Resulta ya demasiado frecuente en esto de los toros el que uno tome el papel de otro, el empresario que es apoderado, ganadero y a veces hasta torero: el ganadero torero y empresario; el torero empresario y ganadero, además de comentarista. Y el aficionado, o quizá mejor, el que paga, no tiene ningún problema en hacer suyos los inconvenientes, los problemas y los logros de todos ellos, aunque a él no le suponga ningún beneficio, taurino, por supuesto y no crematístico, porque en este sentido, siempre paga el mismo.

Quizá donde mejor se manifiesta este fenómeno de empatía taurina sea en lo que toca con el empresario. El que paga entiende que un señor que vive de esto de montar festejos y ferias enteras, no contrate a lo mejor, ni compre lo mejor del campo. Claro, como luego la plaza no se llena, no podemos aspirar a nada más que a que junten a tres y los metan con seis, aunque de los seis no se aguanten en pie casi los seis. Hasta se llega a entender que cuándo lleguen las figuras, los precios sean otros, que suban la tarifa de una tarde de toros, porque es que si no, al señor empresario no le sale a cuenta. Pero cuando toca el día de los desamparados del toreo, nadie se pone a echar cuentas de si las entradas nos las cobran a precio de oro. Es que el empresario tiene que ganar dinero, que si no, no le renta. Como si alguien fuera al señor empresario y le empujara al abismo por las buenas. Que se me viene a la memoria, vayan ustedes a saber por qué, el caso de la plaza de Madrid, regentada de aquella manera por el señor Casas, don Simón, que ahora dice que el pobrecito no saca ni para cambiarle el aceite al coche. Que en la feria sí, pero que luego la cosa baja una barbaridad. ¿No les da pena? No me digan que no sienten un algo por dentro que no les deja vivir. Pero claro, lo que no dice el señor Casas, don Simón, es que para conseguir la adjudicación de las Ventas ofertó muy por arriba en casi todos los apartados del pliego, empezando por el canon, que así, porque él lo valía elevó en un porcentaje muy alto. Pero claro, hay que ser comprensivo con él y sus socios, que se metieron en esto por amor al “agte”.

Que ahora otra vez monta un mercado persa en los pasillos de la plaza de Madrid y hay que entenderle, porque si no, no le salen las cuentas. Que monta una serie de novilladas los jueves por la noche, sin el menor interés, pero hay que ser comprensivos, porque si no, no le salen las cuentas. Y lo contentos que nos ponemos cuando van más de veintisiete a la plaza, porque al menos ese día no perderá demasiado. Que no nos planteamos lo paupérrimo de unos carteles tanto de feria, como fuera de ella, porque si trae a este o al otro, a esta o a aquella ganadería, no le salen las cuentas. Que nos endiña a los suyos mil tardes, pero no pasa nada, hay que ser comprensivo, porque si no, no le salen las cuentas. Tanta comprensión para un señor que aparte de estar empeñado en hundir esta plaza y su prestigio, solo sabe que arrear y fuerte a cualquiera que no alabe su modelo económico, ese del me lo llevo crudo. Y todo en aras del “porque si no, no le salen las cuentas”.

Pero la cosa no acaba ahí, los que pagan, en esa corriente de comprensión y bondad, también entienden a los señores ganaderos, sean del signo que sea, comerciales o de las otras, admiten sin reservas eso de las fundas, porque ya se sabe, ahora resulta que los toros se inutilizan en el campo y se pierden “productos”. Así vemos esas fotos de toros en el campo que parece que tienen la arboladura del Juan Sebastián de Elcano, que luego sin fundas no llegan ni a balandro de recreo. Admiten ese afeitado encubierto y hasta se podría decir que legalizado y asumido por todo el mundo o mejor dicho, por casi todo el mundo. Pero claro, lo primero es lo primero y si se pierde una res en el campo, entonces nos compungimos todos juntitos, porque si no, no le salen las cuentas. Y así podríamos seguir engarzando una larga cadena, el que los toreros se reserven en una plaza porque tienen tropecientos contratos firmados, el que salgan sin estar en las condiciones físicas oportunas, por no perder el contrato, que haya cada uno con sus decisiones, pero que no esperen, ni exijan que sea comprensivo con sus cuentas, cuando ellos no lo son con las del que paga. Todo es comprensión, todo es aguantar, ponerse de su lado, pero sin que nadie se ponga del nuestro, pero claro es que al final el que paga lo entiende todo, porque acaba creyéndose empresario, acaba creyéndose ganadero, acaba creyéndose torero, acaba creyéndose el de enfrente, el que va contra sus propios intereses, como si estuviera cautivo, hechizado por una fuerza superior, algo así como si sufriera el síndrome de Estocolmo.

 

Enrique Martín

Toros Grada Seis