1993 y 2018. Dos fechas, la de principio y el fin de una historia. De una de tantas que componen la intrahistoria de la tauromaquia. El Dietario Taurino, desde 1993, ha formado parte de tantas lecturas, tertulias y pensamientos de los aficionados. Veinticinco años vinculados a un nombre: Antonio Picamills. Sin embargo, este año ha decidido echar el cierre. Irse. Quién sabe si volverá. ¿El por qué? Que cada uno expíe sus culpas. Los de siempre. No sé si podrán expiar tantas culpas. Tantas historias rotas, tantos sueños románticos destruidos por burdos intereses. Por intereses cortoplacistas. Esos mismos intereses que solo nos pueden conducir a un punto: el de la desaparición, el de la destrucción. No es ser pesimista, derrotista o catastrofistas. Es simplemente remitirse a tantos ejemplos que, por desgracia, se van acumulando año tras año.

 

La edición vigesimoquinta ha sido la última de ese libro que cada año recaía en manos de los aficionados. Digo libro, cuando también me podría referir a él como agenda, anecdotario, manual de consulta y un largo etcétera. ¿Cuantas pequeñas tonterías habremos apuntado sobre la cita que nos recordaba que ese mismo día Juan Belmonte apretó el gatillo? Muchas. Con esas citas, todos hemos aprendido muchos datos, anécdotas y curiosidades del complejo, preciosista y extravagante mundo de los toros. De niño aprendí, gracias al Dietario, que un 8 de abril de 1962, en Gómez Cardeña Belmonte se quitó la vida. O que un 30 de noviembre de 1952, el Maestro de Ronda confirmaba la alternativa en la Monumental de Insurgentes. Cada mañana, al despertar, consultaba ansiosamente qué se conmemoraba en ese día.

 

Sin embargo, el dietario no solo era una simple agenda, sino que contenía la definición más elemental de cuantos conceptos componen la tauromaquia. Un manual de consulta para cualquier aficionado. No se si tanto como un Cossío de bolsillo, pero sin duda una referencia. Una de mis secciones favoritas era la de las Puertas Grandesde Madrid, con la que tantas horas invertí intentando recordar el número y orden de matadores que la habían atravesado.

 

Antonio Picamills llevó a cabo tan ambiciosa empresa durante sus veinticinco años de vida. Es imposible desasociar su nombre del Dietario. Igualmente lo es, hacerlo respecto de la historia de la Tauromaquia. Quiso innovar en un mundo poco dado a la novedad. Facilitar las cosas a quienes no se dejan ayudar. Ser generoso con quienes solo piensan en su ego y en su interés. Brindar un escaparate de promoción y acercamiento al pueblo a quien da la espalda a tantos que los sostienen. Su labor no espero nunca el agradecimiento de los del sistema. Todos sabemos como son. Sin embargo, no quiero perder la más mínima oportunidad, para agradecerle todo lo que ha hecho, al menos en mi nombre y  el de este Portal. Pocas historias individuales de afición se escribirán sin dos nombres: el de Antonio y el del Dietario. Gracias.

 

Por Francisco Díaz.