Cuando llega el aniversario de la muerte de determinados diestros y lo han hecho en la plaza, ello es algo conmovedor porque sin que ellos lo pretendieran, estaban certificando la auténtica grandeza de la fiesta, la que tantos denostan, enturbian, ensombrecen, pero que dichos mártires de su profesión, con su sangre derramada han certificado la dignidad intrínseca que es y supone entregar la vida por la profesión que uno amó.
Ciertamente, en honor a la verdad, la pregunta es de rigor, ¿merece la pena morir en el ruedo? Es decir, ¿habrá servido de algo positivo para la fiesta la muerte de los diestros El Pana, Iván Fandiño, Víctor Barrio, como ejemplos válidos de los últimos tres años? Seguramente sí, aunque esa gloria no se palpe, pero que queda latente en el ambiente para engrandecer los corazones de todas las personas que amamos este espectáculo maravilloso y auténtico, justamente esa fiesta donde se muere de verdad y ahí están los ejemplos referidos.
¿Qué pensarán los profesionales de los toros, organizadores, empresarios, toreros, ganaderos, al respecto de un torero muerto en la plaza? ¿Se les remorderán las conciencias ante tan luctuosos hechos por aquello del daño que pudieron haberles hecho? ¿Sentirán pena por si en algún momento ejercieron la crueldad para con dichos matadores de toros? Mil preguntas que nadie nos responderá pero que, a no dudar, por ejemplo Chopera, -José Antonio- quizás sienta la pena de la negación que le hizo a El Pana que el pobre quería confirmar su alternativa en Madrid, a sabiendas de que un toro podría matarle en la plaza. Como sabemos, se marchó al otro mundo para forjar su eternidad sin que pudiera hacer realidad su sueño, el que eternamente le seguirá alentando. Por supuesto que no lo mató un toro en Madrid, pero sí en Ciudad Lerdo, un pueblo mexicano que sirvió para que empezara a forjar la leyenda de Rodolfo Rodríguez El Pana.
Sí se me apura, y lo digo con dolor, ante el mismo taurinismo no creo que sirva para mucho la muerte de los diestros antes mencionados porque, barrunto, así me lo dice el corazón que, en el mundo de los toros quizás piensen aquello de, a rey muerto, rey puesto. Es decir, ¿los errores cometidos por los empresarios ante los diestros descritos, servirán acaso para no cometerlos ante los diestros actuales? No lo sé pero, maldita sea, presagio que todo seguirá igual y que las condiciones seguirán siendo las mismas y los escarnios los seguirán pagando los de siempre.
Si queda, por supuesto, ante la historia, la que pasados los años rezará y nos seguirá contando que unos hombres apasionados fueron capaces de dar su vida por la profesión que amaban. La grey empresarial no seguirá poniendo velas ante las tumbas de los referidos, pero los aficionados siempre les recordaremos con la devoción con la que les veneramos en vida y, en nuestro caso, ahí están nuestras crónicas para atestiguarlo.
Y lo digo muy en serio porque los tres, ninguno de ellos era lo que se dice un gracioso; todo lo contrario. Si El Pana, por ejemplo, era un tipo creativo, genial, iconoclasta si se me apura, rebelde y artista como pocos, ahí lo dijimos como sentencias del alma porque no podía ser de otro modo, todo ello sin que el diestro de Apizaco llegara jamás a la cumbre. Lo de Iván Fandiño resultó épico, maravilloso, auténtico, revelador y de una verdad apabullante, la prueba no era otra que los toros que lidiaba y, sin duda, los compañeros que tenía. Murió dando lo mejor que tenía que, sin duda era el TODO. Víctor Barrio, por razones de edad tenía menos trayectoria, pero muy significativa por el ahínco y la pasión que el diestro ponía en su quehacer.
Los que manejan los intereses del mundo de los toros podrán pensar lo que quieran al respecto pero, desde el otro lado de la trinchera, es decir, los aficionados, todos sin distinción recordaremos a tres hombres auténticos que, llenos de verdad y ejerciendo la más apasionada creatividad, dejaron su vida en los ruedos para que nadie dude, en lo más mínimo, que en el mundo de los toros se muere de verdad, de forma muy concreta aquellos que matan toros auténticos; los domesticados para el deleite de las figuras eso es otro asunto en el que no quiero entrar, pero que todo el mundo conoce, se trata de otra historia que nada tiene que ver con la muerte de estos valientes antes nombrados.