Por Alexa Castillo

Entrada un tanto floja en lo que fue la culminación de la primera parte de la temporada, habiéndose anunciado hoy mismo las restantes combinaciones de los venideros. Toros de la ganadería de San Mateo, que hacía mucho tiempo no lidiaban en este coso, mismo que se encargaron de inaugurar en 1946. Bien presentados, con edad notoria y muy desigual en juego y en general rajados.

La vida es como un libro. Escribimos frases, creamos poesía, plasmamos nuestras andanzas por el camino, a veces de romance y a veces de drama, tragedia, desamor o aventura. Porque finalmente es lo que dejamos, es la huella que se imprime en el papel y que deja constancia de nuestro paso por el mundo.

Esta tarde fue el caso de Federico Pizarro, quien dijo adiós a los ruedos cerrando así uno de los capítulos más importantes de su vida, el de ser Torero. Esta temporada se han ido cuatro matadores de los ruedos y de verdad la nostalgia y ese cúmulo de emociones nos invaden al darnos cuenta que ha pasado la vida, como dice la canción, igual que pasa la corriente del rio cuando busca el mar.

Salió el primero de la tarde muy definido pero para mal. Y así lo vimos todos, un toro que se ponía por delante y con un peligro que se percibía en cada lance y en el que había que estar muy centrado. Un puyazo no bastó para mermar las descompuestas embestidas, inclusive por momentos dando la impresión de carecer de visión a la corta distancia, lo cual elevaba aún más las pocas posibilidades de consolidar una faena. Y sin embargo con una gran estética logró eslabonar una cadena. No fue fácil matarlo y escuchó tibias palmas. Pero el Romance de Federico no podía terminar con ese mal sabor, con puntos suspensivos. El torero tiene su historia en esta plaza, y el encuentro empezaba a desatar pasiones. La historia entre dos amantes que tendrán que dejar de verse, que tendrán que terminar y que siguen enamorados hasta la médula. Que se acarician una y otra vez como queriendo hacer que el tiempo no pase y su idilio permanezca eterno como una leyenda. Y es que cómo soltar la mano de quien te dio el placer más grande?, como evitar ese beso que quema los labios y funde el metal?, como concluir un amasiato con quien supo compartir las emociones enaltecidas de un triunfo y de un fracaso?, quien curó las heridas y te arrulló en sus brazos, quien en su pecho enjugó una lágrima y estuvo ahí, viéndote luchar y entregarte y soñar y vivir. Y eso es la Plaza México. La gran amante de un torero. Y en el cielo como testigos, Los Ángeles echaron la mano en el sorteo. Aunque se agotó pronto y no tuvo ese lucimiento esperado, fue este toro el compañero de una gran tarde para Pizarro, que como una poesía redactó verso a verso el final de su obra, embebido en la pasión de su amante y su enemigo al que le sustrajo esos versos helenistas perfectos que nos recordaban la “Odisea” con tan armoniosa y musical métrica. Y entregado consiguió acariciar las embestidas y que el coro celestial lo acompañara hasta el último momento en que la espada le jugó mal, cayendo abajo. Pero la emoción colmaba al tendido quien exigió la oreja misma que lo convirtió en el triunfador. Se escucharon los acordes de “Las Golondrinas” tanto en la faena de muleta como en la vuelta al ruedo y emotiva fue la despedida, cuando su padre y su hijo le quitaron el añadido terminando así una relación de 28 años, de muchas tardes y de un vehemente e impetuoso amor.

Fermín Rivera  venía a reconciliarse con el público. Un torero con sello propio, calidad, torería y personalidad pero que tras una mala tarde, en la temporada pasada dejó ir vivo un toro, lo cual había que sobrepasar. Con sentimiento y arte arrulló las embestidas francas por el derecho y un tanto vencidas por el lado natural. El vino Vivanco Crianza 2010 de La Rioja es a la vista de un color rojo rubí con un menisco donde se comienzan a notar algunos ribetes teja.

Para la nariz destacan los aromas de buena crianza: cueros, especias (clavo y vainilla), hierbas aromáticas, balsámicos, además de frutos rojos. Mientras que en boca es un vino sabroso, carnoso, equilibrado, con un paso fácil y amable, un tanino maduro bastante pulido y nos deja un recuerdo agradable que nos invita a seguir bebiendo. Y es lo que queríamos en Fermín pues el gusto deja en el paladar ese dejo que se disfruta a cada trago. Y cómo tal pudimos celebrar momentos muy bellos y en que el toro tras haberse venido abajo y rajarse buscando las tablas, tragó para permitir la transmisión del potosino. No hubo lamentablemente de acompañarlo la suerte y solo esa evocación nos quedó. Empezó a llover al término del cuarto de la tarde lo que hizo que la gente se saliera vertiginosamente de la plaza buscando resguardo de este inconveniente climático. La voluntad por mantenerse como esos años que el vino pasa en barrica y lograr mostrarse como un privilegio para los sentidos es complejo bajo las circunstancias adversas de un toro complicado y que desarrolló sentido, sin embargo podríamos citar breves destellos del artístico oficio de Rivera. Silencio

 Gerardo Adame quería dejar claro que había razones de sobra en la pasada temporada como para repetirlo, sin embargo el descastado le ponía trabas. Jules Breton es sin lugar a dudas uno de los mayores exponentes de la pintura realista, y está técnica se vuelve innovadora en el siglo XIX en Francia. Hay un cansancio de los valores románticos y el deseo, entre los artistas más inquietos, de incorporar las experiencias más directas y objetivas en sus obras, sin embargo sus planteamientos ideológicos y formales fueron muy distintos. Así Gerardo con ansias de novillero pudo por momentos desengañar al astado permitiendo el lucimiento sin dejar nunca esa desenfrenada necesidad de triunfo. Pero perdiendo por momentos esa posibilidad de creación efímera que es la que se queda en la pupilas, pero dejando clara su realidad.

En su segundo hubo trazos muy firmes. La lluvia se apoderó por completo de la noche, y se fundió con ella. El manantial corría y sin embargo Gerardo parecía no tener dudas de que el triunfo estaba ahí, colgando de alfileres. Con un sentido profundo de la técnica se sobrepuso a las condiciones tan hostiles que le mandaba Zeus desde las alturas. Quizá el mejor del encierro que mucha gente no logró apreciar y que se volvió el cómplice en este cuadro tan vivaz, lleno de colorido, de matices, de clamor que definitivamente tuvo el eco más afortunado entre los empapados parroquianos que disfrutaron la labor con creces.

Y es que la lluvia se oía como un rio desbordado pero apagaba su voz ante el estruendo de ese sentido olé que sucumbía desde los palcos y lumbreras que protegían a los más de 6,000 asistentes a ésta, la decimosegunda corrida de la temporada. Con gran entrega se tiró a matar sin lograr que cayera el mencionado burel. Perdió lamentablemente los trofeos pero los estéticos perfiles de cada muletazo, quedan plasmados en la mojada arena.

Un excelente puyazo de César Morales al cuarto de la tarde cabe destacar.

 

Alexa Castillo