Una vez más, amigos lectores, me toca el triste papel de ser profeta en las cuestiones taurinas. Sí, porque aquello de apostar por los toreros que no torean es complicadísimo; que me tachen de loco es casi lo normal. Pero nada me importa porque, por ejemplo, hace unos días me cupo la fortuna de disfrutar muchísimo con Juan Mora en Cáceres, un diestro al que tienen arrinconado pero al que yo jamás le perdí la fe, la prueba no fue otra que su tratado de torería al más alto nivel en la plaza citada. Ahora, todos, como Santo Tomás, una vez han metido el dedo en la herida certifican que hay sangre.
Ahora me lo he jugado todo como si fuera una apuesta a la lotería y, repito, todo lo he apostado al mismo número que, como se sabe, se llama Juan Ortega. ¿Por qué? Muy sencillo. Yo no conocía a este chico y el pasado año pude verle en Madrid un 15 de agosto y, en este año, el día de Pascua, igualmente en las Ventas. ¿Qué sensaciones me produjo? Muy sencillas pero, a su vez, muy difíciles de explicar. ¿Cómo se explica el arte? Nadie lo ha logrado todavía pero, el que lo tiene, eso se huele a años luz. Y Juan Ortega es un todo un artista, en la penumbra porque de momento así lo han decidido los que mandan en la fiesta pero, el día que salga a la luz, la eclosión será monumental.
Me pasó lo mismo que con Pablo Aguado que, tras verle en la pasada feria de otoño en Madrid, quedé impactado; anonadado por las sensaciones que el chico nos mostró. Y me vacié por completo hacia él, ahí están las pruebas. Sin embargo, su triunfo en Madrid no tuvo apenas calado, menos mal que, el suficiente para que fuera incluido en la feria de Sevilla que, tras su apoteosis todo el mundo habla de Pago Aguado. Volvió a Madrid en las primeras corridas de la feria y, de haber acertado con la espada hubiera salido por la puerta grande porque, más torería que la de Aguado era imposible encontrarla. Morante ya tiene sustituto, ya puede marcharse cuando quiera para que su trono sea ocupado por Pablo Aguado.
Digamos que, el caso de Juan Ortega es algo similar al de su paisano Morante porque, Ortega, está tocado igualmente con la varita mágica del arte; no es uno más de los tres mil que se visten de toreros cada día. Claro que, los organizadores tienen que creer en él, no basta que yo lo diga porque, en realidad, el muchacho necesita contratos para demostrarle al mundo todo lo que yo digo y vaticino.
Recordemos que, tras aquella faena sublime de Madrid a la que he aludido, la empresa maestrante no tuvo la sensibilidad de incluirle en los carteles de abril, pero sí pudimos ver a muchos mediocres que, con padrinos fueron incluidos en la feria sevillana. Ahí sí que le ganó Aguado que, como se sabe, le incluyeron y resultó ser el triunfador absoluto de la feria que, de haber actuado Ortega, se hubieran tenido que repartir los premios.
La tristeza de la cuestión es que los empresarios, en su gran mayoría, prefieren trabajadores, toreros que sean poco más que asalariados de sus empresas y de tal forma no hay quien pida nada. Es una forma de salvaguardar los intereses mercantiles de los empresarios taurinos pero, cuidado que a Morante le queda poco y tenemos que renovar el escalafón al menos en lo que a artistas se refiere.
No sé cuándo romperá por completo este Juan Ortega que es artista por la gracia de Dios. Quizás tarde más de lo esperado, pero no tengo duda alguna de que llegará muy lejos a poco que los respeten un poco sus enemigos que, de momento son los empresarios que no le dan cabida y cobijo en sus carteles. Pongámosle en la ferias para que luego hablemos de sus enemigos naturales, es decir, los toros.
Aquello de vaticinar es una tarea apasionante en la que puedes perder todo el crédito que te has ganado durante muchos años pero, dicha tarea me la enseñó un viejo amigo cuando en cierta ocasión, justamente en la presentación de Juan Mora de novillero en Madrid que, inmediatamente, tras la celebración del festejo me dijo que tomara nota que había nacido un artista que perduraría muchos años en el tiempo. Han pasado cuarenta años de aquella efemérides y, hace unos días, Juan Mora reinventó el toreo una vez más a base de dos lecciones magistrales en Cáceres, una ciudad que no olvidará jamás aquel compromiso sobre el arte que expandió en dicho ruedo el artista placentino. Es decir, el arte será siempre eterno.