La foto que mostramos es la que se publicó en todos los medios de comunicación hace nueve años, con motivo, claro, del triunfo apoteósico del día anterior del diestro Juan Mora en Madrid. Casi una década después, los aficionados seguimos recordando aquella obra de arte que, sin lugar a dudas pasará a la inmortalidad en cuanto a belleza singular se refiere, sencillamente, porque el arte sigue siendo inmortal en la rama que fuere. Y hablar de Juan Mora al respecto de arte, eso son palabras mayores.

Además de su creación artística, pura y bella al más alto nivel, lo que consiguió Juan Mora fue todo un milagro porque, que todos nos pusiéramos de acuerdo al conjuro de su arte, eso no ocurre jamás porque, entre las crónicas, siempre hay discrepancias entre unos y otros y, repito, que todos sintiéramos las mismas emociones, el mérito no era nuestro, pero sí de un mago llamado Juan Mora.

Como sabemos, en estos últimos nueve años que aludimos han salido a hombros de Madrid varios diestros pero, a su vez, nadie recuerda nada porque eran triunfos de las circunstancias mientras que, lo de Juan Mora, era el calado auténtico de lo que es y representa una obra de arte realizada por un diestro, en este caso, en la plaza de Madrid. Para colmo, el diestro de Plasencia, en estos años aludidos ha toreado muy poco, sencillamente porque no le ha dado la gana; eso sí, cada vez que lo ha hecho ha sido para crear la obra bella, sin ir más lejos este año en la plaza de toros de Cáceres en la que, una vez más, firmó una obra inmortal.

Qué grande resulta, para cualquier aficionado, rememorar una obra auténtica, bella, extraordinaria e inolvidable, caso de Juan Mora en aquella tarde otoñal en la que cien años atrás, Julián Gayarre triunfaba en el Real, mientras que actualmente, Juan Mora lo hacía en Las Ventas. Lo bello jamás muere. Lo digo porque en estos nueve años hemos visto muchas faenas, algunas realmente hermosas, caso de Luís Francisco Esplá en su despedida o Diego Urdiales el pasado año pero, si me apuran, lo de Juan Mora traspasó las barreras de la lógica para quedarse en la inmortalidad. Nunca el toreo fue tan bello, hubiera dicho de Juan Mora el maestro Joaquín Vidal de haber tenido la suerte de verle en aquella tarde gloriosa, entre otras cosas porque era verdad y, lo que es mejor, lo seguirá siendo. ¿Cuándo encontraremos otra obra similar a la de Mora para poder equipararla con su monumento artístico en Madrid?

Resulta grato recordar las crónicas de aquel 3 de octubre del año 2010. Pensar que todos coincidimos en lo mismo, esa es la grandeza del arte, el que no miente cuando nos puso a todos de acuerdo. Entresacamos las palabras escritas de Antonio Lorca al respecto de la actuación de Juan Mora en Madrid, como pudiéramos haber elegido las nuestras o las de cualquier crítico puesto que, como digo, todos comulgamos en el mismo cáliz, en el de su arte.

Fue la suya la lección magistral de un catedrático emérito; algo así como la explosión de toda una vida. Fue un maestro macerado por el paso del tiempo… Qué forma de andar en la cara del toro; qué sabor en el par de verónicas y la media con las que recibió a ese primer toro; qué añeja torería al llevarlo a una mano al caballo, y qué inteligencia en esos muletazos por ambos lados, auténticos destellos de embrujo. Tres naturales eternos resultaron especialmente bellísimos. Y cuando la plaza hervía de pasión, y sin preparativo alguno, montó la espada de verdad y cobró una estocada hasta la bola. Prohibió Mora a su cuadrilla que se acercaran al toro, mientras él se marchaba con paso marcial y altanero hacia el burladero y el animal caía sin puntilla. La pasión se desbordó en un momento ciertamente inenarrable. Y que nadie se engañe: lo de Mora ante ese toro grandón y noble no fue un faenón, sino una obra de arte, cuajada, quizá de defectos, pero grandiosa de principio a fin. Esa y no otra es la gloria de los elegidos maestros. Y Mora, ayer, fue uno de ellos.

Y pensar que, sin apenas torear, este año Juan Mora repitió la proeza en Cáceres, la dicha no puede ser mayor, sencillamente porque se trata de uno de los artistas más grandes que nos ha dado la tauromaquia en los últimos cincuenta años. Juan Mora podrá marcharse del toreo cuando quiera, cuando su corazón la indique, pero nadie podrá borrar de su corazón su épica artística en Madrid aquel 2 de octubre del 2010 y, a su vez, para que su dicha sea todavía mayor, dicha obra es la que vive dentro del corazón de todos los aficionados que, para nuestra fortuna pudimos gozar y admirar.

El arte, como sabemos, tiene la singularidad de estar por encima del paso del tiempo. Los años no perturban ni opacan una obra bella. ¿Quién no se acuerda de Antoñete y sus faenas en Madrid? He dicho Antoñete por equiparar a Juan Mora con otro grande de la tauromaquia.

Es Juan Mora un hombre singular, lo digo porque cuando la gran mayoría de los toreros, como si fueran funcionarios, quieren sumar festejos y más festejos, Mora, desde siempre, lo que le cautivó y motivó no fue otra cosa que la creación de obras bellas, las que vivirán eternamente en el corazón de los aficionados y, le asiste toda la razón. ¿Para qué quiere un torero actuar tres mil tardes si mañana nadie te va a recordar? Por ejemplo, ¿recuerda alguien a Jesulín de Ubrique? Ni en su casa. Por el contrario, Juan Mora es eterno puesto que, pasarán mil años y las generaciones que están por venir, gracias a los medios audiovisuales que tenemos, todos recordarán que un día de la vida pasó por el toreo un artista inenarrable, Juan Mora, artista por la gracia de Dios.