Hace muy poquitos años tuve la dicha de visitar Ceret y gozar con su feria en la que el toro es el auténtico protagonista y, el recuerdo que me llevé, lo juro, vivirá eternamente dentro de mi corazón. Allí nada es baladí ni tiene cabida la ignominia con la que se adereza el mundo de los toros en tantísimas partes de España. Ceret es el paradigma de la verdad por tierras galas al unísono de nuestra entrañable Azpeitia por el norte de España.

Al igual que sucede en Azpeitia, en Ceret ocurre lo que podríamos llamar el milagro francés al respecto de los toros. Se trata de una plaza pequeña pero que, con la que les basta y sobra para que el prodigio, año tras año, sea un auténtica realidad. En dicha plaza no existen empresarios al uso puesto que, el grupo de aficionados que forman la comisión taurina les basta y les sobra para organizar una feria reconocida mundialmente. Y lo es porque, hasta el maestro Luís Francisco Esplá ha sido santo y seña de dicha afición, una plaza en la que, por poco le cuesta la vida al singular torero de Alicante.

Ceret en su feria es pura fiesta por todas las calles del pueblo, sí. Pero ese triunfalismo que reina en las calles no se contagia por la tarde en los toros que, como decía en el enunciado, aquello es el templo sagrado del toro. Es decir, en dicha plaza ocurre lo contrario que en cualquier pueblo de España que, viven el jolgorio durante el día y la noche y, la tarde, en los toros, no es una excepción puesto que, el vino y la merienda terminan de arreglar la fiesta que ha empezado a primeras horas de la mañana. Siendo así, en la inmensa mayoría de las plazas españolas, ávidos de éxitos por parte de los toreros de forma triunfalista, nada les importa en lo que al toro respecta, de ahí que nazca el triunfalismo reinante para uso y disfrute de unos toreros mediocres que se conforman con el aplauso fácil y el menor riesgo asumido.

Me fascinó de Ceret el respeto que sienten por los toros, algo lógico y cabal. Sabedores de que han comprado para su lidia el toro en su acepción más justa, el respeto para sus lidiadores nace desde los ancestros de dicha afición, sabedores como nadie de que en la arena, un hombre se está jugando la vida de verdad. Un torero que tendrá los logros que el toro le permita, pero al que nadie discutirá en su fuero interno porque todos son conscientes de que en la arena, la existencia del hombre pende de un hilo. Allí no se escuchan broncas porque no hay motivo para ello; el torero podrá estar mejor o peor, dependerá del toro, pero nadie les negará el respeto que merecen por la honradez con la que discurre el espectáculo.

Si Francia, en su conjunto, es modelo de muchas cosas respecto a nosotros, queramos o todo lo contrario, Ceret es el paradigma del bien hacer y mejor actuar. Y no son lisonjas que les regalo a los franceses, es la realidad que nadie podemos esconder puesto que, como se sabe, ganaderos que no lidian en España, en el templo sagrado del toro, Ceret, son ídolos de dicha afición. Sin duda, amar al toro es respetarlo y darle la auténtica categoría que éste tiene cuando desde sus entrañas nace y crece la bravura con toda su autenticidad.

Para colmo, digámoslo muy alto, en Ceret, los toreros suelen cobrar mucho más dinero que en España, y me refiero a diestros que actúan en las grandes ferias. O sea que, como decía, el milagro está servido. Se lidia el toro, se repite al torero que ha sido triunfador y, para colmo, les pagan un dinero hermoso. Si, por favor, tomemos lección que mucha falta nos hace.

En la imagen, la plaza de toros de Ceret, Francia.