las fiestas de Pamplona.

La ciudad se queda pequeña para albergar al gran número de visitantes que acuden todos los años. Sin embargo la hospitalidad de los lugareños, el ambiente participativo que se respira en la calle hace que los de fuera se sientan como en casa y se integren en la magia de los distintos actos festivos. Muchos son los que vuelven año, tras año, igual que Ernest Hemingway, regresaba a su alegre y festiva Pamplona.

Una Pamplona cuna de peñas taurinas incluso de países como Suecia, Noruega y Estados Unidos.

Una Pamplona, la Pamplona alegre y festiva de Hemingway, que hoy llora a los más de 21.000 fallecidos en toda España y las consecuencias de una pandemia de nombre COVID19.

 Una Pamplona “TRISTE”

Mati Obiol