Según la RAE, la envidia se define como «tristeza o pesar de injusticia por alguna otra persona que goza de unos beneficios que nos merecemos nosotros.» La envidia es la declaración de inferioridad y un sentimiento infantil de destrucción. Las principales herramientas de un envidioso son comparación, descalificación y desprestigio. Si una persona en vez de gastar su energía a envidiar la utilizase a crecer, otro gallo cantaría. Normalmente, la envidia se relaciona con cosas externas, como coches, chales o yates y no con las cualidades internas de otra persona. Sin embargo, la mayor envidia está generada por una persona que es feliz. La envidia no aguanta la felicidad. Eso sí, nadie quiere autoproclamarse envidioso. Si una persona tiene buena autoestima, no necesita envidiar a nadie.
Buen ejemplo de la envidia extrema es la publicidad que es una máquina de fabricar glamur. El glamur es el estado de ser envidiado por otras personas por algo que tú no tienes. La publicidad habla de la felicidad solitaria y ocurre cuando uno es envidiado por los demás. Sin embargo, la verdadera felicidad no se compra.
Hagamos un símil de relaciones de pareja. Si una pareja tóxica arrastra basura y malos rollos del pasado y no pasa página, no aprende. Si esa persona tóxica es nuestro padre o madre, puede que proyecte a su vez las frustraciones de su propia infancia, igual transmitidas por sus propios padres. No estoy comparando relación de pareja o familia con la envidia, sino con la toxicidad, que sí tiene que ver con la envidia.
Ya lo dijo Miguel de Unamuno: «La envidia es la íntima gangrena de la vida española.» La raíz de tal conducta colectiva es la persistente desconfianza que los españoles han mantenido siempre respecto a sus compatriotas. Noto la diferencia viniendo de un país de gente confiada, hasta ingenua. Una de las razones históricas de desconfianza al extraño podría ser que el territorio español ha sido invadido, desde la época de los fenicios, por muchos pueblos diferentes.
Afirmaría que la envidia es una razón potente por qué España ha tenido que pasar por varias guerras civiles. Desde las guerras napoleónicas, el enemigo de un español, desgraciadamente, ha sido otro español. No digo que hubiera sido maravilloso si el enemigo habría sido otro país, pero por lo menos en ese caso no machacas a los tuyos.
En vez de sumergirnos en lo más negativo, podemos dar vuelta a la tortilla. Si tengo envidia, puedo convertir esas frustraciones internas en envidia positiva, combustible, diciendo: «Quizás no he tenido los mejores ingredientes y circunstancias en mi vida, pero lo voy a cambiar por el bien mío y de los míos. Voy a esforzarme, me voy a poner las pilas y vais a oír hablar de mí en los tiempos venideros.» Algunos ya los oigo decir que la envidia positiva no existe. ¡Claro que sí existe! En todas las cosas adversas hay una lectura positiva. Es el aprendizaje. Tenemos que reconocer nuestras flaquezas y errores y poner el trabajo necesario para mejorar. Evidentemente, esta es la parte difícil.
Como fenómeno, ¿La envidia es algo particularmente español? No, en todos los países hay envidia. El saco total de cantidad de envidia es igual en cualquier lado. Un español no es más proclive a la envidia que, digamos, un belga o un checo. Es la expresión particular de la propia envidia que distingue España de los demás países.
Hay aspectos de envidia que tienen marcadamente sabor español. Las situaciones propicias para que aparezca la envidia suelen ser una mezcla de extrema competitividad y falta de reconocimiento, aspectos más frecuentes en la vida política, intelectual, profesional, artística o deportiva. Se suelen dar entre dos personas de la misma categoría, no entre un ultra rico y un pobre. La falta de reconocimiento es fundamental. En España a un buen profesional no se le suele reconocer como tal ni en palabra ni en retribución y eso deja un poso nocivo. Ya saben, resentimiento es el alcaloide de la envidia.
En este país más que envidia a los empresarios, hay una tradición de triunfar con trampa, a base de favoritismos o a cualquier precio. Un pelotazo, y descubres mucha basura detrás. Eso explica por qué se desconfía aquí tanto. Si alguien tiene éxito empresarial viene la duda de que quizás no lo ha conseguido a trigo limpio.
En otros países europeos se da por hecha la leyenda urbana según la cual los españoles son vividores y envidiosos. Lo afirman los mismos extranjeros que, a su vez, tienen envidia de la vida social de España, su cultura, gastronomía y clima.
Al igual que la desesperación, la envidia se deriva de la separación de la persona respecto del objeto de deseo, más la sensación de impotencia al no poder alcanzarlo que se desea. En la envidia, la necesidad de conseguir se convierte en la necesidad de destruir. Esto se llama envidia venenosa o tóxica.
El envidioso aspira, de manera compulsiva, a ser su modelo. Si no lo consigue, se frustra y necesita entonces desmerecer del envidiado desprestigiándolo. Fácilmente pensamos: «Que cochazo, que bombón de mujer tiene, que chalé, que nivel, como vive el cabrón.» Un admirador genuino pensaría «Seguro que ha trabajado mucho para conseguir lo que tiene. ¡Qué bien para él!» ¿Cómo distinguir un admirador de un envidioso? Cuando una persona celebra tus triunfos, ese es un buen amigo.
Al final un consejo: la próxima vez que llevan la basura, tiren la envidia al contenedor también.
Quiromasajista Juha Karlsson
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