El destino, como suelo decir muchas veces, es cruel y caprichoso, algo que ayer quedó demostrado en Madrid. Era la corrida por antonomasia donde su majestad el toro era muy esperado puesto que, la única corrida llamada torista era la de Adolfo Martín y, paradojas del destino, ésta salió horrible; no era mala, ni buena, ni simple, ni nada; era horrible a más no poder.

Imagino que el disgusto de Adolfo Martín sería de época, tanto como el de los toreros que, anunciados ante una corrida para toreros machos estaban dispuestos para crear arte frente a los toros que desprecian las figuras que, en otras ocasiones, como todo el mundo sabe, han dado un juego variado para que los lidiadores pudieran triunfar. Todo se vino abajo con estrépito para que tres hombres ilusionados se quedaran estancados donde estaban puesto que, lo que se dice gloria, no acaudalaron ninguna.

Cuando se instala el horror en una tarde determinada todo se viene abajo. ¿Qué pensaría el señor ganadero cuando embarcó los toros? Convencido estoy de que creería que dichos animales le aportarían más gloria a su camada y, mucho más pensando que lidiada en Madrid.  Le salió el tiro por la culata que, más que a él, a los que hirió fueron a sus lidiadores que necesitaban el triunfo como agua de mayo; más que nada, para acallar muchas voces discordantes que suelen dudar de todos los que no están instalados en lo más alto del escalafón.

¿Qué pasaría por la mente de los toreros, los tres, cuando comprobaron que todo esfuerzo sería inútil? Imagino la amargura de sus almas contagiando a sus cuerpos para romper sus corazones. Vamos, una situación que no se la deseo ni al peor enemigo. Esos toros de ayer, muertos desde la salida aunque hicieron concebir esperanzas con los caballos, destrozaron las ilusiones de tres hombres que acudieron a Madrid para apostar muy fuerte; apuesta que se sabía desde que se anunciaron con dicha corrida. ¿Fracasaron entonces? No, de ninguna manera. No cabe el fracaso para unos hombres que, sin toros aptos para la lidia nada se les puede objetar. ¿Quién fracasó entonces? Sin duda, el propio ganadero; pero el fracaso más grande no fue otro que la misma tarde en que por culpa de los toros se instaló el horror en Las Ventas que es lo peor que puede ocurrir en una tarde de toros.

Convengamos que la corrida, como tal, tenía mucho fundamento. Regresaba Curro Díaz a Madrid tras su éxito frente a la corrida de Baltasar Ibán; retornaba López Chaves que había dejado unas sensaciones hermosas en la feria de San Isidro y, se premiaba con el retorno a Manolo Escribano que resultó herido en la feria; como digo, un cartel con enorme fundamento. El hombre propone, Dios dispone y el toro descompone.

Hasta entiendo que dichos toros podían haber salido criminales de guerra para querer comerse a los toreros, algo que tampoco pasó. Lo cierto y verdad es que Curro Díaz, López Chaves y Manolo Escribano, pese a que se jugaron la vida, nada pudieron hacer, salvándose, eso sí, los bellísimos naturales al cuarto de la tarde que Curro Díaz dictó su magisterio en aquellos momentos contados; todo fue bello lo de Curro, pero el animal no permitió que llegara el triunfo del linarense que, ilusionado como nunca, al igual que sus compañeros no regateó el menor esfuerzo.

Que una corrida de encaste Albaserrada se salde en Madrid con una fortísima ovación para Curro Díaz reinando el silencio sepulcral en el resto de los toros, con eso está todo dicho. Muy triste todo lo contado porque dichos toreros, a los tres, les hacía mucha falta un triunfo en Madrid para alentar ilusiones para la temporada que viene. Todo quedó en la nada. ¡Qué pena!

En la imagen, Curro  Díaz, el culpable de la única ovación que se escuchó en Madrid.