Realmente ha sido una tarde de emociones y optimismo, al ver que si hay posibilidades dentro de la baraja novilleril mexicana.

Una entrada paupérrima. Novillos toros de Las Huertas y Campo Hermoso.

Hoy se hizo presente su majestad. La ilusión vuelve al cuerpo cuando en 8 semanas has tenido el privilegio de reconocer la bravura, la casta y la nobleza.

Tanto hemos hablado en este espacio de la falta de bravura, que hoy, me siento bendecida de poder ser testigo del renacimiento de la fiesta.

Y sí, es esperanzador ver a jóvenes con oficio, valor, calidad y entrega, pero se requiere un fino lienzo para trazar en él porque en el aire, la firma se desvanece.

Hoy el conjunto fue perfecto. Un clima ideal, la esencia de la fiesta impresa en cada momento de la tarde y pese a que los triunfos no llegaron, ha sido quizá uno de los festejos que más aprobación han dejado entre los afortunados que divisamos la función.

Juan Querencia tuvo en mi primer sitio un novillo de Las Huertas, presentado, sin embargo, nos habían acostumbrado a ver un trapío de corrida de toros y me resultó una sorpresa. Sin embargo, un novillo que desde su salida fue alegre, y con emotividad y sabiendo para que se usa la cornamenta. Y un par de puyazos asestados, pero sobretodo la pelea que dio el animal, fue orgásmica. Y ahí anduvo Querencia, que tuvo apuntes, sin lograr entender del todo a su enemigo y poner el acento en la sílaba correcta.

El cuarto de la tarde, de Campo Hermoso me hizo recordar mi infancia. Aquellos novillos toros que reñían con un afán de triunfo desquiciado. El placer que se desvela tras la cortina de la bravura, es simplemente inigualable. Querencia se sobrepuso. Fue de menos a más y acariciando las nobles embestidas para generar un binomio de sensaciones que calaron fuertemente en las alturas de un público ávido de leer líneas en verso.

Lamentablemente todo quedó en una salida al tercio entre la aprobación parroquiana.

Axel López impactó al cónclave por su hambre de ser y su carisma.  Esto lo pone en un lugar importante dentro de los triunfadores del serial.

Salió el segundo de la tarde y un atisbo se asomaba entre las cortinas de lo que estaría por suceder.

Apenas salieron al ruedo los picadores, el toro de tercio a tercio, con una furia de leyenda, embistió como si en ello llevara la vida para lanzar por los aires al corcel y su  jinete.

Lo pasaron sin sangrar, error que le costó sudor y pasadas en falso al intentar clavar los floreados arpones en las carnes del burel.

Intentó agradar en los tres tercios, pero ahora había que someter a un brioso animal que mostraba coraje al acometer hacia la muleta codicioso.

Y lo logró. Pudo contener toda esa rabia que cimbraba la arena pues aunque la suerte no fue amiga, el torero se erigió sobre su infortunio, y con cada muletazo extrajo del novillo un fragmento de eternidad, arrancándole al tiempo una flor de gloria. La faena, se volvió una leyenda de entrega y gallardía. Perdió la finura en los últimos momentos y con ello los laureles.

Pero llegó el quinto. De Campo Hermoso.

Y esa fiereza levantando al caballo por los aires, volvió a calar entre los presentes.

Esta vez, un poco enredado en quites, pero sin duda con todo el afán de mostrar su valía.

Aún me estremezco al recordar su tercer par de banderillas, pegado a las tablas y clavando con un quiebro por dentro donde se comprometió con su propia vida.

En los lienzos de Goya, las pinceladas son valientes, audaces, llenas de fuerza y de verdad. Cada trazo suyo es como un muletazo cargado de emoción, una búsqueda de lo sublime en medio del caos. En su obra “La tauromaquia”, Goya capta la intensidad de la plaza, el movimiento del toro, la tensión en el rostro del torero. Como un pintor del alma humana, Goya desnuda el espíritu del diestro, el coraje, la desesperación, el triunfo y la tragedia.

Goya, con su mirada penetrante y su paleta oscura, inmortalizó el alma de España, del toro y del hombre, como Axel lo hizo en su faena, “el valor frente a la fatalidad”. Ambos buscaron la verdad en lo efímero, la belleza en lo terrible, y lo humano en el misterio de la vida y la muerte. En ese juego de contrastes, los dos crearon su propia versión de la eternidad.

Su estocada fue una obra de arte, pero a veces las grandes obras han carecido de signatura. El astado se resistió y ni una gran muerte, ni un gran triunfo.

Dio una vuelta al ruedo que le fue protestada.

Emilio Ricaud me dejó plasmados momentos que no olvidaré. Y la bravura de nuevo se hizo presente, la exaltación nos hizo recordar esa fuerza primigenia que se remonta a siglos y siglos de una tradición que no morirá.

Como un buen vino, hoy el Honore Vera 2021 me plantea un enfoque que alienta los sentidos.

Posee un color rubí intenso, reluciente y prometedor. Al descorchar la botella, emergen aromas de frutas rojas y notas florales, como un brindis al campo español, donde las uvas maduraron bajo un sol abrasador, al igual que el torero que se forja en la dura arena, bañada de sol y sombra.

Al primer sorbo, el vino es vibrante, con una frescura que despierta el paladar, pero también revela una profundidad y un carácter robusto, similar a los primeros lances del torero de Aguascalientes que, con temple y destreza, llevó a su primero de la ganadería de Campo Hermoso con tersura hacia un sueño, marcando el ritmo de una faena que prometía grandeza.

Su cuerpo es pleno, envolvente, con taninos redondeados, como un chiquillo que busca alcanzar la cima y que, con cada muletazo, se adueña del ruedo, transformando el peligro en arte. Ese pasmo y temple con el que acompañó cada sorbo, nos hicieron degustar un momento que quedó plasmado para siempre en nuestro inconsciente. Fallas con el acero le hicieron perder lo que tenía ganado con creces

El que cerró plaza, de Las Huertas, desarrolló más sentido y sin dejar de pelear por su raza presentó mayores dificultades al de Aguascalientes, que pudo resolver por el oficio que sustenta sin llegar más allá. Con templanza de guerrero, enfrentó a esa bestia que no se rendía. Su capa se abrió como un abanico rojo que cortaba el aire, cada pase una súplica al valor, una caricia que apacigua al relámpago. En sus muñecas la fe, y en sus pies, el eco de los pasos. Pasos antiguos que danzan con la muerte.

Se fue a casa sin la gloria que tenía prometida. Pero dejándonos la inquietud de saber que el renacimiento está llegando.

Si me es permitido, esta semana ahondaré en la sensación de festejos anteriores que han estado plagados de momentos sublimes y emotivos.

Agradezco al Universo por la salud de Luis Pla, quien hace posible que estas líneas no queden solo en mis memorias, y que puedan así llegar a quienes me honran con el favor de su atención.

Gracias Luis y seguimos en esta legua que hoy, a mi me hace tener una chispa de luz, al saber que todavía habrá fiesta para rato.

Alexa Castillo