Dentro de caos que reina en el mundo de los toros, las cifras de Madrid nos han reconfortado por completo puesto que, cerca de un millón de personas han pasado este año por Las Ventas. Si a Bogard le quedaba París, a los aficionados nos queda Madrid que, como se sabe, es la tabla de salvación a la que nos aferramos todos.

No reinan buenos tiempos para el mundo de los toros, lo dicen las pobres entradas que se registran en los cosos taurinos, pongamos como ejemplo a Bilbao por citar una plaza referencial que, otrora esa santo y seña en el norte de España mientras que, en al actualidad es un solar desmantelado. Ya es triste que hablemos de desdichas tan sangrantes como la falta de aficionados en las plazas de toros. Algo muy grave debe de ocurrir para que las plazas, generalmente, estén desérticas de aficionados.

No es menos cierto que nosotros somos los culpables. Y cuando digo nosotros me refiero a todo el taurinismo que, de forma sustancial, no ayudan para nada para que el aficionado retorne en masa a los coliseos taurinos. El tipo de toro que se suele lidiar no es precisamente el gancho que los aficionados necesitamos para regresar a las plazas de toros, aquellas que un día no muy lejano abarrotábamos con suma vehemencia.

Son muchos los factores que suman para que la fiesta de los toros apenas le interese a nadie, salvo en sitios muy contados como podría ser Pamplona que, cada año, San Fermín logra el milagro de que no quede ni un asiento vacío. Y hablamos de eso, un milagro porque muy cerquita de allí, en Vitoria, se ha clausurado la fiesta de los toros para siempre, y no digamos en Oviedo que hace años que murió.

Los taurinos hacen odios sordos ante la evidencia y, al final, lo pagarán carísimo. Los datos que tenemos son elocuentes puesto que ellos mismos certifican la pobreza de un espectáculo que se ha tornado lamentable puesto que, si el líder del escalafón ha sumado poco más de cuarenta corridas de toros, el dato es revelador; apenas se dan espectáculos taurinos puesto que, no hace apenas nada, cualquiera lideraba el escalafón con más de ochenta o cien corridas de toros en su haber. Claro que, si todos, empresarios, ganaderos y toreros se conforman con muy poco allá ellos y las consecuencias que todo esto traiga consigo.

Madrid, una vez más, nos salva de todos los males puesto que sirve como sedante para un enfermo que agoniza. Es cierto que la fiesta muere por inanición, con la salvedad de que, como digo, Las Ventas del Espíritu Santo –no podía tener mejor nombre- es la que nos salva de todos los males que reinan por el suelo patrio.

Claro que, la gran verdad del asunto no es otra que el toro. No es que sea Madrid, pese a serlo, la plaza emblema de todas las plazas del mundo. Y lo es gracias al toro puesto que, al margen de que las figuras lidien en Madrid las divisas preferidas, pese a todo, sale el toro que es el eje fundamental de la fiesta. Amén del toro, en Madrid hay unas exigencias que hacen grande a la fiesta de los toros que, alejada de banalidades y regalos absurdos, Madrid continúa siendo la plaza emblema donde a diario se examina hasta Dios. ¿Qué ocurre? Que tal grado de seriedad, equidad y justicia es el que la da sentido a la fiesta de los toros.

Como decía, que nos avalen cerca de un millón de personas en una sola plaza, la dicha no puede ser mayor, amén de los cientos de millones que has visto la fiesta de los toros desde las pantallas de TV. Se trata del peso específico de la plaza de Madrid que, contra viento y marea sigue siendo el único bastión importante que nos queda para aferrarnos con suma vehemencia. Pese a tanta incertidumbre en la que estamos viviendo, nos queda la plaza que es santo y seña para la fiesta de los toros, justamente la que lo sustenta todo para que no se nos caiga de una santa vez el maravilloso entramado taurino. Como alguien dijo en cierta ocasión, de no existir Madrid habríamos de inventarlo. Existe, por tanto, la dicha no puede ser mayor.

Dentro de todos los males que existen en este oasis dramático que se ha convertido la fiesta de los toros, debemos de felicitar a esos cientos de miles de aficionados que, ávidos de emociones y sabedores de que en Madrid anida la verdad de la fiesta, no han regateado esfuerzo con tal de acudir en masa a dicha plaza la que, como sabemos es el primer referente en el mundo.