Por Paco Cañamero
Te has ido, amigo y maestro, dejándonos el brillo de tu existencia. En esta madrugada cuando los clarines y timbales se oxidan y la soledad se hace dueña de las plazas de toros, has dicho adiós para irte a torear al inmenso ruedo de la eternidad, donde tantos amigos habrán salido a recibirte con un abrazo de bienvenida desde que San Pedro te haya abierto la puerta de los cielos, bajo los sones de tu pasodoble. Porque ahí te ganaste un sitio de honor.
Hoy, en este día que nos ha dejado, parece cómo si los horizontes han desaparecido y, nada más recibir la noticia y colgar el teléfono, ante la avalancha de llamadas me asomé al balcón para ver los campos y ya no cantaba el cuco, todo era silencio en esta noche veraniega. Esta noche, con las plazas de toros preñadas de soledad y las puertas de toriles oxidadas. Esa noche que ya forma parte de la historia de la Tauromaquia, porque fuiste un grande que contribuiste a escribir páginas destacadísimas del toreo, siempre con la pureza y sobriedad de la escuela castellana de la que fuiste un prototipo, tras beber de las fuentes del maestro Santiago Martín ‘El Viti’.
Todo ha sido tan rápido y tan inesperado que vamos a tardar mucho tiempo en dar credibilidad a este triste noticia, que aunque esperada aún no acabamos de creernos. Va a resultar muy difícil no volver a verte más , ni a tener esas largas conversaciones hablando de toros por los bares de La Fuente, por Salamanca o a cualquier pueblo que íbamos a ver un festejo.
Son muchas vivencias a tu lado, también no pocas discusiones, pero queda el poso de la honradez y señorío de ser siempre un fiel amigo. De un montón de festejos e ir a ver corridas a Madrid, a Valladolid, a San Sebastián, a Bilbao, a Badajoz… o aquella noche en Sevilla donde nos dieron las tantas paseando con tu primo Agustín entre la magia de esa joya de ciudad y al final acabamos en ‘Casa Anselma’, donde nada más entrar salió a tu encuentro el gran Lucio (el del madrileño mesón ‘Casa Lucio’), que andaba en aquel sarao para darte un abrazo. Porque se te respetaba y cada vez que estaba en algún lugar lejano me emocionaba cuando los viejos toreros me mandaban recuerdos para ti, todos la admiración que te supiste ganar.
Hoy hablarán de tus grandes faenas y se rememorará aquellos naturales a un Jandilla en la Feria de Salamanca, o en las terroríficas corridas de San Mateo. O tantas tardes en Madrid, como aquella vez que siendo todavía un niño, en pleno San Isidro, viviste la gloria de salir en hombros y muchas desperdigadas en plazas de España y de América. Como aquel año que en Lima te gritaron ¡torero, torero! al cuajar un toro y cuando ya tenías en tus manos el Señor de los Milagros, la espada se atravesó en el camino y te privó de un premio grande, aunque no del sentimiento limeño, donde los viejos aficionados aún recuerdan aquella faena que tuvo tintes históricos. O tu presentación en la francesa Dax, con cuatro orejas, horas antes de que Neil Arstromg fuera el primer humano en pisar la luna y su frase de ‘un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad’ quedase inmortalizada en los libros de historia y aquel muchachito que eras, aún en la nube del reciente triunfo presenciaras emocionado el momento. Muchos años después, cuando hemos ido a ver toros a Illumbe y antes aprovechamos para pasear por esa maravilla de ciudad y respirar sus aires cántabros bajo los tamarindos de La Concha, te gustaba referírmelo. Al igual que tus éxitos en aquel Chofre que fue uno de los grandes templos del toreo y en el que, además, viviste uno de tus momentos más difíciles cuando un toro de Palha hirió de muerte a Paco Pita, tu peón de confianza que falleció dos días más tarde.
Después a Dax nunca más volviste, ni a otras plazas que te vieron triunfar y tenías que luchar contra tantas cuestas arriba que llegaban a tu carrera. Porque estaba claro que nunca te lo iban a poner fácil y debiste superar numerosos obstáculos; pero con tu afición y esa entrega propia de un sacerdocio sabías salir adelante y emocionar a la afición con la pureza y verdad de tu toreo.
¡Cuánta grandeza, Juanjo! ¡Que bien supiste arar en el surco del toreo! Por eso, aunque te hayas ido tu huella seguirá viva y tus luces nunca se apagarán.