Una entrada floja registró la Plaza de toros México en una fría tarde en la que se lidiaron toros de la ganadería de Villa Carmela, desiguales en presentación y en cuanto a la lidia, destacando en varas el cuarto y en desempeño el cuarto y sexto.

También salió un ejemplar de regalo de Xajay, aunque si mal no apuntamos,  con su filial hierro de Villar del Águila.

Cuando hablamos de Antonio Ferrera, ya va implícita una carrera llena de esfuerzo, una trayectoria a base de pundonor y de oficio, afición y voluntad por seguir en la senda para llegar al final del camino, y no sólo llegar sino mantenerse.

Cuando Ferrera vino a confirmar a México hace algún tiempo, pasó desapercibido, tal como sucedía en su natal país. Tardes buenas pero sin dejar un sabor especial en los paladares.

Hoy Ferrera vino a la México a hacerse presente, a dejar un precedente y a escribir una historia.

Ya en su primero afilaba los cuchillos con una faena variada y ciertos matices de emoción, ante un toro al que le aprovechó las embestidas comenzando a calentar el ambiente, sin embargo solo fue una degustación al margen de las líneas del tercio en donde recibió una cerrada ovación.

Su segundo ya había logrado encender a los parroquianos que tuvieron la “suerte” de presenciar un señor puyazo, ante un toro que se arrancó de largo buscando a su rival, embistiendo con fuerza y coraje. Una “suerte” porque para verlo hay que estar domingo a domingo, y recorrer el país. Así que bendecidos somos de haber tenido esa mágica oportunidad. Alfredo Ruiz quien concretó la vara, saludó en el tercio con el público en pie.

Y aquí viene el inicio de la historia.

El toro aunque fijo y noble, no acababa de entregarse. Y el español veía como el público comenzaba a distraerse. Ya llevaba un anterior triunfo en esta misma plaza y sabía de los aromas que traen al recuerdo.

Cómo si su ayudado fuera la mágica vara de Merlín, fue sometiendo al animal que de pronto danzaba a su mismo compás. Era como si el rasgueo de una guitarra anunciara de pronto el sueño divino en que había embelesado a la criatura para llevarlo paso a paso hasta su muerte. Un auténtico encantador, que no solo logró que el toro se perdiera en su música elocuente y seductora, sino el público, que fue escuchando la melodía que hipnotizó sus sentidos haciéndolos elevarse de sus asientos, flotar hacia las alturas para ovacionarle con furor. Rompió completamente con la ortodoxia, con el método y los cánones, le recordó a la gente qué es un espectáculo? Y vibraban los tendidos, y vibraba el torero, que encontró la nota exacta para profundizar en los corazones todos, que se encontraban en la plaza.

Imprimió su sello y el vaivén de su cuerpo ensortijado se volvió el laberinto del fauno en busca de la inmortalidad. Júbilo y gozo, clamor y sentimiento, emociones desbordadas que le entregaron las dos orejas tras una muerte dramática, si bien con defectos, sí con esa bella impresión de la bravura que no cede, la lucha incesante entre la vida y la muerte.

El juez otorgó los premios pero se olvidó quien es el protagonista…

 

Arturo Saldívar precedido también de una gran tarde, tuvo esta vez una infortunada actuación. Su primero era un toro que pedía la cartilla, complicado y soso en el que no vimos a ese Arturo, ese guerrero que destila arte desde la punta de la espada. No vimos a ese caballero que profundiza en los sentidos, que se funde en un trasteo, que embriaga a los tendidos con el temple de una espada forjada con el aliento del dragón. No hubo pasión en la sangre y el colofón quedó muy lejos de posarse en el ruedo.

Su segundo no pasó del segundo tercio. Tras un par de banderillas donde el toro se resbaló uno de los arpones tocó la médula “descordando” al ejemplar que perdía el equilibrio y no podía mantenerse en pie. Por “humanidad” hubo de apuntillarse en el momento y aunque por reglamento debía forzosamente salir una reserva, el diestro anunció un regalo. Y vaya sorpresa.

Un toro que se escupió en la suerte de varas mostrando lo que vendría en la secuencia inmediata. Apretaba en tablas más por defenderse que por sobrada bravura apretando al segundo par de Fernando García que fue ovacionado. ¿Qué hace un pintor sin un lienzo?, y Arturo no lo tuvo para poder crear la obra perfecta. Sin embargo si no hay lienzos, hay muros, y si no, arena, pero parece que el joven avecindado en Aguascalientes tampoco tenía los materiales para trazar. Así que no pasó nada. Se podrá decir que con ese ganado no hay nada que hacer pero si por lo menos viéramos esa voluntad de pintar aunque sea solo con una rama al viento, nos quedaría ese aprecio por los diestros. Y de Saldívar sobretodo, que ha demostrado ser un torero con hondura pero que ayer y muy a pesar de las condiciones, estaba ausente.

 

Diego Silveti, escuchaba yo en el tendido, tiene una buena percha, personalidad, cierto carisma, buen gusto, y sobretodo un apellido que pesa más que  el mundo al Atlas.

No se entendía su inclusión en este festejo que técnicamente debía ser de los triunfadores de la primera parte del serial de los que definitivamente Diego no formaba parte. Nombres que, gusten o no, nos dejaron grandes faenas y el corte de apéndices.

Pero bueno, las decisiones a veces llevarán otro tipo de disposiciones, que a veces los de a pie no entendemos del todo.

Y es que salió con una decisión de gigante. En ambos toros realizando quites tan ceñidos y estrujantes que nos llenaban de esperanza de por fin poder ver el surgimiento de un grande, la resurrección de uno de los linajes más antiguos del toreo en México.

¿Pero después? ¿En dónde quedó la esperanza? Fue mermando las posibilidades pese a que ambos toros, destacando totalmente el sexto, le hablaban al oído, como pidiendo pasar templados por ambos lados y sin embargo Diego parecía no entender su llamado. Hace falta más que un apellido grande para poder ser una figura del toreo. No hubo sentido ni dirección en la lidia y lamentablemente todo decantó en una cornada en la pantorrilla y eso si resaltar, que no inmutó ni un momento la voluntad, pero y ¿que más le hace falta? Fue silenciado en su primero y abucheado en el segundo. Una triste tarde para el diestro de Guanajuato.

 

Por Alexa Castillo