Nadie sabe los que nos deparará el futuro en cuanto a la fiesta de los toros se refiere, pero lo que si es realmente cierto es todo lo que se nos avecina y, al igual que toda la sociedad, los toros experimentarán un cambio brutal, significativo y, para muchos, yo diría que inimaginable.

Ya nada será igual después de la pandemia si es que logramos vencerla. De momento estamos todos confinados como si fuéramos los peores delincuentes encarcelados a cadena perpetua. En realidad, para nuestra sociedad, si vencemos, pese a ello, nada será igual; los cambios serán tremendos, incuantificables en todos los sentidos y, los toros no escaparán de dicha maldición que, la misma, como ocurre en todos los segmentos de la sociedad, siempre daña a los más débiles. Como ya dije varias veces, lo peor no serán los muertos que enterraremos y hemos enterrado, lo dramático serán ellos millones de personas que, si logramos salvar la vida seremos muertos en vida que, todavía es peor.

Imaginemos que, para el verano ya nos hemos recuperado de la pandemia, retomamos la normalidad y se empiezan a programar festejos taurinos que, en realidad, debería ser lo lógico. Pero, ¿quedarán aficionados con capital suficiente para invertirlo en este espectáculo maravilloso? Esa es la duda que me corroe, la que me está matando y, lo que es peor, por la que acertaré. En estos meses venideros y desde que empezó la reclusión de la población en lo que llamamos «arresto domiciliario», millones de personas quedarán en la calle y, pese a las ayudas que promete el gobierno, nada será como antes porque muchos lo habrán perdido todo. Y, como sabemos, esos muchos que no son otros que la clase obrera y autónomos son los que mantienen este  país en todos los órdenes y, si no tenemos para pan, ¿quien puede pensar en los toros?

Seguro que habrá valientes que organizarán espectáculos taurinos. Lo dramático será buscar a los clientes que sustenten dichas corridas de toros. Mucho tendrá que cambiar todo para que ello sea posible. Por lógica, los emolumentos astronómicos de las figuras desaparecerán por completo y, si Manolo Escribano, por poner un ejemplo, se juega la vida de verdad frente a los toros de Miura por un triste sueldo, las figuras tendrán que poner los pies en el suelo, ser conscientes de todo lo que se nos ha venido encima y rebajar sus honorarios, no para que se lleve el dinero el empresario, pero sí, sencillamente, porque habrá que abaratar el precio de las entradas hasta la inimaginable.

Recordemos que, respecto a los toros estamos a un paso de Venezuela puesto que, el país andino, como sabemos, era un todo un referente en los toros y, la cruel situación económica, ha dejado al país hermano sin toros y, lo que es peor, sin pan. Nosotros, para nuestra desdicha, estamos a un paso de que nos ocurra lo mismo, que no se puedan celebrar festejos taurinos por la falta de clientes. Es cierto que, en Venezuela, ha sido un ogro el que ha sumido a su país en la más absoluta pobreza, es decir, el conductor de autobús que rige el país ha logrado el más ansiado comunismo, es decir, que no haya nada para nadie mientras él vive opíparamente, como ocurre con todos los dirigentes comunistas o sociatas que es lo mismo.

Nosotros, pese a que nuestros dirigentes ya tenían todo planeado para que todos fuésemos pobres como ratas, ha sido el destino el que se les ha adelantado y les ha hecho el trabajo sucio, es decir, que llegue la pobreza más absoluta sin que ellos hayan tenido que intervenir, hasta en eso han tenido suerte. Cuando pase este mal que nos azota, como digo, todos seremos auténticamente pobres; y cuando digo todos me refiero a la clase obrera y a todos los autónomos y pequeñas empresas de España que, como el mudo sabe, son el motor del país. Y si ese motor se ha gripado, nadie puede atreverse a pensar en organizar corridas de toros porque ya haremos bastante los pobres de este país si logramos encontrar un mendrugo de pan para nuestra boca.

Y que conste que no escribe aquí un pesimista o catastrofista: lo cuenta un tipo ilusionado en todas las facetas de la vida como siempre demostré: ahora, como sabemos, no es pesimismo, se trata de analizar una situación tan anómala como extraña que, como siempre sucede, nada bueno nos dejará. Si acaso, si en el peor de los sentidos hemos tomado lección por todo lo sufrido y lo aplicamos a nuestras vida, todo eso ya será ganancia. Si esta desdicha nos hace más humildes, solidarios, amables pensando en los demás como si fuésemos nosotros mismos, esa parte del éxito la tenemos garantizada.