Escuchar la palabra de Fernando González Viñas es como estar un poco más cerca de Dios o, en su defecto, una forma de nutrirnos el alma con su sabiduría, con su talento, con su cultura que brota en cada poro de su piel; todo eso y mucho más fueron las sensaciones que este hombre nos hizo vivir días pasados en Alicante que, de forma sorpresiva, Paco Llorca, director de Museo Taurino de Alicante nos los trajo desde su tierra cordobesa para que, desde aquel día, el autor de uno de los libros sobre Manolete, vivirá siempre en nuestro corazón.
González Viñas es doctor en Historia, artista plástico, narrador, biógrafo, traductor –razón por la que habla varios idiomas- viajero incansable y, por encima de todo, un aficionado ejemplar que, como se comprueba, su talento lo ha vertido en repetidas ocasiones a favor de la Fiesta y, lo que es mejor, sus protagonistas.
Honra la que este hombre nos concede puesto que, al margen de los toros, nuestros lectores encontrarán en este diálogo una forma fantástica de aprender al igual que nos ha sucedido a nosotros, pobres mortales que, tras tantos tiempo vagabundeando por el mundo, de repente, un mortal como los demás nos hace soñar.
Es saludable –y mucho- conversar con este hombre puesto que, nosotros, tras tantos años de peregrinar por el mundo, todavía somos aprendices de todo sin conseguir la meta soñada. Dicho lo cual, cualquiera comprenderá la dicha que hemos sentido al sabernos en unas manos cultas, justamente las de un cordobés genial puesto que su nombre ha recorrido el mundo, sus obras son la confirmación de nuestras palabras. Son muchos los libros que ha editado pero, barruntamos que los toros ocupan un lugar especial en su corazón, algo que desvelamos en esta charla tan sabrosa como amena que hemos tenido con este hombre apasionado por todas las cosas de la vida, como debe ser.
-Por cierto, señor González Viñas, ¿qué impresión se llevó de nosotros, los aficionados de Alicante cuando nos cautivó con su conferencia de hace unos días?
Muchas gracias en eso de que les «cautivé», no creo que fuese para tanto. En cualquier caso, quedé maravillado por la cantidad de gente que fue a escuchar a alguien como yo hablar de Manolete. Y que al final un rosario de preguntas de los asistentes culminase mi intervención me dejó claro que Alicante tiene eso que un cañí llamaría una afición de postín.
-Ha escrito usted varios libros de toros, entre ellos, dos de Manolete y uno de José Tomás. No ha hecho usted mala elección a la hora de elegir los personajes pero, dígame: ¿Qué tiene Manolete para que usted haya incidido por dos veces consecutivas con semejante torero que, para colmo, cuando usted lo hizo, Manolete ya había hecho correr ríos de tinta?
Mi primer libro de Manolete, «Sol y sombra de Manolete» aunque no se olvida de los datos biográficos, está planteado a modo de ensayo, de ensayo sociológico de lo que representó el mito para la sociedad de la posguerra. Años después, la editorial Almuzara me pidió algo más académico para su serie de libros biográficos y escribí «Manolete. Biografía de un sinvivir». Quien me conoce sabe que, aunque soy historiador, lo de «académico» se ajusta poco a mi perfil, de modo que creé una biografía más cronológica pero en la que no faltaba el análisis sociológico e histórico del personaje, su trascendencia, incorporando las ideas del libro anterior.
-Es gratificante que, en la sociedad actual, personas jóvenes como usted se sigan apasionando por la fiesta de los toros y, lo que es mejor, sustentándola con sus letras y su cultura. Usted que es toda una autoridad en materia, ¿qué les diría, como defensa para la fiesta de los toros a los antitaurinos y a esos políticos que quieren prohibirnos los toros para siempre?
No es nada nuevo. Y no merece la pena hacer un recorrido por el pasado antitaurino y prohibicionista. En el fondo, esta Inquisición laica es un movimiento puritano no exclusivamente dirigido contra los toros. Algunos científicos sostienen que deberíamos denominar a nuestra era el antropoceno, por la decisiva influencia del hombre en la ya evidente nueva era climática en la que nos encontramos. Yo creo que esta era debería de llamarse el antiantropoceno: estamos rodeados de gente que solo aspira a prohibir, negar, defenestrar, eliminar, aniquilar y exterminar al otro, a las ideas del otro. Son gente incapacitada para el pensamiento abstracto. Puede que sean tan ingenuos que piensen que nunca les va a tocar a ellos, que nunca nadie tomará su ejemplo, que nunca les prohibirá a ellos lo suyo. Craso error, porque cuando se suelta a la bestia, esta lo devora todo.
-Fíjese, maestro, que nos atacan desde fuera y, dentro del mundillo taurino lo que nos sobran son males. La prueba es la carencia del toro si de figuras hablamos y, a su vez, el poco interés que despiertan los toreros actuales. Al margen de todos los ataques que antes le mencionaba que estamos sufriendo desde muchas trincheras, ¿cómo cree usted que arreglaríamos los males internos de la fiesta?
Es imposible arreglar la Fiesta por cuanto se sustenta sobre el caos. Un toro, un animal salvaje, sale a un ruedo donde todo es una geometría muy ritualizada. Todo parece controlado, con una construcción geométrica perfecta, el círculo, e incluso el reloj, siempre presente, marcando inexorable los segundos para el inicio y sobre todo para la longitud de la faena, constriñendo al artista con sus manecillas. Y de pronto, el caos, el toro. Aunque vuelve el orden tras ese caos, simbolizado en los areneros que alisan el piso de la plaza, vuelve a salir otro toro para sembrar de nuevo el caos entre la aparente exactitud euclidiana. ¿Arreglar el recurrente caos? Imposible. Llevamos desde que la corrida es corrida intentando arreglar sus males. Puede que sean estos males los que le den verdadero sentido.
-Desde que usted tiene uso de razón, ¿cuál fue el primer impulso que sintió en su corazón para narrar sobre Manolete? ¿Tuvo algo que ver que sea usted cordobés para emprender la tarea de la que le hablo?
Manolete está tan presente en Córdoba que resulta imposible no encontrarte a diario con él. Las tabernas de la ciudad lo tienen tan presente como el vino de Montilla-Moriles. Caer atrapado en las redes de un personaje que a medida que lo conoces es más hipnótico es lo más lógico. Si además de aficionado a los toros consideras que faltaba una biografía que actualizase su figura y tuviese muy en cuenta su dimensión más allá de los ruedos, parecía obligado que escribiese sobre él. De hecho, he escrito novelas, cómics, un libro de literatura de viaje sobre Japón, cosas que nada tienen que ver con los toros. Y sin embargo, en un ya lejano 2007, mi primer libro fue la biografía de Manolete.
-Viendo lo que ha sido su carrera literaria me recuerda usted a Manuel Chaves Nogales, aquel narrador excepcional de los años treinta que, para su fortuna, narró el mejor libro de toros que se había escrito hasta entonces, Juan Belmonte, matador de toros. Usted, además de narrador es un aficionado ejemplar pero, ¿cómo entiende usted que Chaves Nogales escribiera aquella obra de arte literaria sobre los toros si dicha fiesta no le importó para nada?
Precisamente por eso. Escribir de los toros como aficionado es muy peligroso, se cae muchas veces en una endogamia que solo entienden los otros aficionados. Chaves Nogales (además de su Belmonte, me quedo con su «El maestro Juan Martínez que estuvo allí») lo escribe desde la distancia, desde la objetividad que te da mirar el fenómenos desde fuera. Y además, es un escritor, en el sentido literario, magnífico, con un estilo periodístico envidiable. En mis biografías sobre Manolete y José Tomás he pretendido lo mismo, es decir, tapar mi parte de aficionado para que fluya una obra objetiva, que ve las cosas desde fuera, alejada de la endogamia tan propia de muchos libros de toros.
-¿Cree usted que el declive de los toros es la decadencia de España como en verdad, según entiendo, está ocurriendo?
En último caso, el declive tendría que ver con un cambio en la sociedad española y una sensibilidad que no está acostumbrada a que le muestren que el filetito que se va a comer antes tenía patas y ha habido que matarlo y derramar sangre para poder comérselo. En cuanto a la decadencia de España, si hablamos de creación e ideas, nunca fue más fructífero este país que durante el Siglo de Oro, precisamente el de la decadencia del Imperio, con diversas bancarrotas estatales. Así que bienvenida la decadencia. Y si hablamos de economía, somos el octavo país más industrializado del mundo y el 36 en ranking de competitividad. Somos, aunque no lo parezca, un país en auge, aunque como ya definió Ortega, somos una España invertebrada.
-Usted se ha pronunciado sobre los toros en distintos foros por el mundo. ¿Qué sensaciones va sacando entre lo que los aficionados le cuentan o le inspiran?
Creo que actualmente los aficionados comienzan a sentirse como los moriscos en el XVII, que están a punto de ser expulsados, y en esos foros como el aficionado se siente protegido para hablar sin miedo de su propia religión, que es la del dios toro. Como consecuencia, el aficionado a los toros es más activo, está más presente, y casi parece que hay un florecimiento, ya veremos si ficticio o producto de esta persecución inquisitorial.
-Al final, Fernando, si de Manolete hablamos, palpamos la desgracia de ese hombre que, amasó una fortuna pero, por varias razones, murió ante las astas de Islero con la peor de las desdicha, sin haber sido feliz. ¿Qué entorno oscuro tenía este hombre para que, como se demostró, no le dejaron ser feliz junto a Lupe Sino y qué hubiera sido de él de haber seguido vivo?
A pesar de la oposición de los allegados, creo que el futuro de Manolete estaba clarísimo para él: boda con Antonia Bronchalo, es decir, Lupe Sino. Manolete era un hombre libre, más de lo que la mayoría lo pudieron ser en los 40. Y un hombre libre es capaz de decidir, y su decisión, Lupe a su lado, aunque difícil por la oposición materna, parecía tomada. Posiblemente hubiese vivido lejos de Córdoba, la ciudad provinciana, muy lejos, y hubiese ejercido de lo que era, un hombre libre y cosmopolita.
-¿Ha pensado alguna vez, José Tomás al margen, escribir la biografía de alguno de los toreros actuales. Por cierto, ¿qué tiene que inspirarle a usted un torero para que, su arte, quede recreado y reflejado en las páginas de un libro?
Acabo de terminar una biografía sobre El Cordobés que se llamará «El Cordobés y el milagro pop». Teniendo en cuenta que hace poco toreó un festival, lo podemos considerar actual, a pesar de haber nacido en 1936. Creo que con él se acaba mi capítulo de biografías sobre toreros porque tengo pendiente nada menos que tres biografías, en cómic o novela gráfica, sobre personajes que nada tienen que ver con los toros.
-Hace años que estamos hablando de la decadencia de los toros pero, al final, creo que hemos tocado fondo. Decíamos que venía el lobo y nunca nos lo creímos y, el lobo llegó. ¿Cómo cree usted que podemos escapar de dichas garras?
Yo he visto después de la pandemia a más gente joven en los toros de la que he visto nunca. Otra cosa es que pretendamos que solo se hable de toros y que salga en los telediarios a diario. Vivimos una sociedad atomizada, muy alejados de aquellos tiempos de la primera cadena y la UHF. Ahora las ofertas son múltiples, infinitas, incluso se puede tirar uno por un puente sujetado por una guita. Y ante tanta competencia, torea un torero en Alicante un día de calor infernal y la plaza se llena a rebosar. Disiento en lo de la decadencia. Es una definición que se lleva usando desde que existen las corridas de toros, y aquí seguimos, con la reventa por las nubes.
-Por lo que veo, en Córdoba, si de toros hablamos, están sufriendo los mismos males que en Santoña, por citarle otra plaza; que no va nadie a los toros. Lo que quiero decirle es que, Córdoba, tan huérfana de todo si de aficionados hablamos, ahí debe de haber un motivo muy fuerte para que apenes queden un resquicio de aficionados. ¿Es Córdoba el reflejo de toda España al respecto de todas las carencias que sufre la fiesta de los toros ante el hecho de que los aficionados la sigan dando de lado?
Cada ciudad es un mundo en asuntos taurinos. En Córdoba tenemos una plaza muy grande, que en los años 90 se llenaba con dos novilleros, Finito y Chiquilín. Las plazas se llenan por el impulso de los toreros que atraen a un público no habitual, porque los asiduos, los aficionados, no son tantos en las ciudades medianas. Cíclicamente hay crisis de espectadores, y solo falta la chispa de un torero para que la plaza vuelva a arder. Pero puede que me equivoque y el futuro sea el que es, una plaza de dos corridas al año y media entrada. Bueno, qué se le va a hacer, todo acontecimiento social, como la propia sociedad, tiene su auge y caída. ¿Llegará a desaparecer? La especie humana, como habitante de un planeta al que da vida una estrella al que solo le quedan unos cinco mil millones años de vida, tiene su fin asegurado. Ser aficionados no nos va a salvar de la extinción.
-Cuando usted narra al margen de los toros, en esos momentos, ¿siente que se está traicionado como aficionado? Se lo pregunto sabedor de que usted ha hecho libros sensacionales al margen de los toros pero, no sé, intuyo que su corazón de aficionado puede más que otra cosa.
No. En eso debo de matizar. Los aficionados a los toros somos «también» aficionados a los toros. Yo disfruto en un concierto de Guadalupe Plata o las Baby Shakes, leo más tebeos que cuando era un niño, me emociono leyendo Moby Dick de Melville, me río a carcajadas viendo el film La vida de Brian, juego al fútbol en tardes en las que acabas con una sentencia de agujetas, viajo hasta donde haga falta para ver una exposición de los simbolistas franceses, me dedico a traducir libros de literatura alemana… Y alguna tarde voy a los toros, donde disfruto, me aburro, me indigno o me desespero, según se dé. Limitarme a ser solo aficionado a los toros no entra en mis planes de futuro.
-¿Cree usted que a la fiesta de los toros le falta una crítica con rigor y que sobran muchos palmeros que todo lo aplauden?
Palmeros, bonita palabra. Esos palmeros son como los libros de autoayuda, o los que hacen couching diciendo que eliminemos nuestros pensamientos negativos y así todo irá bien, o como los mensajes infantilizantes de las tazas de Mr. Wonderfull. Palmeros, sí, me gusta el término, muy adecuado. Cierto, algunos comentaristas y críticos taurinos viven subidos a la espuma que generan las burbujas de la gaseosa El Tigre. Pero ahí es donde entramos nosotros, donde entra el espíritu crítico tan propio del aficionado a los toros. Si esos palmeros son felices así, diciendo que el torero lo ha hecho de maravilla, que lo sean. Y que inventen frases para las tazas de Mr. Wonderfull. Nosotros, los aficionados, no nos creemos tan fácilmente esas milongas.
-Señor Fernando González Viñas, muchas gracias por sus declaraciones y añada usted lo que su corazón le indique.
Ha sido un placer estar contigo que me has permitido expresarme para hablar del tema que más me apasiona, los toros.
Pla Ventura
Fotos de Pepe Tébar