Menos de media entrada en el primer festejo de la Temporada Grande en la Plaza de Toros más grande del mundo.
Saltaron a la arena 7 toros de Julián Hamdan, uno de los cuales fue devuelto por una lesión en una extremidad, uno de Fernando de la Mora y uno de Marrón para rejones y uno de San Isidro de regalo también para rejones.
Los de Julián dignamente presentados, rescatable solo el primero, sosos y descastados los demás, regular en presentación el de de la Mora también falto de bravura y aceptables los de San Isidro y Marrón, el primero bravo y codicioso y el segundo sumamente falto de casta.

Por alguna extraña razón el reglamento fue burlado infamemente, ya que debía abrir plaza el rejoneador Diego Ventura para después dar paso a que se llevara a efecto la alternativa y el sucesivo orden de lidia. La autoridad brilló por su ausencia y sea quien haya decidido cambiar la estructura del festejo debería ser reprendido, ya que a partir de ésto, podemos esperarnos mas faltas injustificadas a las disposiciones que debe acatar el espectáculo.

Se anunciaba la alternativa del novel José María Hermosillo, a quien no veíamos anunciado en los últimos meses, así que no había expectación pero si curiosidad debido a que hace un año tuvo importantes triunfos como novillero y no volvimos a verlo.
Nos regaló una gran sorpresa en el que abrió plaza, lo que nos daba la ilusión de una gran tarde. Desde que se abrió de capa dibujó con firmeza los trazos más finos de la tarde con los que se hizo ovacionar. Había un lienzo brillante que le permitía ir plasmando los colores, matizando cada movimiento en que la conjunción se establecía como romance de una noche y compenetrados toro y torero iban creando la magia que hace que esta ancestral fiesta siga latiendo. Así como latió en el corazón de cada uno de los presentes. Culminó con el punto preciso al firmar su obra por la que fue premiado con una oreja, la primera del serial, y palmas para el desorejado en el arrastre.
Su segundo le habría de poner en aprietos. Ya no había color en la paleta y se hizo ver la falta de oficio que lo acompañó y que le arrancó la rotundez de un triunfo de Puerta Grande.

Diego Ventura, que insisto, partió la tradición ceremonial, logró buenos momentos en su primero de Fernando de la Mora, noble pero descastado, haciendo alarde de su extraordinaria doma y de sus bellos corceles. Tanto a dos pistas, como a la grupa y cambiando de mano en terrenos comprometidos fue encandilando a los presentes que ya se saboreaban el triunfo, mismo que quedó en un par de rejones de muerte fuera de sitio.
Su segundo, de Marrón decidió no colaborar, emplazándose y sin bravura solo intentando defenderse por momentos, incomodando al rejoneador y poniéndole trabas a la hora de clavar. Abrevió anunciando el regalo de un noveno toro de la ganadería de San Isidro.
Y a porta gayola lo esperó con la garrocha doblándose espectacularmente con él. Cosió las colas de sus caballos a los pitones del burel, y acariciándolos como una madre a su bebé, se fundió en plata y bronce, en un bello ballet en que el “pas de bourrée” se podía observar casi en cámara lenta. Las flores cayeron en sus primeros intentos sin lograr adornar el morrillo del animal pero la tibia tarde iba por fin elevando su temperatura en entre los parroquianos que vibraban en cada quiebro, en cada cuarteo y en cada suspiro. Acompañaba el toro con sustancia el acompasado galope como una ola que con su vaivén envuelve la danza de los delfines. Los murmullos acrecentaban el clamor y sensibilizaron hasta al más escéptico generando que las emociones se desbordaran. La majestuosidad del toro y la estética del caballo se embebieron en el arte más básico. El del cazador y su presa, el del más puro instinto de supervivencia que se plasmó en las retinas como una fotografía perfecta. Hubo de fallar el diestro al momento de llegar a la cumbre lo que veló el rotundo triunfo en el corte de un merecido apéndice.

Antonio Ferrera vino a pasar lista y bien podría tomar el siguiente vuelo y hacernos el favor de no volver.
Efectivamente sus dos toros fueron sosos, descastados y complicados, pero la apatía que mostró el ibero, fue remarcada. Lo hemos visto en tantas plazas herrar a fuego su nombre en las arenas, calar con honda huella y trasgredir las circunstancias a su favor para marcar una diferencia que es vergonzoso verlo intentar cumplir sin realmente hacerlo. No cabe un momento que recordar de su paso por la México, que si para usted señor Ferrera, no merece la pena, para nosotros menos.
Era la Inauguración de temporada de la Plaza más grande del Mundo, la más importante de América, la Catedral del Toreo y usted la despreció, a ella y a su gente.

Leo Valadez causó una fina y agradable impresión. Variado con la capa, y motivando lo que le faltaba a sus sosos ejemplares. Estuvo en cada momento, buscando siempre agradarse y por ende llegar a las alturas. Los tres tercios los cubrió con sobrada soltura y prudencia. Las notas de su armonía resonaron al tiempo de un compás casi perfecto. Templado pero firme, “clavados los pies en el suelo” como decía el poeta mostró que su avance por este sendero es el correcto y que llegará seguramente si su paso sigue siendo firme y su cantar afinado como el trino de un jilguero.
Las fallas con la espada dieron al traste pero quedó, a diferencia de su colega, esa entonación en el oído de los presentes que sin duda acudirán con gusto a verlo si es anunciado nuevamente.

El próximo domingo se lidiarán 6 de Bernardo de Quiroz para Morante de la Puebla, Joselito Adame y Ernesto Javier “El Calita”

Por Alexa Castillo