En 1833, Francisco Taviel de Andrade compra también una parte de lo de Vázquez a su testamentaría. Taviel de Andrade se ha asociado con José María Veger, pagador del ejército de Andalucía, y Antonio Sáez de Santa María, alguacil mayor de la Real Audiencia de Sevilla. La presencia de Veger en la sociedad es fundamental, puesto que mantiene mucha relación con el Capitán General Vicente Genaro Quesada, quien hace de albacea. Los tres socios compran 370 cabezas, y en 1835, cuando disuelven su sociedad, se reparten, en partes iguales, 528 cabezas, antes que Taviel de Andrade les compre las partes respectivas a sus ex socios.

La ganadería pasta entonces en Carmona. Más tarde, le añade reses de Juan Castrillón, de Vejer de la Frontera, que provienen también de lo de  don Vicente José Vázquez a traves del lote vendido a Antonio Mera en 1813. La ganadería de Castrillón será vendida por su parte a Rafael de Surga, Francisco Taviel de Andrade López Conesa, en Alcalá de Guadaira (Sevilla), prepara 4.000 hectáreas. En 1856, la ganadería cuenta con 929 cabezas, en diciembre vende la mayor parte a don Antonio Miura, quien se queda con 100 vacas, 105 erales y 4 cabestros.

Son años muy duros para la ganadería, años de gran sequía.

En 1858, en el inventario realizado a la muerte de su esposa, aparecen 238 cabezas. Taviel de Andrade muere en 1869 después de haber vendido parte de sus tierras, pero la ganadería ha aumentado: 522 cabezas, 192 vacas y 140 toros de más de 3 años.

En 1871, sus herederos venden la ganadería para saldar unas deudas a su casí vecino Fernando de Concha y Sierra, rico heredero del sustuoso cortijo de la Abundancia, sito en la marisma. No deja pasar la oportunidad de convertirse en ganadero de bravo, al haberse visto excluido en el reparto de la ganadería familiar fundada por su tio- abuelo Fernando de la Sierra, un armador gaditano; vacada que ha pasado, de forma completa a manos de su primo Joaquín de la Concha y Sierra, probablemente porque él era demasiado joven en el momento del reparto.

Con divisa blanca, negra y plomo, se presenta don Fernando en Madrid, la tarde del 10 de abril de 1882, y para empezar abre plaza el toro » Mesonero » que estoquea Angel Pastor y toma nueve varas y deja cinco caballos para el arrastre.

Fernando de la Sierra empieza a comprar tierras como señal de prestigio y la crianza del toro bravo también, aunque una y otra fueran escasamente rentables frente a los pingües beneficios del comercio de ultramar.

Para los inversores, se abre en la marisma un campo de batalla para hacerse con las mejores tierras en las islas Mayor y Menor, pertenecientes hasta la fecha a las órdenes religiosas. Y cuando en 1820 surge la ocasión, Fernando de la Sierra, gracias a su influencia, compra las mejores tierras de la Isla Mayor. Un total de 1500 hectáreas. A las diez y seis primeras suertes las denomina La Prosperidad y a las 14 restantes que atendían por la Cartuja, La Abundancia. Hubo pleitos, por supuesto, pero Fernando de la Sierra gozaba de una gran fortuna. En estas tierras, Fernando de la Sierra encuentra ganado frailero, del mismo origen que aquellos toros que Vicente José Vázquez había mezclado en su ganadería treinta años antes.

Cuando Fernando de la Sierra fallece, lo hereda todo su sobrino, Joaquín de la Concha y Sierra y añade a la ganadería un lote adquirido al vecino Picavea de Lesaca.

En 1861. Joaquín de la Concha y Sierra fallece y heredan dos sobrinos, Joaquín Pérez de la Concha, y un menor de edad que estaba representado por su madre y tutora, doña Rosalía de la Sierra. Este menor se llama Fernando de la Concha y Sierra.

Joaquín Pérez de la Concha se queda con la Prosperidad y le cede La Abundancia a su primo Fernando de la Concha y Sierra, que en ese momento tiene alrededor de 20 años, quizás por ese motivo no recibió parte de la ganadería, y por su gran afición diez años más tarde compra los vazqueños de Taviel de Andrade y se hace ganadero.

La dehesa de La Abundancia se encontraba en la marisma sevillana entre la Isla Mínima en medio del cultivo del arroz, como un trasatlántico gigantesco encallado en las altas hierbas, el esqueleto de lo que fue el corazón de la marisma no late desde hace ya tiempo. Rodeada de extensos arrozales, se derrumba poco a poco. Cerca de los Gracilianos que Mauricio Escobar cría cerca en sus cercados fangosos de la Isla Mínima.

La Abundancia, fue durante casi un siglo sinónimo de bravura, aunque, sus toros salían más nobles que duros, algo que granjeó a las » viudas » que los criaron, la prensa taurina entonces torista las críticaba pues desde su punto de vista, colaboraban en exceso con los toreros. Atrincheradas en la Abundancia en medio de la inmensidad de la marisma, doña Celsa Fontfrede y su hija Concepción estaban envueltas por un halo casi mítico que se explica tanto por la fama de amazona indomable que se le atribuía a la primera, como por la reputación sulfurosa de los toros de la segunda, después de que mataran, nada más y nada menos, a cuatro toreros.

Algo que, probablemente, hubiera llenado de orgullo a Fernando de la Concha y Sierra, esposo de la primera y padre de la segunda.

Al oeste de La Abundancia se hallaban los Pablo Romero, al oeste, muy pegados, los de Pérez de la Concha; un poco más hacia La Puebla y Coria, Los Miura y Villamarta; y por el otro lado del rio, mirando hacia Sevilla, los Ybarra en la Cascajera, al este los Saltillo en la Compañía, y al noreste los Murube, cuyos dominios llegaban hasta el cortijo de Juan Gómez. La mayoría de los ganaderos asentados en Utrera obligaban a sus hatos a cruzar el río gracias a las inmensas gabarras que encallaban entre Coria y la Puebla.

Medio siglo antes, Gregorio Vázquez, poseía tres de estos barcos gabarras para dicho uso. Los toros vazqueños eran de los más numerosos, y por aquel entonces, el primo mayor de Fernando de la Concha y Sierra poseía ya, en el cortijo de la Vuelta del Cojo, que representaba sólo una parte de la Prosperidad, su ganadería fundada en 1823 con, supuestamente vacas y sementales de origen vazqueño, que Manuel de la Sierra había encontrado en estas tierras cuando las compró, añadiendo después sementales de Picavea de Lesaca, los cuales pastaban al lado. A la muerte de don Joaquín, en 1861, la ganadería había pasado a manos de su sobrino don Joaquín Pérez de la Concha y Álvarez, un primo de Fernando.

Heredero del suntuoso cortijo La Abundancia – el nombre lo dice todo – al sur de la Puebla del Rio, Fernando de la Concha y Sierra se contuvo durante muños años antes de dar rienda suelta a su deseo de convertirse en ganadero de bravo. Su afición, y también su situación económica, se lo permitían.

Diez años pasaron, sin que don Fernando pudiera llevar a cabo su proyecto pero, por fín, surgió la ocasión de hacerse con la mayor parte de la ganadería de Taviel de Andrade, que sus herederos ponían a la venta para pagar algunas deudas.

Ésta pastaba en las dehesas Rincón de la Zarza e Isla Amalia, en la Puebla del Río, cerca de lo de Pérez de la Concha. El ganado era el mismo que, desde hace años, el duque de Veragua criaba en los montes de Toledo, donde poseía la ganadería más prestigiosa del momento junto a la de Miura.

A su muerte, en 1869, Taviel de Andrade les deja 522 reses bravas a sus herederos, entre ellas 192 vacas madres y 140 toros de más de tres años, que son los que venden. Gracias a esta compra, Fernando de la Concha y Sierra entran en el mundo ganadero por la puerta grande, pero va a tardar casi diez años en imponerse del todo. Y no porque sus toros no fueran del agrado de la afición, sino por razones ajenas a esto. Era tanta la afición de Fernando de la Concha y Sierra que para disponer de un fondo ganadero a la altura de sus proyectos, ha comprado anteriormente una serie de fincas colindantes entre sí, regadas por el Guadimar, en un lugar donde confluían los terminos de Sanlúcar la Mayor, Olivares, Gerena y Aznalcóllar. Adquirió así el cortijo de Carcabosillo, en el término de Sanlúcar la Mayor, Casa de Vacas, Esparraguera y Cabos del Río, en el término de la antigua villa de Eliche, conjunto denominado La Alegría compradas con anterioridad y, por último, Las Mirandillas, en el término de Sanlúcar la Mayor. Al conjunto de unas 1000 hectáreas que sumaban La Abundancia y Juncal, se añaden, con destino a la cría del bravo, unas 500 hectáreas más.

( Continuará )

Por Mariano Cifuentes