José Gómez Ortega «Gallito» en Montevideo.
El veintinueve de Febrero de 1920, año bisiesto, fue una fecha que marcó para la afición taurina del Uruguay, un suceso memorable, pues en ese día toreó en la Plaza del Club Guerrita, el más grande torero que ha lidiado reses bravas, desde que exise la tauromaquia; el que reunió en su gallarda y juvenil figura todas las escuelas, ciencias y artes toreriles; José Gómez Ortega (Gallito).

Efectivamente fue Joselito la aleación efectiva y feliz de todos los arrestos, de todos los valores, y de todas las innvaciones que formaron el toreo desde Pedro Romero y José Delgado (Pepehillo) hasta Ricardo Torres (Bombita) y Rafael González (Machaco).

Puede asegurarse que Joselito fué el fruto generoso de las tradicionales tarófilas, fué la concentración maravillosa y absoluta del arte de torear y el redivivo de todos los cerebros y corazones que antes que él señalaron evoluciones de armonía, bellezas y técnica en la profesión torera. ¡Si la reencarnación de las almas fuera una verdad, podría garantirse que José Gómez Ortega (Gallito) se habrían reencarnado los astros máximos de la constelación taurina!

Para que Gallito existiera, tuvieron que vivir para el arte, Pedro Romero y José Delgado (Pepehillo) el uno con su escuela rondeña, enjundiosa, pura y sobria y el otro con su torear sevillano, pleno de alegría, movimiento y adorno; Gerónimo José Cándido y Curro Guillén, el inmenso Paquiro, el formidable Chiclanero, el maestro Curro-Cuchares, el Tato y el Gordito, que inflamaron con sus suertes revolucionarias a la afición andaluza, Rafael Molina (Lagartijo), Califa de toreros, artífice soberano y símbolo de la eleganca viríl, Salvador Sánchez (Frascucelo) templo de valor, cuadratura del pundonor, ejemplar típico de la verguenza profesional, Fernando Gómez (El Gallo) el de alma gitana, Rafael Guerra (Guerrita) orfebre magnífico, conocedor profundo de la materia, dominador sapientísimo de la fiera, Espartero, el de corazón de acero, Reverte el emocional, Antonio Montes, el burilador, don Lios Mazzantini, rey del volapié, Antonio Fuentes, personificación de la serenidad, Ricardo Torres (Bombita) papa infalible de lal fiesta, Rafael González (Machaco) desafinador permanente de la muerte, Rodolfo Gaona el estilista, Vicente Pastor, el científico y varonil y Rafael Gómez (El Gallo) improvisador de las más sublimes concepciones de arte torero que se han visto realizar en las arenas, color de ambar de las plazas de toros!

Sin ellos no hubiese podido exisitir José Gómez Ortega (Gallito), tal era su dominio del arte, su profundo conocimiento, su técnica excelsa y única! Por eso fue día de gloria para los aficionados del Club Guerrita, el día que Joselito pisó el ruedo de su plaza. No vamos a relatar ahora las pintorescas incidencias que se sucedieron antes de a corrida que se celebró. Sólo queremos destacar el mágno acontecmiento que dibujó en toda su magnificencia el gesto halagador del gran diestro sevillano, que al solo conocimiento, de que en esta ciudad había toreado su padre, se ofreció a mostrarnos la purísima manifestación de su arte, la gama maravillosa de su afiligranado y arrabésquico torear; gesto doblemente simpático y enaltecedor si se tiene en cuenta que Joselito ganaba una fortuna en cada una de las corridas que actuaba.

Joselito el sumo pontífice de la tauromaquia, el diestro que había ganado millones, el que venía de cobrar de Lima cincuenta mil pesetas por corrida, el que no había querido aceptar cien mil por dos nuevas presentaciones, toreó como torero anhelante de éxitos, en la Plaza del Cerro, ante un puñado de aficionados en la cúspide de la emoción y en el pináculo del entusiasmo. Y toreó como los propios ángeles, como si estuviera en Madrid o Sevilla, como si de esa corrida dependieran sus contratos futuros, poniendo arte, valor, corazón, gallardía y dominio.

¡Verónicas estupendas, templando y mandando, faroles, galleos y medias verónicas en que los toros rozaban su pecho con los pitones, pares de banderillas de todas clases, al cambio, al sesgo y de poder a poder, pases de muletas maravillosos por su factura, escalofriantes por lo apretados, magestuosos por su elegancia y sabor, emocionantes por su clasisismo, valientes por su exposición, armoniosos por su estilización artística! ¡De todo se vió y todo fue grande, único, estatuario, sublime»
Así toreó José Gómez Ortega (Gallito) en Montevideo y ante la afición uruguaya que pudo así gozar de las bellezas de un arte que junto al de Juan Belmonte, fulgurante y potente, fué la iniciación de los nuevos cánones taurinos que elevaron el esectáculo al alto grado de perfección, de sutilidad, de belleza que tiene en la actualidad las corridas de toros. En esa tarde Gallito dió la alternativa de Matador de Toros, a nuestro aficionado Juan Antonio Magariños, primer espada del Club Guerrita.

Extraído de «La Fiesta Brava» por Juan Antonio Magariños Pittaluga.
Montevideo 1940.