En estos días necesitaba darle reposo a mi alma y, nada como hacer una llamada muy especial a un señor admirable con el título de matador de toros, actor del celuloide, buena gente donde los haya y toda una leyenda viva para el toreo. Hablo de Andrés Vázquez, un torero admirable que, con el paso del tiempo se ha ido inmortalizando a sí mismo para regalar, a cualquiera que se siente a su lado, su sabiduría intrínseca, aquella que dan los años, sencillamente por haber aprendido en la calle, sin duda alguna, la escuela más emblemática donde pueda forjarse cualquier ser humano que se precie.

Me cupo la fortuna de escucharle durante una hora, tiempo en el que, sin apenas hacer preguntas, el maestro conversaba de la divino y de lo humano puesto que, sus recuerdos se agolpaban en su mente y me los quería trasmitir todos con una fuerza desmedida. Su voz es pausada, con los silencios correspondientes y las pausas necesarias para hilvanar todos aquellos recuerdos que viven dentro de su ser, los que no quiere que se pierdan por nada del mundo puesto que, pese a sinsabores y traiciones, el maestro Andrés Vázquez se sabe “sobrenatural” como parafraseando la película que lleva su nombre y la que él protagonizó con ochenta y cinco años.

Sin duda alguna, cualquier ser humano, a sus ochenta y ocho años es dueño y señor de su vida, la que le permite decir lo que otros callamos. Si había que pagar un peaje por existir, el maestro lo pagó con creces al tener que soportar las crueldades que la vida le entregó a modo de reptiles que se cruzaron en su camino para destruirle y, como hemos podido saber, muchos de aquellos han sido destruidos por la propia vida mientras que, el maestro, a sus años, sigue impertérrito gozando de la salud que le queda y, lo que es mejor, de los recuerdos que viven dentro de su ser puesto que, una vida tan intensa como la que él ha vivido no se borra de un plumazo.

El maestro lo ha sido todo en el toreo y, sin duda, en la calle. Lo suyo ha sido una vida en plenitud, con intensidad desmedida, con personajes de la talla de Orson Welles –se explaya el maestro contando la visita de Wells a Villalpando para estar con él-  o Marcelo Mastroniani que le entregaron su amistad, al igual que lo hiciera Pablo Picasso en aquellas cenas inolvidables en plena Gran Vía madrileña; o la inmensa dicha de haber lanzado al estrellato al mismo Victorino Martín Andrés puesto que fue el diestro de Villalpando el que triunfó por lo grande con dicha ganadería para demostrarle el mundo de los toros que, la casta Albaserrada seguía tan viva como siempre.

Es cierto que el toro Baratero de Victorino vive dentro de su corazón puesto que, tras tantos años de aquel éxito apoteósico en Madrid, en su corazón queda lugar para rememorar aquella hazaña que muchos creían imposible; o la tarde de los seis Victorinos en Las Ventas; o aquellas diez puertas grandes en Madrid. En aquellos años sesenta y setenta, Andrés Vázquez quería espolear a sus compañeros de la época diciéndoles que, los toros de Victorino Martín, muchos de ellos llevaban colgados en sus pitones las respectivas fincas, teoría muy difícil de explicar, la que muchos desperdiciaron pero con la que Vázquez construyó un mundo a su medida con los toros de Galapagar, justamente los que le proporcionaron toda la gloria posible.

Por dicha razón, Victorino Martín, mientras vivió, siempre le entregó al maestro su respeto, su admiración y todo el fervor posible puesto que, gracias a él por tener la capacidad, el valor, la torería, el arte y la sabiduría para enfrentarse a dichos toros, el ganadero de Galapagar granjeó su leyenda apenas diez años de haber comprado el lote de vacas a Escudero Calvo para, de tal modo iniciar lo que ahora mismo es la leyenda más emblemáticas la camada brava española con el permiso de don Eduardo Miura.

Nos recuerda el maestro que llegó a la alternativa tras quince años de dura brega por los campos del mundo, por las capeas más insospechadas, por las novilladas más ingratas hasta que, por fin, con treinta años cumplidos se doctoró en Madrid de la mano del maestro Gregorio Sánchez y con Mondeño de testigo, aquel 19 de mayo de 1962. Tantos años después, son recuerdo las cornadas que sufrió, la dura batalla que para él supuso adentrarse en el mundo de los toros porque, tras los inicios, estuvo un par de años alejado del mundillo porque ya sentía que lo había perdido todo puesto que, los primeros fracasos le forjaron como torero y, lo que es mejor, como hombre. Pudo haber perdido todo como el maestro sentenciara pero, le quedaba lo más grande, la ilusión, la que siempre le acompañó como autentica compañera de viaje y, sin duda, la que le aupó a lo más alto.

En aquellos años gloriosos el maestro alternó con los más grandes pero, como él sentenciara, su gran dicha, en la actualidad, no es otra que vivir para contarlo como diría Gabriel García Márquez puesto que, de aquel ramillete de figuras de aquellos años, si se me apura, apenas podríamos hacer un cartel emblemático formado por el maestro Andrés Vázquez, Santiago Martín El Viti, Jaime Ostos y Paco Camino. Los mentados, en corrida ocho toros de Victorino Martín sería el cartel para llenar la gran plaza México que, como sabemos en la actualidad es casi que un solar desmantelado.

La vida del maestro ha sido siempre apasionante, pese a que como decía, muchos querían destruirla antes de tiempo, pero como quiera que los artistas lo son eternamente, salvo la muerte, nada ni nadie puede quitarles lo que les corresponde que, como en el caso que nos ocupa, no es otra cosa que la naturalidad revestida de arte, razón por la que cuando ya había cumplido los ochenta años mató un toro de Victorino Martín en un festival en su honor en su plaza de Zamora, tarde en la que cortó las dos orejas y el rabo de su enemigo, quedando, en dicha plaza, un hito que con toda seguridad nadie igualará.

El maestro ya puede morirse cuando quiera, aunque le pedimos a Dios que nos lo guarde mucho tiempo. Andrés Vázquez ya es inmortal, ahí están los miles de artículos sobre su persona en las hemerotecas del mundo, como la tarea de sus biógrafos, Paco Cañamero y Pedro Mari Azofra que, en su día fueron artífices para dejarnos en blanco folios de papel aglutinados en lo que llamamos un libro, su inmensa biografía con miles de detalles de su intensa carrera con las miles de anécdotas que el maestro protagonizó. Y si faltaba algo, cuando cumplió 85 años se puso a las órdenes de Juan Figueroa para protagonizar una película sobre su propia vida, “SOBRENATURAL” es el título. ¿Cabe gloria mayor? Seguro que no puesto que, ni el mismísimo Kird Douglas rodó película alguna a esa edad.

Como explico, traducir a modo de letras todo lo que el maestro Vázquez me contó es una tarea difícil que, al final, si he logrado ser fiel a sus sentencias, con ello me sentiré el hombre más dichoso de este planeta mientras que él, por encima del bien y del mal nos sigue alimentando el alma con sus recuerdos.  Gracias, maestro Andrés Vázquez, que Dios le siga bendiciendo dándole muchos años de vida para que le sigamos gozando en plenitud.

En la imagen el maestro Andrés Vázquez saliendo a hombros en su última actuación a sus 80 años, el día que le cortó las orejas y el rabo a un toro de Victorino.