La efervescencia cultural vivida en los años veinte del siglo XX, siempre como acicate de la libertad, unió en diciembre de 1927, bajo la figura taurina y literaria del gran Ignacio Sánchez Mejías, a lo más granado de las letras españolas.

Cantaban a la libertad, y la tauromaquia era nexo de unión entre todos ellos. Allí estaba Bergamín y Giménez Caballero, en el ensayo, Cossío en la historia enciclopédica y los poetas: Lorca, Alberti, Villalón, Diego, Aleixandre. Con la gran excepción de Cernuda.

A éstos habría que sumar, con el toro como excusa, a Jorge Guillén, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, María Zambrano, Max Aub, Rosa Chacel, José Moreno Villa, León Felipe…

Todos ellos interpretan la vida como prólogo de la muerte y la tauromaquia sirve precisamente, para apuntalar la conciencia de la muerte como aliciente para la vida, como afirma Pedro Salinas cuando expresa que el toreo «es la cultura de la muerte».

Refuerza Salinas esta afirmación cuando comenta: «…todo intento de expulsar la muerte, de no contar con ella para vivir, es falsificación que el hombre realiza sobre sí mismo».

Para el propio Sánchez Mejías, el toreo es «la representación dramática de la vida sobre la muerte».

La cumbre del concepto trágico vida-muerte de la tauromaquia, la alcanza Federico García Lorca, cuando en una entrevista, en 1935, emite un juicio sublime afirmando:

«El otro gran tema por el que me preguntas, el toreo, es probablemente la riqueza poética y vital mayor de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros es la fiesta más culta qué hay hoy en el mundo; es el drama puro, en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y sus mejores bilis. Es el único sitio a dónde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza. ¿Qué sería de la primavera española, de nuestra sangre y de nuestra lengua, si dejaran de sonar los clarines dramáticos de la corrida?

Dejo para el final, por ser el actor principal en estas notas, a Miguel Hernández, el poeta y dramaturgo nacido en Orihuela el 30 de octubre de 1910. Precisamente por su edad, se le ha encuadrado en la generación del 36, pero Hernández mantuvo una mayor proximidad con la generación anterior, hasta el punto de ser considerado por Dámaso Alonso como «genial epígono de la generación del 27».

Miguel Hernández ha sido protagonista en mis redes sociales durante la semana del 3 al 7 de agosto de 2020, pues he utilizado fragmentos de su impresionante poema llamo al toro de España, para acompañar a distintas fotografías de toros publicadas en esos días.

Contrasta sobremanera el vigor taúrico de aquellos genios del 27, con el adocenamiento animalista de los aburguesados abanderados culturales de la sociedad ñoña y mediocre en la que nos encontramos 100 años después, donde hablar de muerte, de sangre, de valores, de lucha, de superación, hasta de toros, está prohibido por la dictadura de lo políticamente correcto.

Ello me lleva a plantearme dónde está la razón, si en los unos o en los otros, en los de ayer o en los de hoy, y llego a la conclusión de que la cuestión no es:

Toros si, o Toros no

La pregunta, la verdadera pregunta es:

¿Libertad sí, o libertad no?

Pero esto queda para otra crónica…

Rafael Villar Moyo

En la imagen, Ignacio Sánchez Mejías, uno de los grandes de la inolvidable Generación del 27.