Mañana se celebra el tercer aniversario de la muerte de Rodolfo Rodríguez El Pana y, los que le conocimos y amamos sentimos una nostalgia desmesurada hacia tan irrepetible personaje. Pudimos conocerle y amarle porque como el mundo sabe, los últimos años de su vida los pasó en España con la bendita ilusión de poder confirmar su alternativa en Madrid, lo que era su sueño dorado y, desdichadamente se marchó al otro mundo sin que el taurinismo le concediera lo que él entendía como un sagrado derecho, no en vano, su carrera así lo demandaba.

Por supuesto que, El Pana no fue figura del toreo, ni tampoco nunca lo pretendió, sencillamente porque en su condición de torero genial y arrebatador le bastaba y sobraba para sentirse útil en su profesión, sencillamente por la que vivió y murió. Hemos conocido a innumerables artistas de toda índole que, para el gentío apenas han sido nada, pero si representaban todo ante aquellos corazones que conquistaban y, El Pana era un ejemplo de lo que digo.

Podría contar muchas anécdotas vividas junto al maestro pero, me quedo con la definición que en su momento hizo de su toreo y de su arte, el irrepetible José Tomás que tuvo el valor de decir la frase que relato a continuación.

“En mi vida tengo dos momentos inolvidables que han marcado el devenir de mi existencia, el primero el día que nació mi hijo y, el segundo, el día que vi torear a El Pana al toro Rey Mago en la monumental de México”

Hay que ser muy hombre, muy cabal, muy buen aficionado como es el caso de José Tomás para pronunciarse al respecto de un diestro que, durante muchos años solo acaudaló hambre, miseria y alcohol. Esta es la pura verdad porque en su momento, el taurinismo mexicano que nada tiene que envidiar al español, apartó del circuito de las ferias mexicanas a este diestro singular que, cuando le soplaban las musas podía arrinconar a los más grandes de su país.

Siendo así, en su momento, Rafael Herrerías, para quitárselo de encima montó la llamada corrida de la despedida de El Pana en La México que, más tarde, como se comprobó, no fue una despedida, pero si una resurrección en toda regla. Gracias al semejante desprecio que le hizo Rafael Herrerías a modo de despedida maldita, El Pana, resucitó para poder tocar el cielo con sus manos, algo que logró en muchísimas ocasiones tras aquella macabra despedida en que, dos toros de Garfías, Rey Mago y Conquistador, se aliaron con el maestro para que éste firmara una tarde inolvidable que nadie podrá arrinconar jamás.

Tras aquella resurrección, El Pana selló tardes irrepetibles en México y, como no podía ser de otro modo, hasta en España se entretuvo en hacer algunas faenas inolvidables. Pero más que esas obras que quedaron esculpidas en los ruedos de España, como digo, El Brujo de Apizaco, tenía como meta la confirmación de alternativa en Las Ventas, un derecho que le negaron y que murió en el mismo instante en que él entregó su alma a Dios.

El Pana murió como el gran artista que era, pero los que le conocimos podemos dar fe de que se trataba de un hombre sensacional, un individuo fuera de lo corriente que, atisbado por una cultura inusual podía dejar en ridículo al primero que se enfrentare. Pero era humilde, como han siempre los grandes hombres de la historia. Y, por encima de todo, lo que El Pana logró es la inmortalidad puesto que, seguirán pasando los años y los aficionados del mundo le seguiremos recordando con inusitado cariño. Su frustración fue la de todos los que le quisimos y admiramos, que no pudiera confirmar su alternativa en Madrid que, sin lugar a dudas, hubiera sido el acontecimiento del siglo en España. Pero alguien tuvo miedo de que eso sucediera puesto que, en un momento dado, el toreo de España podía quedar ridiculizado ante tan emblemático diestro.

Rodolfo era buena gente, como lo son los artistas de su estirpe, un personaje para enmarcar y, sin duda, para no olvidar jamás. Muchas veces me pregunté dónde disfruté más, si viendo torear a El Pana o escuchándole en sus disertaciones por el mundo. Se nos marchó para siempre el diestro de Apizaco, pero lo que él no sabía es que nos dejó su alma, su espíritu inmortal para que le siguiéramos disfrutando por el mundo. Han pasado tres años y sigue tan vivo como siempre pero, lo mejor de todo es que pasarán muchos años y, su espíritu seguirá alumbrándonos como el primer día.