Antonio Ferrera, intrépido, heroico y diverso, improvisó, saltándose reglamentos, modelos y precauciones, exponiendo su vida toreando y actuando.

Terminé de ver por Movistar la corrida de Antonio Ferrera y sentía una impresión muy fuerte y emocional como bípedo. Prescindiendo de mi afición o historial de informador, divulgador o crítico taurino…ya olvidado. No tomé una sola nota ni me distraje un segundo salvo preparando, en los arrastres bóvidos, un par de gin-tonics aliviados.

Al día siguiente, domingo, alterné en mis vinitos y lugares de rigor… y lo inevitable: “¿Qué te pereció la corrida de ayer en Badajoz?”. Mintiendo, dije que no la vi. Por obtener impresiones diversas y libres. “¿Cómo fue?”. Con entusiasmo, o casi, manifestaron distintos videntes que fue “divertida, atípica, una charlotada, peligrosa, extravagante, original, rara, insólita, inusual, entretenida, emocionante…”. Entre vaso y vaso traté de sacar si les gustaría ver alguna similar y hubo unanimidad: “¡Sí!”. Hasta los más críticos.

Lo anterior contrasta con las veces que tenemos que escuchar lo de “vaya coñazo, qué mierda de toritos inválidos, qué pegapases, qué monotonía, siempre lo mismo”…y rollos similares.

Quiero señalar que incluidas excentricidades hubo espectáculo con improvisaciones, diversidad…que la épica superó a lo estético, que no faltó variedad, frente a la monotonía que tanto abunda, y la intrepidez y bizarría contra las huídas disimuladas, precauciones y falta de decisión que a veces exigen las circunstancias cornudas. También hubo rincones no de mi gusto.

Para empezar con fundamento, salió al ruedo una corrida de toros con edad, defensas, cuajo, seria y difícil para el triunfo salvo un par de ellos. El protagonista se saltó a la torera las reglas, reglamentos, formas, modelos, conductas…hubo cierto desorden y así como anarquía. Pero lo insólito, dentro de cierta pauta, también gusta, interesa y aporta momentos bellos y de riesgo. Vimos escenas dramáticas y también de torería. Cuando en el toreo no hay víspera de peligro, que da el toro,  nos acercamos al coñazo.

La estampa de ver  a Ferrera salir del ruedo a hombros de toreros es  histórica cuando estuvo a punto de ser herido de suma gravedad en el último. Y es más emocionante cuando, entre los “costaleros” o “capitalistas” de plata que lo portearon, estaba José Manuel Montoliú a cuyo padre lo mató un toro en  Sevilla en la salida de un par. Recuerdos.

El prólogo fue con el agradecimiento de unas docenas de chavales de la Escuela Taurina de Badajoz que tan bien lleva Luis Reina y tantos frutos ha dado: Talavante, Perera, Ferrera, Garrido, Emilio de Justo, Ginés Marín, Tomás Angulo…De esas tierras me suenan los modestos Antonio Mahíllo, Luis Alviz…luego Juan Mora, Reina, Morenito y Sánchez Cáceres, pero hoy llenan el escalafón y en alguna de las grandes ferias se han juntado cinco pacenses.

Antonio Ferrera, con cuarenta años bien cumplidos y 23 de matador de toros, curtido ya desde novillero con hierros duros de pelar, demostró, a su manera,  afición, preparación y ganas de mantenerse a cualquier precio. Sus trincheras, revoleras, afarolados, recortes, desdenes, gaoneras, caleseras…o vaya usted a saber, los siente, carga y remata poniendo el alma. La forma de matar, yendo hacia el embroque ocho o diez metros enseñando la sarga, nunca la había yo visto. Ni me entusiasmó. Pero sorprendió. Aguantó la voltereta y achuchón del tercero sin mirarse. Lo de la muleta armada en la zurda para un  par de series…y la cogida del sexto fue de las que suelen decirse “de cine y muerte” cuando no sucede nada. La vi con real peligro si el toro lo estampa contra las tablas. Más que pasarlo de pitón a pitón por lo bien que está de peso Ferrera.

Este último “zalduendo”, que al final se vio podido y se abochornó yendo a tablas, no tuvo nada bueno y además le puso un par el matador, dos la cuadrilla, lo saltó un garrochista dos veces, le hicieron quites los sobresalientes Álvaro de la Calle y Chapurra y el público le pidió un par al matador que trató de ponerlo “al violín” y fue prendido, levantado y manteado de forma horrorosa con los dos serios pitones. Fue algo tremendo y salió ileso para empezar y terminar una faena meritoria por las dificultades del toro, que por el izquierdo había tocado al garrochista.

Tras la estocada mortal a uno de sus toros le enjaretó una tanda de naturales recordando a Julio Robles, otro son, que también tenía esa costumbre.

Nunca faltó la víspera del drama en el proscenio donde actuó y toreó. No deslumbró con toreo templado, sobrio, riguroso, reunido, encadenado…Fue un compás un poco rápido pero marcado de verdad por la entrega y la sorpresa. Sin las pautas y el pentagrama de a diario.

Para colmo de bienes musicó el festejo la sinfónica del maestro Tejera que ameniza las tardes en La Maestranza sevillana: “Nerva”, “Cielo andaluz”, “Ópera flamenca”…Fue una tarde para recordar sin excesivas reflexiones clásicas. Creo que fue Ortega y Gasset quien dejó escrito que cuando en el toreo la épica haya desaparecido y solo quede la estética habrá que pensar en el fin de la fiesta de toros.

En este espectáculo suele haber, de siempre, un fajo de aficionados especiales, muy pocos, que desprecian lo que no es estrictamente arte, clasicismo, ángel, pureza (no puro habano), temple, compás…que nos gusta a todos. Son pocos, no suelen pagar en taquilla y olvidan que hay un toreo populista, impresionista, que gusta sin analizar, que favorece, por taquillero y popular, que puedan torear más los artistas exquisitos que no suelen mover la leña en taquilla.

Chamaco I, con el cañón, la pistola, el mosquetón…y el valor multiplicó por 10 las novilladas en Barcelona y permitió que el buen corte torero de Joaquín Barnadó pudiera apreciarse 25 tardes en vez de dos. Es un ejemplo fácil para los pertinaces de idea fija. El Cordobés, Litri, Jesulín…

Claro que actualmente el toreo de lujo de Urdiales, Aguado, Ortega…y otros es diferente al de Ferrera. Y que la solemnidad de Ordóñez,  los naturales y estocadas de Rafael Ortega, el gusto y la estética de Camino, temple de El Viti o la bella y sentida naturalidad de Curro tampoco entran en el impresionismo primario. Pero si el toreo fuera todo igual, o la pintura, sobraban firmas hace siglos.

Pedro Mari Azofra

En la imagen, Antonio Ferrera en la corrida mencionada de Badajoz.