Perplejo me quedé en el día de ayer cuando comprobé que, tras el juicio a los criminales que le desearon la muerte al niño Adrián Hinojosa porque quería ser torero, tras dicho juicio han quedado absueltos porque su señoría no encontró motivos de delito para castigarles. Esta es la sociedad en que vivimos que, como se demuestra a diario, lo que priva o se valora es la delincuencia, en el grado que fuere, pero si eres delincuente tienes todas las de ganar. A las pruebas me remito.

Si miramos la foto que publicamos con detenimiento y vemos la carita de Adrián Hinojosa saliendo en hombros de la plaza de toros de Valencia en la que, el toreo en su conjunto le hicieron un homenaje para tratar de salvarle la vida, es algo enternecedor. ¿Qué delito había cometido el niño como para que unos criminales le desearan la muerte? No se pudo salvarle la vida pero, el mundo del toro, una vez más, entregó lo mejor de cada cual con la ilusión de que Adrián siguiera vivo entre nosotros y, más tarde, que hubiera logrado la ilusión por ser torero.

No pudo ser y, ante todo, lo que sospechamos es que Dios quería otro angelito a su vera porque no se entiende de otro modo que Adrián Hinojosa tuviera que abandonar este mundo. Satisfechos deben de estar aquellos criminales que le desearon la muerte. Y mucho más ahora, lo digo porque tras el juicio, cuando el juez no encontró motivo alguno de delito para dejarles en libertad, eso derrumba al más fuerte de los mortales. Es cierto que, los que le desearon la muerte no le mataron pero, ¿nos parece poca barbaridad que unos mal nacidos a sueldo sean capaces de desearle la muerte a un niño de diez años?

En esta España nuestra de las diversas libertades ya cabe todo, hasta que unos tipos sin escrúpulos y sin alma publiquen en las putas redes sociales el deseo de que muera un niño. Claro que, si ellos fueran sus padres igual no pensaban lo mismo. Y, lo más sangrante de la cuestión es que, cuando esa publicación por el deseo de la muerte de Adrián se hizo viral, para desdicha de la sociedad en que vivimos, encontraron muchos acólitos que les secundaron. ¿Cabe incongruencia mayor? Se puede entender, sin que lo entienda nadie, que unos criminales por su cuenta y riesgo, sin cerebro, sin alma, sin corazón, sin escrúpulos y con toda la maldad del mundo le puedan desear la muerte a un niño pero que, más tarde, esa opinión sea refrendada por otras personas, que baje Dios y lo vea.

Ya sabemos que desearle la muerte a una persona no tiene rango de delito y, lo entiendo. ¿Cómo va a tener rango de delito un deseo cuando la realidad apenas tiene castigo? Es decir, como siempre se dijo, matar, en España, resulta baratísimo. Asesinos confesos que, en un par de lustros han quedado en libertad; criminales y asesinos de Eta, condenados a doscientos años, en veinte años están en libertad tomando cañas en el bar de su pueblo. Tomemos nota y tengamos memoria porque, por ejemplo, Ana Julia Quesada, la asesina confesa del pequeño Gabriel, dentro de muy poco tiempo la veremos en la calle; pero no lo digo yo, lo dicen los cientos de criminales y asesinos que, condenados a cientos de años de cárcel, están en libertad como si nada hubiera pasado.

Me descubro ante el mundo del toreo que, como hicieron con Adrián Hinojosa, a lo largo de la historia lo han hecho en cientos de ocasiones, razón por la que me quito el sombrero para echarlo a los pies de las gentes de buen corazón, en este caso de los toreros que, una vez más, con sus acciones, le siguen dando otra gran lección al mundo. Adrián, desde su estrado celestial, seguro que siente pena por nosotros y, sin duda, orgullo por no pertenecer a esta raza llamada humanidad en la que, unos pocos, con alma y cuerpo de criminales quieren aniquilar la razón de todas las gentes de buena voluntad que, para suerte del mundo en que vivimos, a Dios gracias, somos la gran mayoría.

En la foto que publicamos, la carita del niño nos muestra, como reflejo, la maldad que existe en un segmento de nuestra sociedad, hasta el punto de que en su día le desearon la muerte, y lo lograron.