Silencio. Un escandaloso y frío silencio se ha instalado en los talleres donde se cosen y confeccionan los trajes de los sueños y las tragedias. Unas salas antes acostumbradas al calor, al bullicio y las prisas por terminar las piezas a tiempo para los toreros, que ahora callan. La pandemia ha azotado con violencia a un sector derivado de la tauromaquia, dejándolo sin ventas y sin ingresos. Un flagelo agitado con la inversión económica del año realizada, con todos los recursos humanos y materiales listos para la brega de la temporada. El silencio reina en ellos, ni una queja, ni una súplica. Silencio. Las pérdidas abocarían a cualquier hombre cuerdo a abandonar, a bajar la persiana y buscar una nueva manera de llevar el pan a casa, pero a ellos no. Son unos locos, unos fanáticos de una profesión que borda en los ternos las ilusiones, los sueños y los anhelos de quienes deciden por convicción propia, jugarse la vida enfrente de un animal: El toro de lidia.

Una afición desmedida y un respeto a la fiesta “más culta del mundo” como diría Lorca, les lleva a seguir, a no tirar la toalla, a esperar tiempos mejores. Con las cajas de sus tiendas a cero muchos días, con unos ahorros que bajan al ritmo que suben los contagios, con unas expectativas tenues sin nuevos encargos… aguantan. Sin grandes quejas, sin ruegos, pero con la elegancia y los valores que defienden la fiesta de los toros, de la que son parte tangible y necesaria. Por desgracia, a veces, unos desconocidos en la cima de su profesión taurina, alejados del gran público, pero cercanos a los protagonistas. Unos hombres que viven en la sombra de la tauromaquia, sin los que la fiesta perdería uno de los eslabones que la hacen única. Unos hombres que conocen los sueños de los toreros desde que son niños, desde sus primeros bordados en los que comienzan a dibujar sus sueños; que son partícipes de cada una de las alegrías y desilusiones de los héroes que se enfundan el chispeante.

En 2019 le fue concedida la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, a la Maestra Nati. Una sastrería ilustre, añeja, de toda la vida. Ahora recoge el testigo su hijo, Enrique Vera, sastre de vocación desde niño. Un hombre soñador y optimista que, a pesar de la situación, sigue esperando volver a plasmar historias en las chaquetillas. El confinamiento les ha cogido con una inversión de 50.000€, de los que ha podido recuperar unos 14.000€ que hacen unas cifras duras. Una previsión cercana a los sesenta trajes de luces, a lo que hay que sumar, por ejemplo, los capotes de paseo que ya tenía preparados como el bordado con la Esperanza de Triana y los que estaban encargados que, ahora, quedan en las vitrinas totalmente terminados a la espera de que vengan a por ellos: “No decimos nada a los toreros porque estamos todos igual, hay que tener empatía”. Sesenta obras de arte sin dueño, sesenta bordados con los que sus propietarios, soñaban bordar el toreo y entrar en el Olimpo de la tauromaquia y que ahora quedan varados en una vitrina de la que quién sabe cuando saldrán o sí quedarán olvidados para siempre.

Para Enrique, la afición pesa más que la desesperanza y los problemas, su mundo es el de la tauromaquia y vive por para el toro: “Es lo que amo desde pequeño. Para mí el toro es una filosofía de vida; es mi vida”. Lejos de desanimarse, ha tratado de aprovechar estos tiempos sin encargos para perfeccionar técnicas y ahondar, aún más si cabe, en su profesión: “He montado y desmontado las mismas chaquetas una y otra vez. En un trabajo manual, no se puede perder la técnica”. Un sastre que ha vestido a todas y cada una de las figuras del toreo, que sabe lo que es tocar la gloria; un desconocido en la cima de su profesión para muchos aficionados. Un hombre que cerraría su sastrería luchando como un bravo por su vida: “Para cerrar la sastrería, sería verme sin ningún recurso”.

La sastrería de Justo Algaba atraviesa una situación muy parecida, con la agravante de que la inversión económica de inicios del curso taurino puede contarse con unas cifras mucho más elevadas. Un equipo de cincuenta personas, con un capitán al frente que no tiene en sus planes saltar del barco antes de salvar a todos y cada uno de sus tripulantes: “Me decían, te tiene que jubilar. Yo les respondía ¿Ahora? ¿Y dejar a toda mi gente de lado? El capitán del barco tiene que ser el primero que entra y el último que sale. Sí alguien se tiene que perder, es él”. Un hombre de antaño, fiel a sus principios, aunque la situación sea apremiante. Una persona que no se ha quejado en ningún momento a pesar de la dureza de la situación; tanto personal como de su equipo: “No creo que notes en mis palabras un ápice de queja. No cuento ni exagero. Digo mi versión tal y como es”.

Justo tiene preparados y listos los trajes que le fueron encargados, pero al igual que sus compañeros, entiende que muchos compradores no puedan hacerse cargo del chispeante por la situación actual: “Tenía todo listo. La ropa de Morante y su cuadrilla para Valencia, Castellón y el Domingo de Resurrección (…) Morante ha venido a recoger sus trajes. Yo le pregunté porqué lo hacía y me dijo que los usaría, aunque fuese para entrenar. Finalmente pudo estrenar uno, aunque los otros aun no”. Un negocio parado, pero reconoce que hay sectores peores y más afectados. Para él, la queja no tiene sentido, pero piensa que hay que solucionar la situación cuanto antes: tanto en su sector, como en la hostelería, turismo, pequeño comercio… “Me ha tocado vivir esta época y la tengo que sacar adelante”.

Humilde y sincero, durante el encuentro nada de lo que dijo fue para presumir de precaria situación, ni para dar pena. La verdad va por delante siempre en su palabra: “No soy catastrófico y veo las cosas con optimismo. Prueba de ello, tal y como están las cosas, es que no he tirado la toalla. Tengo a mi gente en ERTE y no les pagan”. El sastre ha asumido que todo lo que tiene es gracias a su equipo y que es su deber continuar pagando el salario de sus trabajadores a fondo perdido ante el impago de los ERTES. Un hecho que define perfectamente como es Justo Algaba, una persona de ley a la que podrías confiar tu propia vida. Un hombre de talento, un genio místico de su profesión que se crece ante la adversidad: “Por delante está lo humano, la ayuda. Lo que tengo es gracias a mi equipo, a mi gente. Ellos han cumplido sus compromisos morales y profesionales conmigo. Ahora nos toca estar con ellos, no dejarles de lado”.

El sastre Raúl Rodríguez, afincado en Béjar se dedica al mundo del traje de campo. Al igual que sus compañeros de profesión, está atravesando una situación complicada: “Estamos fastidiados”. Un hombre acostumbrado a descolgar el teléfono y escuchar la voz de las figuras del toreo encargándole ropa y trajes, ha visto como los encargos han entrado en una dinámica a la baja: “Antes venía un matador y me encargaba por ejemplo un traje y tres calzonas. Ahora viene y te pide una calzona y un chaleco”. Optimista de corazón, cree que la situación poco a poco va mejorando a pesar de que esta situación le ha cogido con todo listo para el año: “Vamos poco a poco. Con lo poco que se encarga hay que seguir adelante (… Tengo mucha ropa por recoger y entregar, pero claro ¿Cómo le digo a un torero que venga a recoger sí no tiene ingresos? Estamos todos igual”.

Raúl está cumpliendo el sueño de su vida, dedicándose a aquello que ama por encima de cualquier otra profesión, la aguja y el hilo: “Llevo toda la vida dedicado a la sastrería”. Para cerrar, reconoce que hay motivos de sobra, pero por encima de todo está su pasión y sus trabajadores. Aguantará hasta que se terminen los ahorros de una vida dedicada a la sastrería, vistiendo no sólo a matadores de toros, si no a personalidades del mundo del caballo y estando presente en muchos de los más prestigiosos acontecimientos del mundo ecuestre: “No me he planteado cerrar. Lo que sí he hecho es pensar hasta cuando aguantamos y cuantos ahorros quedan”.

Álvaro Solano

Imágenes cedidas por: Enrique Vera, Justo Algaba y Raúl Rodríguez/gcb_comunicacion_digital