Una gran entrada en la México, pero….

Vaya tarde de toros hemos vivido en la Monumental de Insurgentes.

Se han conjugado sustantivos y no verbos. Y aún no acabo de entender cómo sucedió, el tema es que sucedió y salí casi huyendo de la plaza apenas cayó el octavo.

Empecemos por ahí.

8 toros son demasiado. A menos que la bravura vaya mandando los cánones, pienso que se hacen eternas las horas en ese frío tendido.

Se lidiaron toros de Los Encinos y Santa Fe del Campo disparejos en presentación. Y algunos carentes de presencia pero que hoy pasaron sin causar ninguna molestia. Algo bastante fuera de lugar.

Y porqué lo digo? Porque no hubo afición, no hubo taurinos. Y ese es un vicio muy grande que ha dejado el rejoneador navarro. Matar la última corrida de la temporada, tarde que  tuvo consecuencias muy negativas porque si bien es importante que surjan nuevos aficionados, hay que tener seriedad y respeto hacia la fiesta.

Hoy que cierra este ciclo, no quiero hacer una crónica más, desde la objetividad y el amor a la fiesta, porque ésta no es la fiesta que idolatro y pude apreciar desde pequeña. Porque hoy no hay poesía, no hay prosa, no hay cuento, hoy me siento como si la resaca me hiciera pensar en no volver a pisar un sitio que para mi es más que un templo, y que me duele desde el fondo del alma.

Hoy quiero contar lo que ví y lo que no ví.

Desde unos ojos diferentes, que apuntan a lo que no me gustaría volver a presenciar en mi querida plaza.

 

Ví a un rejoneador que ha sido el más grande, que revolucionó el toreo a caballo y puso en alto el arte de Marialva en un momento triste. Ya no importa que el público de esta plaza se le haya entregado sin dudas ni reservas, lo que importa hoy para él, es el legado que deja en su hijo Guillermo.

No lo ví toreando de frente, ni haciendo alarde de ese dominio impecable que tiene de sus cabalgaduras. No ví al Rey a caballo que tantas tardes nos volvió locos y que sin duda a más de dos los hizo “ístas”

Tampoco ese arrojo y valor con el que enfrentaba a los toros.

Ví al padre enloquecido por su hijo, un hijo que desenfrenado buscaba complacer a los presentes, arrebatado, desmedido y plástico.

No vi a ese caballero que quiere preservar el trono, sino a ese pútrido rey que abdica dejando a su vástago al mando. Aunque no haya en su principesca sangre, los tamaños para sustentar ser el que puede erguirse en el escaño.

 

Ví un joven caballero ávido de triunfo, pero no de gloria, sino de la aprobación y el reconocimiento de un padre orgulloso.

Ví un joven que tiene muy hecho su cuento, muy estudiado el personaje, pero no encuentra su lugar. Un jinete con carencias y sin embargo muy bien dirigido.

Una oreja clientelista, de quienes no entendieron que tantas fallas no pueden dejarse de lado. Que un cambio de pista tiene que ser en la cara del toro, no a tres metros, también ví un gran toro de los Encinos que debió ser premiado y que nadie volteó a ver.  Guillermo tuvo las condiciones para salir hoy por la puerta grande pero se conforma con orejas regaladas, baratas de una plaza de tercera.

 

Ví un torero con tanta clase y fondo que honestamente me da coraje, sobretodo de ver cómo teniendo en sus manos dos astados para la consagración, escatima y se conforma con lo que le den.

Momentos buenos, si, varios. Pero si nos va a seguir ofreciendo momentos, el hastío va a llegar a cansar de tal manera que ver anunciado a Saldívar va a ser motivo de disgusto y de cuestionamiento

Ya son muchas tardes esperándole y honestamente yo ya me aburrí.

Una orejita de cortesía

Hace unas semanas, cuando se cuestionó tanto el indulto de un toro de Piedras Negras decía yo qué hay toros con mala suerte y según yo, volvió a pasar.

No estoy queriendo decir que el segundo de su lote debiera ser indultado, pero si creo que no nos dejó verlo. Pero que era tan emotivo y codicioso, que daba gusto cuando medio lo entendía y complacía al “no muy respetable”.

La emoción en los tendidos al ver los dos impresionantes tumbos y gritos de “toro, toro”, no se me van a olvidar en un tiempo. Tampoco la cantidad de pañuelos que el público agitaba solicitando un indulto por demás discutido, y que por primera vez en la temporada, no hubo de arredrar en las decisiones del juez de plaza y he aquí algo extraordinario. Por única ocasión estoy de acuerdo en su decisión al negarse a indultarlo. Pero tengo que insistir en algo. Lo toreó tan despegado y sin ton, ni son, que para mí se aburrió el pobre animal, más que haberse rajado.

Todo quedó en una fuerte ovación para el de Santa Fe del Campo y un fuerte abucheo para Saldívar.

Me alegra mucho que la gente acuda y que se involucre en la fiesta pero es que lo de hoy fue inaudito. Me dio una pena muy grande y me vino a la cabeza aquel versículo bíblico “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen y se vuelvan y os despedacen.” (Mateo 7:6)

 

Ví a un Hermosillo con ganas de llegar a ser, el anhelo de un Gigante. Por unos minutos logró sacarme de ese estado nauseabundo que me inundaba. Pasión y deseo conjugados desencadenan las emociones y estados del Ser, que solo puede sentir a quien le corre sangre por las venas.

Falta mucho, pero con todo en contra tuvo una actuación muy torera que me hace albergar esperanzas, y que si no hubiera sido por la pésima labor con la espada y un octavo soso, insípido e insulso, habría tenido los titulares de mañana.

 

No Plaza México. Tú no te mereces ésto. Tú has sido la más grande, el Santuario del toreo, el escenario más importante de América. Deberían aquellos hincarse de rodillas avergonzados antes de blasfemar en tu contra y hacerse presentes burlándose de tu prosapia, de tu progenie y de tu blasón.

No Plaza México. Tú mereces el respeto total de toreros, ganaderos, jueces, empresarios, y del público, porque tus letras son de rubíes, de esmeraldas y de diamantes. Porque tú ruedo es de oro con porcelana, por que San Pedro se  sienta en una nube a presenciar tu historia, a contemplar tu majestuosidad y encanto. Porque hechizas las miradas y quien te conoce de verdad,  vive enamorado de tu magia y de tu esplendor.

Me dueles Plaza México, porque te respeto, te admiro, te quiero y te veneraré por siempre.

 

¡Te veo el próximo año!

Por Alexa Castillo