Tarde de aniversario. Casi lleno. Faltaron pequeños huecos por llenarse.
El público ansioso tras días de inquietud ante la probable prohibición de los festejos taurinos en la Plaza México.
Pero la afición y la justicia llevaron la razón.
La ganadería anunciada fue Xajay, propiedad del arquitecto Xavier Sordo, quien envió un encierro digamos “presentado”, aunque disparejo. Una ganadería más que centenaria que tuvo días extraordinarios y fue siempre respetada. Hoy el encierro completamente desfondado, acusando sosería y mansedumbre que triste es el común denominador del ganado en los últimos años.
Me cuesta un poco de trabajo decir lo siguiente, pero es una constante en nuestro coso. Lamentablemente ya la suerte de varas está perdiendo el rumbo. No vemos un puyazo en forma.
Yo recuerdo que desde niña me decían los que sabían del tema, que a un toro que apunta mansedumbre hay que sacarle la casta, hay que pelear con él en el caballo, “hay que pegarle”. Pero hoy día, es muy raro que veamos esa codicia y esas bellas maneras de los animales en su lucha al caballo. Y mucho menos en el proceder de los jinetes, quienes aflojan la vara al segundo. Lo cual tampoco permite los quites y esa sana competencia que alborotaba a las alturas.
Hay que recordar que la mayoría de las ganaderías que llevan en su genética la sangre de Saltillo en México, tienen mínimamente un dieciseisavo de manso, pero “en la búsqueda de un toro a modo, se han pasado y hoy la falta de casta es la que predomina en cada festejo”, recordaba hace unos días con mi muy querido amigo de tertulias.
El viento vino a divertirse, lo cual en ciertas circunstancias no fue tan apreciado.
Sebastián Castella ha tenido una gran tarde. Y como los buenos vinos, ese paso del tiempo le ha dado un sabor característico en boca que llena todos los sentidos. Ha sido un torero del gusto de la afición mexicana y hoy vino a refrendar su lugar, y a demostrar el respeto y amor que siente hacia su profesión y esta plaza que le ha visto grandes faenas.
CHÂTEAU LAFITE ROTHSCHILD 2017, según los conocedores ha sido considerado como el primero de los “Premiers Grands Crus” de Pauillac. Un vino que no requiere presentación. Sinónimo de elegancia, delicadeza y finura. Un vino elaborado con uva Cabernet, Merlot y Petit Verdot, que se debe a las barricas de roble francés en las que permanece por 20 meses. Es un vino que va aportando sus notas a través del paso del tiempo, de la sabiduría con que se entrelaza con el sutil toque del romero, la fresa, la menta, el cedro, violetas, almendras y tabaco. Largo en paladar, amable, potente y armónico.
Y es importante hablar de él, pues se ha conjugado perfectamente concentración, protección y delicadeza.
Así el francés fue dando su tiempo, distancia y temple a cada muletazo que iba atrayendo la atención de su primero. Una faena sublime, en la que la sabia paciencia fue saboreando cada trago, hasta que la explosión en boca descubrió el poderío. Pero también hay que reconocer que el buen vino no es para cualquiera. Hay que tener sensibilidad, hay que saborear, degustar y embeberse con la armonía de los sabores. Hay que captar cada uno de ellos y es lo que se demostró en el ruedo.
Hace una semana criticábamos la falta de empatía y respeto de Andrés Roca, hoy vi lo contrario. La sensatez con la que fue convenciendo a sus astados fue sublime. Sin aquellos arrimones estruendosos, más bien con la sutileza de una dama acariciando en su lecho a su amante. Y no por un compromiso cualquiera, sino toreando para sí mismo. Disfrutando cada segundo delante de la cara del toro y compartiendo esos momentos con los afortunados que lograron entenderlo.
“No se puede dar perlas a los cerdos”.
Un vino que se disfruta sin maridaje. Él mismo lleva toda la esencia pura de su existir en el último trago. Ambas faenas culminaron de forma correcta y recibió una oreja en cada uno.
El común denominador fue el fondo que puso el francés, ambas faenas se centraron en la armonía de sus sabores, cabe mencionar que la copa no era precisamente de un fino cristal y tenía que poder más la finura que el envase. Hoy se ha convertido en el primer triunfador de la temporada y a mi gusto en un torero maduro, serio y con tintes de maestría.
Leo Valadez quizá se enfrentó al menos malo. Insisto, los toros eran “móviles”, pero carecían de movilidad. Se asentó en las zapatillas para perpetrar su faena, logrando impactar en las alturas. Pero si en ambos falta fondo, solo quedan pases, sin cadencia, y es que después de apreciar los sabores más perfectos, es como si me hubieran servido una “cuba libre”. Se muere el paladar, se queman las papilas gustativas y aunque en sí, las maneras sean las correctas, no hay una amalgama. Por instantes el manso parecía estar por encima de diestro. El mercurio y el azufre no se pueden mezclar si no hay sal de por medio. Y la sal es la que le falta al hidrocálido, para lograr la unificación. No es que anhele vehementemente tiempos que no volverán. Pero tengo la esperanza de ese nuevo resurgir, de aquel que brille con luz propia, que vuelva a hacer rugir el escenario y que ponga a temblar las tribunas.
Le vimos momentos, pero hoy, al tiempo de escribir, mi memoria no aloja esa escultura en carne viva. Algunos muletazos en redondo y un par de remates en su primero que lo permitía, y a porfiar con la espada.
El segundo no fue muy permisivo, y ahí es donde falta esa mente fría, que sabe que todo toro tiene una lidia, así que, salvo algunos detalles, pasó desapercibida la labor.
Isaac Fonseca. ¿Qué grandes expectativas ha causado el michoacano?, que tuvo gran aceptación en el viejo continente y ha logrado pisar escalones cada día más firmes. El valor es algo que agradecemos siempre, y no voy a negar esa condición en el joven, pero cuando el valor no es suficiente “el gozo se fue al pozo”.
Era la tarde de su confirmación de alternativa. Un día místico, en que por primera vez pisaría el ruedo más importante de América como matador de toros, y en un cartel importante justo un día antes del aniversario del mismo. No cabía en su pensamiento la idea de no triunfar.
En su primero su inquietud fue el punto de partida. De hinojos y de pie manifestó su emoción por el acontecimiento. Aunque él ha estado haciendo campaña por un par de años en tierras mexicanas, un triunfo en el coso de Insurgentes le abriría cualquier puerta.
Y toda su labor se centró en ello. La disposición y sus deseos marcaron cada ocasión. Las ansias de quien quiere llegar lejos predominaron. Solo una faena en la que se cumplió el trámite, sin nada más que agregar.
Cabe mencionar que hizo un brindis muy poco ortodoxo. A gritos en los medios de la plaza. Quizá alborotó al tendido, pero rompió, para mi parecer con esa sobriedad que va impresa en ese íntimo momento.
El que cerró plaza, un toro que aparentaba caminaría más, la suerte se le volteó.
El viento insistía en jugar con el torero y formar parte de ese bullicio lo cual puso en apuros al muchacho en algunos momentos de ambas faenas.
La lidia de un toro no es un conjunto de muletazos tersos y templados. Si las condiciones no lo permiten debe ser de poderlo, de dominio. Recordemos que es el símbolo más importante que tiene la fiesta en su premisa. ¡El hombre y la bestia! Y ya en el camino la hemos transformado en arte. ¿Pero en donde está esa capacidad de poder con un toro cuyas intenciones, como las de todos los que saltan a un ruedo, son de coger a aquel que tiene delante? Hay que saber lidiar, someter, dominar, subyugar, reprimir y contener al enemigo, o como hizo el francés, convencer.
Si bien fue el peor del encierro, desarrolló mucho genio y en las manos se volvía para alcanzar los muslos de su agresor, yo esperaba contundente, esa capacidad de resolver y no esa mirada de condescendencia donde buscaba la aprobación en los tendidos.
Es pronto para juzgar, pero sus maneras no son las más decorosas, y por más que en Europa esté consolidándose, en México tendrá que mostrar su valía para poder algún día dejar huella.
Alexa Castillo