Esta tarde se confirmaba la noticia. Una vez más. Un torero fallecía nuevamente como consecuencia de una cornada, esta vez interna. No por ello, menos asesina. Jerónimo Alejandro Celis, “El Niño de Dzununcán”, en Mérida (Yucatán, México). Destrozos pulmonares fueron los que sesgaron la vida de un niño que, para más inri, deja a esposa e hijos, llorando la muerte de un torero…

Fue, precisamente, en las tierras que el español, de nombre Hernán Cortés, descubrió, donde un toro se cruzó en la vida de Celis, para encumbrarlo a la gloria más indiscutible de los toreros. El empresario del cielo, como el cante popular entona, cuenta ya entre sus filas con un héroe más. Un ejemplo más para el común de los mortales. Un ejemplo de los que están dispuestos a ofrecer su vida por un sueño, para hacer soñar a los que el valor nos escasea… Mientras seguimos llorando a Renatto Mota, que en su juventud se vio obligado a tomar la alternativa allá en la gloria; a El Pana, ese torero místico y mágico, cuya historia puso fin a las letras del romanticismo del toreo; al gallardo y puro Víctor Barrio; y a Iván Fandiño, cuyo rugido sigue sonando en los cosos celestiales.

“Amy”, descansa. Descansa en paz. Aprovecha para abrazar a todos aquellos que, con su sangre valiente, dignificaron no una profesión, sino el arte más puro y verdadero de cuántos existan. No olvides a nadie. Siempre recordaremos que el 30 de junio, iniciaste el paseíllo de la gloria eterna.