La ruptura entre Simón Casas y Paco Ureña ha sido, sin lugar dudas, el tema de debate entre los aficionados en los últimos días porque, como es natural y lógico, cuesta mucho entender una ruptura como la citada que, como se sabe, tenía todos los componentes para ser la pareja idílica entre un torero y un empresario.
Decía el inolvidable maestro de la crítica, don Joaquín Vidal, que el toreo es grandeza, al menos así lo afirmaba; claro que, barrunto que lo decía socarronamente, como en realidad eran sus crónicas que, tenían escrito mucho más entre líneas que con sus propias letras. La grandeza queda para un reducto muy ínfimo de elegidos mientras que, la miseria es el pan de cada día.
Se hace saber que, el toreo, grandeza tiene poca, si exceptuamos a los consagrados de la torería puesto que, podíamos imaginar la miseria en cualquier lugar, de forma concreta en los pueblos, en las liquidaciones que se practican a los toreros en esas plazas en las que apenas hay espectadores, por ende, en esas taquillas vacías por completo. El caso que hemos conocido de José Luís Torres es el ejemplo de lo que venimos contando.
Pero hablar de que Simón Casas ha dejado a Paco Ureña, o viceversa, mejor viceversa, ¿verdad? Suena a bomba de relojería puesto que, es de todos sabidos los éxitos que Paco Ureña ha logrado y, lo que es mejor, casi siempre ha toreado en plazas de mucha entidad y con enorme gentío en sus graderíos. Es decir, por dinero recaudado no será. Pero, ¿a dónde ha ido ese dinero? Eso se estará preguntando el diestro que, tras los triunfos conseguidos no ha encontrado la rentabilidad que esperaba, sin duda, totalmente merecida. Veamos quien es el valiente que le pone el cascabel al gato.
Lo he contado miles de veces y lo vuelvo a repetir. Entiendo las rupturas entre un apoderado normal y un diestro cualquiera puesto que, el apoderado le muestra, -si es un hombre honrado-, al diestro en cuestión la liquidación de lo que ha cobrado y le resta los gastos, los números, buenos o malos resplandecen por completo sin el menor engaño.
Por el contrario todo se complica cuando el apoderado es el mismo empresario que, por lógica, presenta las cuentas que le salen de los cojones y el torero no tiene más opción que tragar las miserias que el apoderado-empresario le ofrezca. Hay dos opciones y las dos son malas, pero es donde el torero puede elegir. Seguir siendo explotado cambio de la miseria que quieran darte y seguir toreando mucho como si fueses una figura del toreo o, por el otro lado, romper todos los vínculos y buscar nuevos horizontes.
Al respecto de lo dicho la pregunta es inevitable. ¿A cuántos toreros ha apoderado Simón Casas? Muchísimos, no es más cierto. ¿Con cuántos de ellos mantiene una relación fluida y normal? Que respondan los interfectos.
Dentro del reglamento taurino nos encontramos con una laguna tremenda puesto que, la misma reglamentación vigente, en uno de sus artículos debería prohibir que un empresario fuera apoderado a su vez, algo que inventó un empresario espabilado que sabía que, dicho modo, todo quedaba en “casa”. Es decir, se quedaba con la taquilla y con los honorarios del diestro que apoderaba aduciendo mil pretextos, ninguno de ellos creíbles. La contratación debería ser libre al estilo Iván Fandiño puesto que, llegado el caso, aquel héroe nacido en Orduña, hasta era capaz de reírse de su propia hambre, pero jamás estuvo sujeto a los caprichos de un amo que, como se sigue demostrando, al final de la temporada te ofrece las migajas y, si las quieres las tomas o si lo prefieres, tienes la opción de morirte de hambre por otros derroteros.
Pobre Paco Ureña, me da lástima. Sí, porque el muchacho, con sus grandes triunfos ganados en buena lid, hasta llegó a pensar que eran válidos y, todo es mentira. Válidos para el empresario-apoderado pero, el que se ha jugado la vida ha sido él, por tanto, el que debería de tener una justa recompensa. Seguramente, para Simón Casas, lo que le ha liquidado al diestro de Lorca pensará que es lo más justo del mundo pero, si viésemos la liquidación como él la ha visto, seguro que nos pasamos meses vomitando. Se les rompió el amor, pero no precisamente de tanto usarlo.
El caso de Ureña, como otros muchos, viene a demostrar que lo más difícil para ser torero no es jugarte la vida y tener arte; lo más sangrante del mundo es saber en qué manos puedas caer y que hacen de tu arte y de tu valor que, inevitablemente, debería de revertirse en dinero. No ha sido el caso de Ureña que, por otra parte apenas es una eslabón de los cientos de damnificados que hemos conocido en la fiesta de los toros. Paz para Ureña y mucha suerte porque como tenga muchas tardes como la de ayer en Zaragoza, mejor que se vaya para siempre y que no le quepa duda que, en lo sucesivo, Simón Casas ya tendrá preparado otro primo para ayudarle.
Así acaban la mayoría de los toreros, pidiendo para comer.