Conforme está montada la fiesta de los toros y sabiendo que tenemos a un icono mundial llamado José Tomás, al respecto de su persona vivimos la dura zozobra que supone que le tengamos que dar el calificativo de “culpable” de todos los males que azotan nuestra fiesta.

Es verdad que este hombre no se mete con nadie, ni concede entrevistas, ni aparece por lugares que no debe, su corrección es admirable. Pero todo el mundo le acusa de que su indolencia artística es la que nos hace todo el daño del mundo. Ahora, tras el acontecimiento mundial de Granada en lo que José Tomás ha supuesto para la fiesta de los toros, nuestra pena es mucho mayor. Ese revulsivo que le falta a la fiesta, en manos de José Tomás sería una realidad admirable.

Esa libertad con la que este diestro actúa, la que nadie le puede reprochar, pese a todo, es una herida que sangra en abundancia en el corazón íntimo de la misma fiesta taurina. ¡Ah si él quisiera! Hemos escuchado en miles de lugares. Pero él no quiere. Y este es el drama con el que el diestro de Galapagar nos ha sumido a todos los aficionados y, lo que es peor, a la fiesta en su conjunto.

Todavía, año tras año, cuando vemos la única actuación de José Tomás en la plaza que él ha elegido y, lo que es peor, los éxitos rotundos que consigue, todavía nos sentimos más pobres; yo diría que, en realidad, por culpa de José Tomás, con su ausencia, somos pobres de verdad. Fijémonos que, lo tenía todo en sus manos para que la fiesta fuera ahora, sin lugar a dudas, lo que fue en los años sesenta y setenta porque tenemos un torero de época. La prueba no es otra que, en las ferias en que ha actuado en los últimos años, los abonos se han agotado por su sola presencia en los ruedos.

Nadie entiende, repito, esa ausencia suya ante lo que debería ser su responsabilidad del futuro inmediato de la fiesta de los toros. Le sobra valor, tiene arte para dar y vender, una personalidad arrebatadora que no se puede comparar con nadie, una técnica que hace suya para que, mediante la misma, fluya el arte de sus muñecas y sentidos; es decir, argumentos tan sólidos para la cimentación de una fiesta única e incalculable y, Tomás hace oídos sordos al reclamo de los aficionados.

Es muy triste que el día que se despida de los ruedos recordemos a un José Tomás único; pero único en todo, hasta en su propia soledad. Diremos que fue un torero de época, pero que no se quiso prodigar, por tanto, la valoración será tan escueta como subjetiva puesto que, en realidad, muy pocos aficionados podrán contar lo que vieron puesto que, sin televisión y con una sola actuación al año, este inigualable diestro pasará a la historia como el torero de la soledad en su propia alcoba, la que salía a relucir una vez al año, pobre bagaje para quien podría quedar en los anales de la historia como el torero más grande de todos los tiempos.

¿Se imagina alguien en los tiempos que vivimos que José Tomás se anunciara en veinte tardes al año, si se me apura, con diez nos conformábamos? Eso sería la locura al más alto nivel, pero a su vez, la catarsis necesaria para que la fiesta retomara los valores de antaño, que se creara afición, que hubiera competencia entre sus compañeros; todo lo que sería normal en las actuaciones que todos desearíamos. Desdichadamente, todo ha quedado en un sueño para la inmensa mayoría de los aficionados del mundo puesto que, los que pueden hablar de la realidad de este hombre apenas son unos poquitos miles de aficionados que han tenido la suerte de poderle admirar. Fijémonos que, si José Tomás hiciera una campaña como la que he citado, sin gran número de actuaciones, por supuesto, yo entendería que no quisiera que le televisaran sus actuaciones puesto que, por ejemplo, a Morante le sucede los mismo; pero aquello de actuar una tarde y vetar al medio de comunicación por antonomasia que es la TV, eso me parece de un crueldad extrema. ¿Qué podía perder ese hombre con las cámaras de TV mostrando su grandeza? Nadie lo entiende.

Lo de José Tomás podría compararse como si, por ejemplo, la Iglesia nos dijera un día que baja Dios a la tierra, pero que solo lo hace para unos cuantos feligreses de un lugar determinado. Estaría muy bien que Dios bajara a la tierra y, sin duda, los que compartieran con él estarían todos muy dichosos, pero el resto de los creyentes de este mundo estaríamos acordándonos de sus malditas sandalias para toda la vida.

Y eso ha logrado José Tomás que, sus acólitos, los que han tenido el placer de verle están todos muy contentos; el resto de los aficionados por el mundo, la mayoría, le odian por haberles privado de lo que supondría la dicha de ver al ídolo mundial en plena efervescencia de su creatividad. En Granada fue la cosa. Para el año que viene, ¿qué plaza será la afortunada? Nadie lo sabe. Pero sí todos sabemos que, el mutismo artístico de José Tomás al margen de su única actuación en España, es la herida que sangra permanentemente en nuestros corazones, quizás de rabia, de dolor, de impotencia. Vete tú a saber.