Por Jaime Bravo

Decía Ortega y Gasset que, ‘la historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda’. Y que verdad tan triste es.

La fiesta taurina se ha convertido de un tiempo a esta parte, en ese ceremonial rancio y casposo que siempre negué. Se tambalean mis principios, esos con los que defendí vivamente mi afición ante el contrario, en pro de un espectáculo de exaltación de banderas y fanatismo patrio de pacotilla.

SI bien es cierto que fue una canallada política que se prohibieran las corridas en Cataluña, no es menos cierto que los toros en la provincia de Barcelona ya tenían la puntilla dada desde largo. Y pensar que un día no muy lejano la propia Ciudad Condal llegó a tener hasta tres cosos a un tiempo…

Hoy por el contrario, en un acto de absurdo abigarramiento promulgado entre otros por el saltimbanqui de Morante, ir a una corrida de toros resulta algo arto perezoso. Y como muestra, sirva de ejemplo la corrida de Vistalegre de ayer. Ir a los toros hoy, es tener que aguantar además de a los claveleros, a los del puro, y los de pañuelo fácil, a un atajo de pseudopatriotas que con sus himnos, loas y vivas, no hacen otra cosa que no sea el tocarnos los cojones a los que pretendemos disfrutar y regocijarnos del arte del toreo, sin tener que asistir al mitin panfletero de los que ahora se autoproclaman abanderados de la Fiesta, y que dicho sea de paso, no están haciendo más que crispar los ánimos a los que todavía no tenían un juicio muy definido al respecto.

Y no niego, más allá del electoralismo por supuesto, que sean aficionados de verdad y hasta crean que están haciendo alguna aportación a la causa taurina, pero ya os digo, desde el polo más opuesto de mi credo, que estáis terminando de politizar y por ende, de firmar la sentencia de muerte a un espectáculo tan propio y único, que si ha sobrevivido todos estos años ha sido, precisamente, por no abrazarse al oportunismo de la política.

¿Qué haremos ahora los que hemos leído a Lorca, Alberti o Miguel Hernández? ¿Qué haremos los que amamos esta fiesta cada vez más denigrada en pro de los que quieren ser juez y parte? ¿Cuándo dejaron los toros de ser la Fiesta del pueblo para convertirse en la fiesta de unos pocos? ¿Cómo acabará el tercer canto de nuestra Divina Comedia?

Quizás aún haya esperanza, pero hoy me he despertado con el horizonte muy gris, y me cuesta ver por dónde saldrá el sol.