Los subalternos, a pie y a caballo, protagonizan un capítulo indispensable en la fiesta de los toros.

Durante décadas, y en diversos diarios, he mantenido en ferias importantes una sección que más o menos se titulaba “Los que se visten de plata”. Quise difundir y abarcar a las cuadrillas de picadores y banderilleros, olvidados, que forman a las órdenes de los matadores de toros o novilleros. Aunque me entregué más con los que lidian y colocan rehiletes, las dos cofradías protagonizaron numerosos titulares.

Entendí siempre que en la cuadrillas había quince toreros que completaban el espectáculo y que históricamente, y hasta hoy, se les ha echado escasa cuenta. Añado, sin temor a equivocarme, que el noventa y nueve y medio por ciento de los asistentes a un festejo desconocen en la plaza a la totalidad de los quince referidos y los llamados aficionados distinguen media docena de subalternos y un par de picadores de la totalidad de cientos. Los informadores, si alguno se desmontera, suele saber el nombre de “la media docena” que hace años destaca. De los que llegan o no se han asentado con éxitos repetidos…nada de nada.

La situación actual de todos los referidos como “despistados” ha mejorado, multiplicando por muchos, a la de hace unas décadas. Hay que agradecer esos libritos, programas, hojas, trípticos…gratuitos y detallados con los que se puede seguir al que lidia o parea porque hasta el color de los ternos nos señala. Una ovación para Tinico de Tudela, en nombre de todos los publicistas, por su ayuda.

Es lamentable que solo un par de plazas de toros dispongan de un luminoso en el que se indica nombre y “documentación” del toro, nombres del picador y rehiletero de turno, título y autor del pasodoble y otras anotaciones y avisos que ayudan al pagano a mantener la atención, completar la panorámica y al disfrute general del espectáculo. Por ley, y consideración al espectador, debiera ser obligado instalar estos recursos ya generalizados en los pabellones y canchas de todo tipo. No es normal que la Tauromaquia esté anclada en algunos detalles obsoletos de siglos pasados.

El capítulo de los de a caballo es sencillo de resumir. El público en general, y en todas las plazas,  aplaude los picotazos inofensivos, si es uno mejor que dos, y protesta varas en el morrillo, o casi, si estas duran un poco o dan impresión de que el picador está castigando fuerte, como a veces piden algunos toros. Lo de ahormar, detener…El personal toma aquello como un pasaje más…hasta que llegue la suerte de la madera que la mayoría aplaude si quedan clavadas las frías sin disparate manifiesto. Es lo mismo al sesgo, con recorte, a cuarteo, lo más frecuente, de frente, de poder a poder, a sobaquillo, relance o con salida falsa. Es tercio muy estimado el de las alegradoras, por el toro y la mara, y hasta cuando se colocaban “viudas” a toros intratables son coreadas.

Con ciertas ganaderías y algunos ejemplares que dan muestra de “peleones”, se quiere dar espectáculo con la suerte de varas y se pone lejos  al toro para que el del castoreño cite y espere la acometida echando el palo un poco antes de que el toro toque parapeto. Es detalle poco frecuente que si resulta limpio y vistoso entusiasma a todos.

Cuando se escribe o habla de auxiliares hay diversidad de opiniones. Unos entienden que los subordinados no deben lucirse con los palos sino limitarse a cumplir y ser muy discretos. Otros afirman que lo esencial de los ayudantes es lidiar limpio y tratar  de mostrar el lado bueno o las formas de embestir del cornúpeta. A veces, saltan al ruedo toros mansos, con peligro evidente desde varas, y el comportamiento subalterno hace pensar que adrede están dramatizando el peligro para preparar el terreno a favor del jefe que se supone no va a lucirse.

El que esto firma está convencido de que un buen sirviente torero debe estar bien con la capa y colocación y parear para merecer saludar montera en mano. Lo uno no quita lo otro y tras ovaciones rehileteras el público está predispuesto a favor del jefe cuando inicia el muleteo. Muchas tardes recuerdo como lo más destacado de una corrida, y más divertido para el público, una docena de palos ovacionados…y a veces más. No olvidemos que lo correcto en una corrida pueden ser 18 pares.

En el toreo de todas las épocas hubo históricos banderilleros y los hay en la actualidad. Ahora mismo podría citar medio centenar de cuarenta años hacia acá. Que siendo subordinados, dependientes, ayudantes…, designaciones para nada humillantes o despreciativas, se hicieron con un nombre destacado en la evolución de una profesión que no abarata o subvalora el nombre. Son toreros. Toreros de plata me ha gustado llamarles aunque ahora no abunda la plata en sus vestidos. Hay mucho hilo, azabache, tinto, naranja…Lo mismo que el oro clásico en las chaquetillas de los maestros o varilargueros ha sido sustituido por otros adornos y bordados a veces inspirados en ternos de hace más de un siglo.

No puedo olvidar en este marzo, con la temporada taurina desbaratada por la peste esa del virus, el verso alejandrino de san Antonio Machado que hallaron en el bolsillo de su abrigo. El último que escribió, en el destierro de Collioure, la víspera de su muerte: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Mucho menos indultar su tan conocido anhelo: “Y antes que un tal poeta, mi deseo primero hubiera sido ser un buen banderillero”.

En la literatura taurina hay numerosos poemas dedicados a los banderilleros y casi no recuerdo dedicados  a los varilargueros que en el conjunto de protagonistas suelen ser considerados los “malos” de la película cuando su tarea, si tiene lugar y no se enfrenta a un inválido, es influyente en las posibilidades de triunfo del matador.

Salen toros que por su fuerza, empuje y fiereza, sería imposible lucirse con ellos en la muleta, por muy poderoso que sea el muletero. Hay otros que apenas se tienen  en pie por impotencia e invalidez y que debieran ser devueltos a corrales en una fiesta de toros donde lo más opuesto a un toro es un cuadrúpedo lisiado o tullido.

Si al buen corte, toreo limpio, quietud, variedad…no acompaña la emoción y víspera de peligro de un toro serio, no es menester un veleto o cornivuelto exagerado, la escena permite charlar, comer pipas o buscar un gin-tonic. Por supuesto que, aunque no sean endebles, los cubetos, gachos, brochos, hormigones, despitorrados y mochos nunca debieran de aparecer en una corrida de…toros. Ni de segunda, ni de tercera ni de cuarta. Aunque corran o embistan son muy negativos para el público.

Lo peor del caso es que algunos de los citados al final lucen esas hechuras porque lo exigen los toreros y el público lo tolera. Hay gachós que presumen de aficionados, suelen ser devotos del santo del barrio, y son intolerantes en los tendidos menos cuando torean ciertos coletudos que no les importa que maten el cerdo de san Antón en vez de un toro ¡Así van las taquillas!.

Pedro Mari Azofra.

PIE DE FOTO: Diego Urdiales y sus auxiliares “El Víctor” y “Villalpando”, hoy su apoderado. Logroño, 2007.