A tenor de lo que resultó la actuación de Morante en México, un amigo querido discrepaba conmigo cuando publiqué las fotos de los animalitos que lidió el señorito andaluz en la plaza más grande del mundo que, grande si debe ser cuando este hombre congregó un tercio de la misma para que vieran su arte.

Lo que se dice arte, eso no se lo negará nadie a Morante porque está tocado por la varita mágica de Dios pero, a su vez, su corazón no le permite enfrentarse a un toro como Dios manda porque, a diario y en todos los sitios, mata el torito moribundo, el que sabe que nunca le hará daño. ¿Qué ocurre? Que Morante es un artista de salón, es decir, sin toro hace lo mismo que con el animalito en cuestión. Una pena porque antaño, los toreros, artistas o valerosos, todos, en un momento determinado entendían que debían de enfrentarse al toro de verdad. Y así lo hacían.

La fiesta ha cambiado demasiado, más de lo que nadie pudiera imaginar, el problema es que muchos no se dan cuenta. Me contaba este amigo que, además de nuestra página, había leído en el portal de los toreros que Morante había puesto boca abajo la Monumental de Insurgentes. A lo que le respondí: “¿Tú qué harías si fueras mi empleado, hablarías mal de mí?” Tan sencillo como la vida misma. Nada que ver lo que decía nuestra compañera Alexa Castillo con lo que dicen los portales que se financian con los toreros, en este caso, con las figuras que mantienen dichos esperpentos. ¿Morante estuvo en artista? Sí. Eso no lo discute nadie, lo que todo el “mundo” le ha recriminado no ha sido otra cosa que los animalitos indefensos que lidió.

Es decir, una cosa es hablar desde la libertad para emitir un juicio válido y, otra muy distinta, escribir pensando en el amo que te financia. Al amo no se le puede traicionar puesto que sería una falta de respeto y, sin duda, opositar a quedarte sin la financiación oportuna para poder comprarte el bocadillo de rigor. Como vemos, todo es muy relativo, depende de las circunstancias de cada cual puesto que, una cosa es hablar por afición, escribir porque te lo demanda el corazón y, otra muy distinta apuntalar las mentiras del medio toro cuando, como se sabe, en la actualidad, gracias a los medios que tenemos, mentir se torna complicadísimo.

He nombrado yo la palabra libertad cuando, como se sabe, el mundo en su conjunto vive atenazado por un llamado conflicto de intereses que, de forma irremediable llevan al individuo al precipicio de la mentira. Comprendo que cualquiera se sienta amordazado por aquello de los intereses a los que citaba pero, por Dios, la libertad no puede ser cuestionada por nada, ni siquiera por el bendito pan que, de alguna u otra manera siempre hay un resquicio para ganarlo al margen de los toros.

En lo que a los toros se refiere, comprendo por ejemplo que todo aquel que vive espléndidamente en la redacción de un rotativo, entiendo que el director le sugiera cierta benevolencia para con los asuntos a tratar por aquello de la publicidad recibida, llegado el caso, pero si nos ceñimos en las páginas Web en las que todo es hambre y miseria, distorsionar la verdad por conseguir un triste bocadillo dicho en metáfora, me parece más cruel que el gobierno que se nos avecina.

Comprendo, por ejemplo, a las personas que se ganan la vida en el periodismo blandengue, es decir, su sagrado jornal en Canal Plus de Telefónica en que, “lógicamente” todo tiene su razón de ser; es decir, todo se justifica porque esas personas no pueden salirse del guión si quieren seguir comiendo de su trabajo, aunque tampoco se comprarán nunca una finca. Para este equipo todo está bien; sea el espectáculo  que fuere, todo es positivo. Como vemos, -nunca mejor por lo de ver-, no existen diferencias entre el trato que se les da a unos y a otros; es decir, debería de tener mucho más mérito todo aquel que mata el toro íntegro y, estas personas, en ello deberían de enfatizar para que los demás tomásemos lección y supiéramos todos diferenciar cuando estamos viendo la lidia de un toro auténtico y cuando las figuras matan el burro desvalido, algo que no sucede jamás. Cuando digo sucede me refiero al énfasis que los locutores puedan hacer para que el aficionado comprenda cómo es un toro de verdad y un burro desvalido. Luego, claro, viene la credibilidad que pueda tener este canal que, siendo muy “instructivo” siempre queda en entredicho, cosa natural y lógica.

Pero que alguien me diga que se ha creído algo porque lo ha leído en el portal de los toreros, me entra una risa para desternillarme. Es difícil creer a nadie cuando como se sabe está sometido a unos intereses de los propios protagonistas de la fiesta que, lógicamente, adoran dicho portal porque les ríen las gracias, solapan todo fracaso y engrandecen el más mínimo triunfo. Y lo peor del asunto es que todo el mundo entra “al trapo” de la cuestión citada, cosa que me parece muy bien, pero luego que no se queje nadie ante todos aquellos que, mediante la libertad somos capaces de contar la verdad.

Duele mucho tener que darles reprimendas a las figuras por aquello del toro que suelen lidiar, pura parodia en detrimento de la verdad de la fiesta pero, ¿recibió alguna crítica negativa Sergio Serrano el día que se jugó la vida en Madrid? Las críticas siempre recaerán sobre los que propician el fraude, los que lo llevan a cabo, los que lo consienten para burlarse del aficionado que solemos pagar una entrada carísima, vamos, como para quedarnos callados ¿verdad?

Yo aconsejaría a todos los jóvenes que quieran escribir de toros que, a poder ser, que lo hagan por afición, sin tener que estar sometidos a nada ni a nadie. ¿Cuál es el precio? El que todo el mundo sabe, tener un trabajo para vivir dignamente al margen de los toros y escribir sobre la materia por aquello de darle rienda suelta al corazón y, sin duda, mitigar esa pasión que a todos nos envuelve. Vivir honradamente el periodismo taurino es poco más que un milagro, ni siquiera ese mago de la palabra y la crítica llamado Antonio Lorca es capaz de vivir “solo” del periodismo. Otra cosa muy distinta es écharte la manta a la cabeza, no ver nada y sea lo que Dios quiera, todo con tal de mal vivir del periodismo taurino que, dadas sus limitaciones, tampoco da para mucho.

Dejémoslo así. Como diría El Guerra, “hay gente pató”