Hagamos historia. ¿Quién era Adrián Hinojosa? Sencillamente un angelito de Valencia que, en su momento se declaró amante de la fiesta de los toros que, para mayor dicha, hasta confesó que quería ser torero, algo que emocionó a las fuerzas vivas de la torería de Valencia y, sin duda, de toda España. Para colmo, el pobrecito sufría cáncer, esa criminal enfermedad que se lo llevó junto a Dios.

Por aquellas fechas, dos años de los hechos, el pobre Adrián sufrió en sus propias carnes los insultos más horribles que un ser humano pueda escuchar por parte de sus homónimos que, sin alma, con ideas criminales, criticaron al niño que, con diez años, imaginemos qué daño había hecho a la sociedad en que vivía. Sentí pavor ante todo lo que pude leer sobre este muchacho que, para colmo, pasado el tiempo, esos criminales de turno siguen felices al saber que Adrián Hinojosa murió. Todavía, pasado el tiempo, se siguen escribiendo atrocidades sobre este angelito que, como sabemos, ya está en el otro mundo y, lo que es mejor, junto al que todo lo puede.

Sigo sintiendo asco y repugnancia ante las personas que mancillaron el nombre de este angelito; perdón, les he dado el calificativo de personas a los que atentaron contra el niño y, me equivoqué, eso no son personas, son animales con ideas asesinas puesto que, desearle la muerte a un niño porque era aficionado a los toros y, para mayor dicha, quería ser torero, eso no tiene calificativo. Y lo peor de la sociedad en que vivimos es que todos esos actos criminales quedan impunes cuando los autores de dichos epítetos contra el niño deberían de pudrirse dentro de una puta cárcel. Le deseaban la muerte esos que dicen defender a los animales, es decir, a los suyos. ¿Cómo se puede comparar la vida de un niño con el de cualquier animal? Esa comparación solo está en manos de animales, los que dicen racionales que, en definitiva, de raciocinio no tienen nada porque son unos mal nacidos puesto que, si en su momento se les hubiera abortado, ahora no le harían daño a nadie y mucho menos al que era un niño sin maldad y con todas las ilusiones del mundo por aquello de querer ser torero.

Me quedo con la satisfacción de saber que el mundo de los toros le rindió un cálido homenaje en vida cuando el chico había confesado que quería ser torero, de ahí la nació el grandioso festival que le montaron en Valencia en el que, como es sabido, salió en hombros junto a Enrique Ponce, Román y los demás compañeros que triunfaron. Solo tengo palabras de gratitud para el mundo de los toros puesto que, me consta que para el festival aludido, se ofrecieron más de la mitad de los toreros del escalafón para rendir homenaje de gloria y admiración a Adrián Hinojosa.

Tenía diez años y murió con esa edad pero, como estamos viendo, todavía le sobró tiempo para inmortalizarse puesto que, tiempo después de su óbito, no es que le recuerde yo, es recordado por todos, tanto en Valencia, su tierra natal, como en cualquier lugar de España porque, por culpa de la redes sociales, todo el mundo pudo sufrir la misma repugnancia que yo sentí al ver que unos criminales de turno le deseaban la muerte. Imagino que, semejantes hijos de puta se habrán quedado tranquilos, lograron su propósito, pero lo que no lograrán jamás será erradicar el odio que les corroe que, en vida, estarán muertos que es la peor de las desdichas.

En mi corazón vive la imagen del día del festival cuando tras el festejo le sacaron a hombros los mismos toreros que le homenajearon, una imagen que vivirá dentro de mí ser eternamente. Repito que, con diez años, a Adrián Hinojosa le sobró tiempo para inmortalizarse, estas letras son la prueba de lo que digo.

No te perdiste mucho, Adrián. Lo digo porque allí donde estés, con toda seguridad no habrá criminales que puedan desearte lo peor. Es cierto que tú te marchaste, se nos adelantaste hacia donde iremos todos, pero en ese tránsito de libraste de seguir escuchando y viendo a esos criminales de turno a los que tenemos que soportar en esta sociedad, sencillamente porque no existen leyes tan bellas como las divinas puesto que, de haberlas, el muerto no serías tú, deberían haber sido todos aquello que te desearon tu propia muerte.

Seguro que, junto a Dios, sigues esgrimiendo la misma sonrisa con la que nos emocionaste el día del festival en Valencia, tu Valencia, la que te rindió honores de capital general cuando saliste por la puerta grande del coso de la calle de Játiva, la que era tu plaza. Los que te quisimos supimos comprenderte para amarte y los que te odiaron, reza por todos ellos que mucha falta les hará.

Pla Ventura