Ayer se cumplieron diez años de la muerte de Juan Pedro Domecq en un trágico accidente con su automóvil con el que chocó frontalmente contra otro vehículo. Pérdida importante la de este señor al que, para nuestra fortuna tuvimos la dicha de tratar.
Por supuesto que, nuestros gustos respecto a lo que entendemos como un toro bravo no coincidían para nada pero, no es menos cierto que, Juan Pedro, con la cría de sus toros hizo felices a los toreros que lo lidiaron y los siguen lidiando y, si una persona, con sus acciones, hace feliz a un colectivo, nada que objetar. Luego, lógicamente, vienen los gustos particulares de cada cual y, nosotros, como es lógico, como el toro bravo lo entendemos de otro modo.
Al margen de la profesión que Juan Pedro tenía como ganadero, si podemos confesar que, ante su partida se nos marchó un hombre de una cultura extraordinaria, un señor con toda la extensión de la palabra con el que tuvimos la suerte de compartir algunas jornadas a su lado, algo que nos enriqueció por completo.
Seguro que Dios le tiene en la gloria disfrutando, desde el más allá, lo que siguen siendo sus toros, hermanitas de la caridad para uso y disfrute de sus lidiadores.
Roberto García