En la tarde de ayer, tuvieron lugar dos reseñas que quedarán para la hemeroteca y los dietarios de cada uno de los asistentes: se despedían de Huelva don Fernando Cuadri y El Cid. El onubense volvía a su tierra tras dieciséis años de ausencias. Injustificadas. Incomprensibles. Será cierto que “nadie es profeta en su tierra”. En el año de su regreso, y de su despedida como ganadero, escogió a “Brigada”, “Elegante”, “Almonteño”, “Rebaja”, “Intermediario” y “Enredador”. Toros extraordinariamente presentados, como hacía tiempo que no se veía por Huelva, y como no se verá ni hoy ni mañana, por supuesto. El juego de los toros fue dispar, con un gran lote, el de El Cid. No llegó a ser la decepción de Madrid, tampoco el derroche de casta que tanto se espera de este hierro. Toros nobles y manejables que se buscan en otras casas ganaderas, no en Cuadri. Correspondió su lidia y muerte a El Cid, que en el año de su despedida se ha reencontrado con su mano izquierda; Manuel Escribano, quien no tuvo pocas opciones.; y Rafael Serna, que se presentaba en esta plaza.

 

Sin duda alguna, los dos toros de El Cid fueron los de más nota de la tarde, en especial, el cuarto: “Rebaja”. Sin embargo, mención aparte merece el colorado primero, con visibles ramalazos de Urcola. Sacó los brazos El Cid en el recibo capotero, embistiendo el toro con humillación y recorrido por el pitón derecho y vencido por el izquierdo. Se vislumbró su poco poder y su mucha nobleza. El tercio de varas consistió, como toda la tarde, en un único puyazo; en este caso, especialmente defectuoso: trasero y contrario. Brilló con los palos Curro Robles en una brega muy desordenada y con demasiados capotazos innecesarios. El toro mantuvo en el último tercio su buena condición, muy mermada por su escasa fuerza. Las embestidas nobles fueron aprovechadas por el de Salteras en una lidia a veces demasiado periférica. La faena se basó en el pitón derecho, pues por el izquierdo acortaba mucho el viaje. Estocada perpendicular y atravesada que requirió del uso del verduguillo.

 

El episodio más destacado de la tarde tuvo lugar en el cuarto acto, cuando salió de la oscuridad de chiqueros: “Rebaja”. El animal, como también hicieron otros de sus hermanos, remató con poder e insolencia en los burladeros; por poco, desmonta uno. Embistió con humillación y recorrido, con son templado, por ambos pitones. El Cid lo sacó al centro del platillo con templadas verónicas a pies juntos. Acudió pronto y largo al único puyazo que le recetó Espartaco. Si bien empujó con la cara a su altura y con un solo pitón, lo hizo con poder. ¡Qué ganas de haberlo visto en una segunda vara! En banderillas, acudió alegre en cada uno de los cites. El maestro, sabedor de las condiciones del animal, lo brindó al respetable. Inició la faena por el a priorimejor pitón del animal, el derecho. Sin embargo, la categoría del trasteo tuvo lugar sobre el zurdo, una vez más. Los naturales fueron largos, profundos y templados. Los pases de pecho, sencillamente, monumentales. Ajustado y asentado sobre la zocata, y algo más desdibujado sobre la diestra. El toro embestía con recorrido y humillación, aunque tendía a salirse desparramando la vista. Cuando lo enganchaba delante por el izquierdo, se iba al final de los vuelos. El exceso de gin-tonic, como dijo un compañero de tendido, hizo que se pidiera el indulto. El mismo toro, rajado, les quito la razón. Por las cosas de la querencia, El Cid se lo llevó al centro del ruedo, matando de una estocada caída. El degüello debería haber empañado la faena del diestro (zurdo). Muerte de bravo tragándose la sangre y vuelta al ruedo para el pupilo de don Fernando. Vuelta al ruedo de plaza de segunda categoría. Dos orejas para El Cid.

 

He de reconocer que no tenía muchas esperanzas en la tarde de Serna, por su escaso rodaje y por verse por una ganadería totalmente “antisistema”. Sin embargo, la dimensión dada en el tercero me hizo cambiar de opinión. Son muchos los defectos que le quedan por pulir, pero, como dice el refrán, no se pueden pedir “peras al olmo”. Su dominio del capote es nulo, y ahí lo dejaré. Todo es mejorable. Su primer toro, bien presentado para Huelva, bajó el nivel de seriedad respecto de sus hermanos. Sin cuello y feo como un espanto. Derrochó bondad, pese hacer hilo en cada uno de los pasajes. Serna, cuando no le enganchó los trastos, lo entendió perfectamente. Logró el difícil equilibrio de templarlo a media altura, siempre llevándoselo atrás de la cadera. Provocó la embestida con la búsqueda del pitón contrario, algo tan poco habitual en estos tiempos que corren. El gusto y la flexibilidad de su cintura tenían la oreja cortada, pero llego su otro talón de Aquiles: la espada. Carretón. Con el sexto poco pudo hacer, más que estar digno y resolutivo. Se empeñó demasiado en alargar una faena que no iba a ninguna parte. Solo a aburrir innecesariamente al tendido. Nuevo sainete con la espada.

 

Si bien El Cid tuvo un lote de ensueño, no es posible decir lo mismo del que correspondió a Escribano. El sevillano se estrelló con los dos toros de menos notas, aunque concederé el beneficio de la duda al segundo ejemplar. “Elegante” remató en todos los burladeros e hizo la pelea de más bravo en el caballo. Juan Francisco Peña, una vez más, picó con categoría. Y otra vez más, lamenté estar en una plaza de segunda. O no ser esto Francia. En banderillas, mostró que acudía pronto y alegre hacia el centro, pero remiso a tablas. Se quedaba corto y derrotaba al final de pasaje, en los capotes. El tercio lo protagonizó el mismo matador, haciéndolo excesivamente largo e intrascendente. En el inicio se coló por el pitón derecho, y ya no lo quiso volver a ver. Se empeñó en torearlo por el izquierdo, por el que humilló y siempre vino midiendo. A todo ello hay que sumarle los muchos enganchones que tuvo la faena. Quisiera haberlo visto en otra distancia, aprovechando la explosión de su embestida. De la mole no voy a decir nada. El carnicero ganaría dinero.

 

Por Francisco Díaz.

Fotografía de Arjona.