-Culpa a los cronistas taurinos de algunas “deficiencias” y monotonías del toreo y con chungos y divertidos argumentos exalta la cualidad de “un gato” en el ruedo.
-Está convencido de que todo lo que la plaza contiene está contra el toro ¡hasta la música que para chincharlo toca cuando lo arrastran¡
Seguimos leyendo, “aprendiendo” y vacilando con don Wences. Algunos, no sé si quedan, solo recuerdan las crónicas de Vidal, Navalón, Zabala, Mariví, Molés, Posada, Don Lance, Perelétegui…y nunca “atendieron” al gallego Fernández Flórez. Se lo perdieron.
Recomienda petardos para los toreros mansos “porque no hay cosa que asuste más a los toreros que los ruidos en los pies”.
Califica a la corrida como un desafío o lucha aceptada por ambas partes: “Los toros creen que vencerán, porque si no en vez de tirar cornadas se acostarían pidiendo clemencia, y los toreros creen que vencerán ellos”.
Crítica para todos: “Si el torero exige toros chicos y débiles el toro debe exigir matadores de 12 años, convalecientes o con tifus. Si el ganadero sirve becerros, que se compren a precio de carne para el consumo. Si el empresario anuncia y consiente que baste para entrar en la plaza el carnet de Acción Católica, del Rácing de San Gregorio o de una cooperativa agrícola”.
“Los toros fatigados corren detrás de un peón, como corre un mendigo tras un transeúnte. No para matarle sino para pedir su ayuda. Para pedir amparo como hambrientos”.
“Antes echaban cigarros en la vuelta al ruedo pero ahora entienden que ganan bastante para pagárselos y tiran ropa, gorras…pero los devuelven porque los confunden con ropavejeros”.
“Llevan a las plazas puros especiales, meriendas, bebidas, alguna novieta…y eso quiere decir que no confían en divertirse con lo que haya en el ruedo. Van predispuestos suplir el aburrimiento. Para evitarlo sería bueno soltar por los tendidos, de vez en cuando, un toro para provocar la emoción”.
“Las “mujeres toreras” debieran matar mejor porque están acostumbradas, de toda la vida, a enhebrar agujas”.
El escritor costumbrista referido está convencido de que todo lo que la plaza contiene está en contra del toro: “Los burladeros donde se esconden los toreros, los caballos con parapetos para que topen los toros, los músicos que tocan cuando lo matan para chincharlo, los espectadores que incitan a los toreros, los guardias que no dejan saltar al ruedo a esos aficionados fáciles de cornear…”.
También recurre a Portugal para comparaciones: “Lo malo de los toros en España es que los matan a la primera salida al ruedo- los que se salvan quedan para sementales –y no ocurre como en Portugal que como salen más veces ya conocen a caballistas, banderilleros, forcados…y aprenden a embestir y otras cosas. Cuando no se comportan debieran devolverse y sacarlos otro día”.
A vueltas con la monotonía: “El toro siempre hace lo mismo y no sabe torear. Por eso, a veces nos aburre con la misma faena y los mismos movimientos. Es tan tonto que no acomete al hombre sino a una tela que lleva en la mano. No hay otro animal que excitado por el hombre persiga la tela y no al hombre”.
Ataca a la vulgaridad en “las faenas reglamentadas y tan profundamente vulgares que estamos esperando la arbitrariedad de los recursos”. Aquí menciona a Rafael “El Gallo” que aportaba revolución, escándalo, improvisación, arbitrariedad, compañías de la Guardia Civil con tercerolas cuando actuaba en Madrid… con miedo al toro y al público. No había lucha y “Rafaé” se disculpaba diciendo que “los toros como el caballo debieran tener sangre y finura y allí soltaban toros normandos”. Ole
Comenta cómo el deporte es un placer activo y los toros, contemplativo.
“El público se desmayaría de risa si sacaran un gato al torero y todos anduvieran pendientes de él y sus piruetas. Debieran sacarlo cuando hay aburrimiento”.
Al final del libro hace don Wenceslao una reseña de la plaza lisbonense de Campo Pequeño donde hay forcados y torean Manolete y Ortega con un toro chiquitín…Salen siete mansos: “De piel color amarillo gastado como los chalecos de ante cuando se usan muchos años, bueyes con un vago aspecto de empleados de poco sueldo o de mucha familia”.
Total que con lo que se entretuvo más el personal fue con un “campino” de Infante da Cámara que trepó del callejón y se “batió a puñetazos con un aficionado que criticaba la pequeñez y blandura de los toros y fue devuelto de un puñetazo al callejón. Fue lo más divertido de la tarde y quizá yo comprase en el futuro billetes de toros si me garantizasen escenas parecidas”.
Al final del libro escribe que “los aficionados de esta generación continuarán fieles a los tópicos que endurecieron su inteligencia, los críticos cerrarán los ojos…pero yo he dejado oír mi voz y otras se unirán a la mía contra los intereses creados. El Protestantismo taurino irrumpe con mi obra en nuestra civilización. La Historia dirá la última palabra”.
El libro termina así: “Más sin esperar lo que ella diga, hoy mismo…los toros y yo sabemos que tengo razón”.
Hacía décadas que no leía este libro y he disfrutado. Solo traigo unas muestras pero todo él es una ocurrencia aunque tampoco hay que despreciar la crítica fundamentada y el conocimiento del autor. Para la crítica, la guasa y la chunga…es menester una cultura taurina fuerte. Y creo que este hombre la tuvo y la cocinó con humor. Si tienen oportunidad no se lo pierdan.
El libro se lee completo y seguido…cuando hay tantos tochos de todas las materias que es imposible llegar a la mitad por muy importante que sea la firma o sospechoso el epígrafe.
Algunas de las “observaciones” de don Wences tienen fundamento independiente de su guasa. En el toreo, creo que ha sucedido siempre, con distinto corte, personalidad, enfoque…se repiten en una tarde “normal” la misma escena en cientos de pasajes. El natural, derechazo y el de pecho suceden con prodigalidad.
He controlado algunas tardes novilleriles en Arnedo, y publicado está, que en seis faenas ni llegaban a tres por novillo las ocasiones de torero natural. Eso trae monotonía por mucha calidad que tengan los once mil derechazos.
La verónica es lance capotero esencial pero hay cientos más para elegir…y las gentes del común agradecen la diversidad con verónicas incluidas.
Natural, derechazo y el de pecho…con la cantidad de pases y detalles que hay para rematar las tandas sin pensar en exquisiteces de artistas. Claro que el toreo diverso hay que interpretarlo con reunión, sentimiento, lentitud, limpieza, buen corte…no amontonando. Y teniendo en cuenta que la mayoría del público, que mantiene el tinglado, se divierte, también, con estampas que los tres entendidos condenan por populistas y que para nada borran lo de más calidad y clasicismo.
Un menú más variado, bien cocinado y servido, entiendo que está necesitando la fiesta de toros en estos momentos tan delicados para sobrevivir. Los “productos” son más rentables cuando interesan a mayor número de ciudadanos que tienen libertad para elegir.
No es menester ser historiador para recordar épocas del toreo con grandes figuras y justo público. Esos mismos toreros clásicos e importantes siguieron toreando, con más frecuencia, cuando llegaron “novedades” que movieron más espectadores y aumentaron los festejos desviándose de la línea “seria de toda la vida”. Por escribir de algo o hacernos entender de alguna manera.
Pedro Mari Azofra