Paseando por la verde y húmeda serranía -los sureños no sabemos de nieves- en tanto que se ausenta Lorenzo entre alguna que otra nube y el horizonte, reflexiono sobre el concepto humano de vida, que en resumidas líneas es un conglomerado de agua y carbono, que establece relaciones concretas entre sí. Y me pregunto, ¿hasta qué punto la vida es vida? ¿Y si entre otros elementos se establecen relaciones del mismo calibre, pero con distinto lenguaje? ¿Cómo sabríamos identificarlo? ¿Es la vida un descubrimiento introspectivo del ser humano?
Al fin y al cabo, y hasta hoy, sabemos (gracias a la Mecánica Cuántica y a la Relatividad) que un suceso dependerá de un observador, una idea que, en realidad, nos la introdujo Sócrates. Y es por eso que desde nuestra óptica creamos un paradigma en el que percibimos la realidad, y en este caso, la vida.

En paralelo a estas turbulentas reflexiones, y como la vida misma, nos topamos con el concepto de arte. ¿Se basta por sí solo? ¿En qué casos podemos determinar que el objeto es arte y el sujeto artista? ¿Es el arte infinito en todas las direcciones del espacio, o fruto de nuestra conciencia? Fíjense en el símil de estas preguntas respecto a las del concepto de vida.
Y entrando ya por fin en el mundo taurómaca, en el que tantas, y casi a la vez equívocas veces se habla de arte, me pregunto: ¿se abastece el toreo solo con arte? ¿Qué pautas son necesarias para hablar de arte en el toreo?

Siendo un tema tan éticamente discutible esto de lidiar y matar animales (no rehusemos a decir verbos tan ciertos), el concepto de arte en la actualidad, con el cual se describen centenares de faenas de corte verticalacompasado-limpio, no es suficiente. El hecho de que una faena sea vertical, acompasada o limpia, no necesariamente cumple con el concepto de arte al que debemos rendir pleitesía para no cavar nuestra tumba: el arte racional.

Y es el quid de la cuestión eso de si nos autoabastecemos con arte y si el arte es determinable. En nuestro caso, cruzamos la línea de fuego cuando nos desprendemos de otro concepto ya nombrado en forma de adverbio que es la ética. Ejemplificando, se podría decir que una faena vertical, acompasada y limpia no sería válida si se da con un toro no apto o con artimañas ventajosas por parte del matador. Y no sería válida porque no se cumple con el parámetro de la ética. Y si para otro sujeto, como único dueño de su pensar, este ejemplo es ético, allá con su pesar. Pero que mire hacia afuera, porque nos quieren avasallar. Y la única manera de hacer frente al movimiento antitaurino es con raciocinio, y de paso arte.

Este juego, por tanto, se trata de una síntesis entre ética y arte, a la que denomino como arte racional. Y es que, quien esto escribe ha abierto los ojos a lo que no sea una faena de sangre y épica, pues la belleza también reside en la sencillez y perfección de un toro humillando y un torero templando, pero recuerden, no todo vale. La ética es una herramienta a la que necesariamente estamos arraigados (o deberíamos), y eso pasa por el respeto al toro y su integridad, algo frecuentemente más violado.
Por tanto, ¿vale la pena un billete para una corrida “de artistas” con el término de la actualidad, a cambio de no disfrutar de la integridad completa y la fiereza del toro? La respuesta está en este artículo, que a mi juicio desmonta la etiqueta del “torero artista” a cualquier precio. Torero artista sí, con mucho gusto lo disfruto.

Pero torero gañán y “posturita” frente a un animal, no.

Sea por la ética y estética del toro y torero, que culmina en la tragedia del uno, el otro u ambos.
Y sirvan unos versos de Lorca para culminar estas líneas:

Busca su perfil seguro,
Y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
Y encontró la sangre abierta.

Por Pablo Pineda