Una entrada paupérrima en lo que fue una de las corridas más interesantes de la temporada grande en el embudo de Insurgentes.

Se lidiaron 6 toros de la ganadería de Barralva muy bien presentados y variados en lidia. Demasiado, desde mansos, descastados, lo que no debería suceder, sin embargo en su mayoría salieron con genio, transmitiendo emoción con un peligro latente que hizo enardecer la plaza y recordarnos la esencia básica del toreo.

Fue sin duda una tarde de esas que nos devuelven la esperanza, que nos hablan de las grandes posibilidades de recuperar nuestra fiesta y que nos llenan el espíritu.

La suerte no acompañó a David Fandila, quien pechó con lo peor, un tanto por la mansedumbre de su primero sin embargo no acaba de caer en el gusto de los capitalinos. Sin duda no le suponía un reto imposible pero decidió abreviar al no encontrar colaboración de sus astados, cosa que el público reprochó de mala manera. Su segundo, un manso perdido que saltó al callejón y buscaba barbeando las tablas huir de su destino.

Un quite por chicuelinas antiguas rematando por el manguerazo del Villalta, fueron quizá los que generaron la mayor respuesta, obviamente seguidos de su gran habilidad y técnica para clavar las banderillas que hicieron las delicias de los espectadores, más el último tercio se vio empañado y su paso por la México quedará pronto en el olvido.

Fermín Rivera hoy vino a sacarse la espina, a replantear sus expectativas de querer figurar y pese a su serio semblante que en ocasiones le quita transmisión hoy volcó la moneda. Decía Victorino Martín que una ganadería la hace el carnicero y aunque sea un tema que explorar con detenimiento, es una realidad. La mansedumbre aflora de muchas maneras y en este caso fue la debilidad. Pudo acariciar las cortas embestidas con el paño, aguantando sin chistar los momentos en que el burel doblaba las manos justo a medio muletazo, incorporándose  para defenderse. Y la decisión se mantuvo intacta siendo agradable a las alturas que lo sacaron a saludar en el tercio.

Pero vendría el quinto, en donde a más de la decisión pudo solventar una faena de un clasicismo digno de “Poussin” que conjugando la perfección y la pureza, realzaron el arte en una expresión sublime, donde no dejaba de haber emoción pese a las no muy buenas ideas del bovino. Largueza, temple y verdad en cada caricia, profundidad y sello caracterizaron el momento, mismo que culminó de eficaz manera. El público se entregó y le entregó una oreja bien merecida.

“En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto. Más de la flamígera espada del Ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: El Ave Fénix,

El que renace de sus propias cenizas, así José Mauricio, se reinventó, y nos regaló una tarde de esperanza, resucitando la afición que muchos teníamos en agonía.

Cuando un torero transmite todas las pasiones y emociones que siente sin dejar nada escondido, el encanto es total. Y si bien su colega nos hablaba de una Grecia perfecta, Mauricio nos tocó el alma.

Ya desde abrirse de capa con el que le permitió mayor lucimiento, una media de ensueño sedujo a la parroquia.

El toreo es la pureza de la poesía corporal, es el movimiento de un verso que habla con belleza, con sublimación, que envuelve los sentidos, que irradia pasiones y que vive en el recuerdo de quien tuvo la oportunidad de vivirlo. Mauricio vive el sueño de ser torero. Tiene el hambre de muchos hombres, el valor sereno y el arte sobrado. La faena de ayer a su primero fue un regalo de los Dioses. Asomados en las nubes estaban todos los ángeles del firmamento, por eso el estruendo rebasaba el tiempo, mismo que se quedó dormido en su muleta.

Todas las artes se plasmaron en la gracia de su toreo. Una obra de Tchaikovsky seguramente se hubiera inspirado en la faena de José Mauricio, pero no llegó el ya ganado triunfo por las fallas con el acero. La vuelta fue de consideración unánime.

Pero no solo mostró la parte artística pues habría de salir por la puerta de toriles un animal enrazado, con peligro, que puso la pimienta en el fuego.

Como el Rey Arturo, sin perder la gallardía, hubo de dominar a su enemigo, que buscaba herirlo sin piedad. Y pese a una fea cogida, cuál garboso caballero recogió sus armas y sometió de manera cabal y sin miramientos al dragón que emanaba fuego y que ponía a cada momento un dramatismo escalofriante entre las piernas del diestro. Y estéticamente lo subyugó, venciéndolo y mostrando la otra cara de la moneda.

La muerte ronda siempre las líneas del tercio. En una batalla a muerte solo puede haber un vencedor. Y el encuentro fue impresionante. Mauricio salió cogido y embestido en repetidas ocasiones hasta quedar inerme , pero la espada forjada con el aliento de la bestia quedó en el mejor sitio.

El estallido en los tendidos fue de órdago. Los pañuelos parecían palomas que volaban locas de emoción mientras el torero era llevado a la enfermería, de la que salió para embeberse en las mieles del triunfo y salir en hombros hacia la gloria con las dos orejas.

“En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!.”

 

El domingo entrante el cartel anunciador es Fermín Rivera y José Mauricio que repiten, alternando con Juan Pablo Sánchez y un encierro de Montecristo!

Por Alexa Castillo

#Fragmento del cuento «El Ave Fenix» de Hans Christian Andersen#